La revolución del ojo
En pleno siglo XXI, las imágenes que realizó Kertész en el siglo pasado resultan sorprendentemente actuales y son referentes obligados de la fotografía contemporánea. Parte importante de su obra constituye una muestra itinerante que viene del Jeu de Paume de París y que estará entre el 14 de octubre y el 31 de diciembre en el Museo de Bellas Artes. Aquí, un adelanto exclusivo de las más de 200 obras que constituyen la exposición.
Parece ser que la idea del progreso lineal no es aplicable a la historia del arte. Al menos eso es lo que se confirma cuando, en pleno siglo XXI, resulta muy difícil encontrar una producción fotográfica más vigente y audaz que la que realizó Kertész en el siglo pasado. Nacido en Hungría en 1894 y muerto en Nueva York en 1985, este artista hizo de la fotografía una apuesta existencial que jugó hasta el límite, sin transar con las demandas de la industria editorial o con el "buen gusto" burgués.
"Cada vez que André Kertész oprime el obturador siento el latido de su corazón", dijo alguna vez Henri Cartier-Bresson, otro ilustre de la fotografía del siglo XX y profundo admirador de Kertész. Eso es, precisamente, lo que define el trabajo del húngaro: "Yo interpreto mis sensaciones en un instante determinado. No es lo que veo, sino lo que siento", declaró él mismo. Aunque comenzó haciendo fotos documentales, siempre tuvo una sensibilidad estética que superaba el registro de lo real. En sus inicios hizo retratos y escenas cotidianas, pero, más que la realidad en sí misma, lo que le interesaba era traducir las intensas emociones que esta producía en él. De algún modo Kertész generó un doble ficcionado de lo real y, para ello, buscó recursos que transgredieran las leyes de la óptica, privilegiando siempre la atmósfera y la luz por sobre el objeto en sí mismo. "Yo escribo con luz", dijo alguna vez.
La bailarina satírica, Paris, 1926
De hecho, ya en su primer periodo hizo fotos muy poco convencionales de nadadores bajo el agua. Los cuerpos, cubiertos de reflejos luminosos y sujetos a distorsiones ópticas, anticipan lo que sería su trabajo posterior. Este deseo encontró un lugar fértil cuando, a los 30 años, se trasladó a París y se contactó con el creciente grupo de sus compatriotas inmigrantes y del movimiento dadaísta y surrealista. En ese tiempo, retrató a varios artistas, incluyendo a los pintores Piet Mondrian y Marc Chagall, a la escritora Colette y al cineasta Serghei Eisenstein. Ya entonces sus imágenes se hacen eco de la sensibilidad de las vanguardias de la época, explorando ángulos muy poco ortodoxos, encuadres extravagantes y composiciones que transformaban los objetos, personas y paisajes. Elocuente es la serie Distorsiones, realizada en 1933, en la que retrata cuerpos desnudos reflejados en espejos deformantes, consiguiendo una imagen surrealista.
Los anteojos y la pipa de Mondrian, París, 1926
Tres años más tarde se trasladó a vivir a Nueva York, donde trabajó para revistas como Harper's Bazaar, Life y Vogue. También para publicaciones más especializadas, como Look y Cornet. Tras 10 años de mucho esfuerzo, decepciones y rabias –porque su trabajo no era del todo comprendido, le costaba aceptar críticas negativas y, peor aún, ser empleado de editores que consideraba ignorantes– Kertész logró independizarse, vivir de su obra y conseguir reconocimiento.
En casa de Mondrian, París, 1926
En 1946 realizóunamuestra individualenel Art Institute of Chicago. En ese periodo experimentó con el color e hizo imágenes con teleobjetivos en calles y parques de la ciudad. Luego, vino lo que se ha llamado su época internacional en la que, definitivamente, se consagra como una figura clave de la fotografía mundial. En 1963 mostró en la Bienal de Venecia y al año siguiente hizo una exposición individual en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. La muestra, que ahora se montará en el Museo Nacional de Bellas Artes, se efectúa con el apoyo del Instituto Franco-chileno en el marco de la Semana Francesa, que organiza la Cámara Franco-chilena para el Comercio, y la gestión está en manos de Luis Weinstein y Verónica Besnier.
El montaje recoge tres periodos de su vida y obra de Kertész: Hungría, París y Nueva York y nos permite introducirnos en los laberintos de un ojo revolucionario que transforma todo lo que toca.
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