Cuando la psicóloga infantil Andrea Cardemil hizo su tesis sobre la autoregulación en niños y niñas prescolares, comenzó un largo y apasionado camino para entender cómo se comportaban las emociones en la niñez y para descubrir de qué forma los padres y madres podían contenerlas mejor. Al darse cuenta de la importancia de acompañar con amor a los niños y niñas en sus momentos de más estrés, quiso entregar esa información a más personas. Esto la llevó a escribir Apego Seguro, un libro donde ayuda de manera práctica y precisa a entender el temperamento en la infancia y a enseñar a poner límites, siempre desde la crianza respetuosa. Hoy hace clínica, talleres y charlas sobre el tema, y difunde su contenido en Instagram, donde es conocida -por padres y madres desesperados -como la “experta en pataletas”.

En términos generales ¿Qué se entiende por una pataleta?

Es cuando un niño está sintiendo una frustración muy intensa, no sabe qué hacer con lo que está sintiendo, y no le queda otra que expresarlo con su cuerpo. En el fondo, es una situación de estrés donde la expresión es desbordada. Me gusta ocupar esta palabra porque a veces los papás confunden frustración con pataleta y no siempre cuando los niños se frustran hacen pataleta. Esta última es una expresión desregulada, donde la emoción es muy intensa; eso nos da luces de un manejo distinto, porque no es lo mismo acercarse a un niño que está frustrado, a uno que está pataleteando.

¿Hay ciertas etapas del niño o niña donde las pataletas son más normales o esperables?

El margen de la pataleta evolutiva es a partir de los 18 meses y va bajando hacia los 6 años, con un peak entre los 2 y los 3 años. Hay una maduración importante cerca de los 4; el lenguaje comienza a desarrollarse más, el niño puede expresarse verbalmente y no solamente con el cuerpo. Por eso se empieza a ver una suerte de baja; la emoción empieza a ser menos intensa. Pero esos márgenes son solo un promedio, hay niños que parten antes y las mantienen un poquito más, va a depender del temperamento del niño y del manejo de los papás. También si han estado expuestos a estresores que los ponen más reactivos, como la llegada de un hermanito o que los padres se separen. Hay factores ambientales que también influyen y pueden hacer que un período dure más tiempo o que el niño que haya dejado de hacer pataleta comience de nuevo, como ha sido el caso de la pandemia, que ha hecho que estos márgenes se desfasen. El contexto influye mucho.

¿Hay alguna manera de prevenirlas?

Es importante que, si bien las pataletas son normales, cuidemos las ventanas de tolerancia del niño. Para eso es muy importante tener una buena rutina, que haga que el día sea predecible para ellos, que regule el sueño, la alimentación, el movimiento, etc. De repente hay papás que consultan al borde de la locura porque sus niños hacen pataleta todo el día, y tú te das cuenta que el niño se está durmiendo tarde, que no tiene un horario de siesta, que no está yendo a la plaza o está viendo mucha tele. Eso hace que el niño haga muchísimas más pataletas de las que debería hacer, y mientras más pataletas hace el niño menor es su tolerancia y menor es la nuestra. Al final se genera un círculo vicioso donde el niño ya no quiere nada y uno no quiere nada.

¿Las pataletas cumplen una función importante en el desarrollo?

Son súper importantes en el desarrollo. Quizás para entender lo importante que son hay que saber en qué momento se empiezan a originar. A los 18 meses el niño descubre que es un ser independiente de los papás, un individuo aparte. Con este descubrimiento parte el primer proceso de individuación, donde el niño necesita afirmar su “yo”. Va a hacer distintas cosas para afirmarlo, por ejemplo, si yo le digo “blanco”, él va a decir “negro”, porque al querer algo distinto a mí, él se siento distinto. Aparece el “solito”, el “mío”, la necesidad de poseer objetos; todas esas cosas obedecen a lo mismo, que es afirmar su yo. Entonces, cuando uno le dice que “no”, o no cumple su deseo, este “yo” que se está tratando de afirmar, protesta. En el fondo, en la pataleta el niño está expresando su malestar, porque no está cumpliendo algo que quiere; es decir, está afirmando su personalidad, quién es, y eso es positivo. Cuando uno entiende eso, puede entender que la pataleta no hay que frenarla, sino que hay que acompañar al niño.

¿Cuáles son los principales errores que cometemos padres y madres cuando reaccionamos frente a las pataletas?

Irse a los extremos; anular o no poner límites. El polo de la sumisión se genera cuando hace una pataleta y yo le dejo de hablar, lo meto a la ducha fría o lo encierro en la pieza. En el fondo ahí lo que le estoy diciendo es que no hay espacio para su enojo ni malestar, que no es bueno expresar la rabia ni oponerse. Lo anulo, y de a poco se va haciendo un niño cada vez más sumiso. En el otro polo, es un niño al que nadie le puso límites, que cuando quería comerse otro helado y se ponía a llorar, los papás decían “ok, te lo doy para que no llores”. Entonces los papás, al no poner límites y ser firmes, privan al niño de aprender que existen límites, y le reforzaron la idea de que protestando se consigue lo que quiere. Es un niño que no tolera la frustración, que no acepta un “no”. Entonces, si yo me voy a un extremo voy a tener un niño sumiso, que no va a expresar su malestar, que no va a expresar sus deseos, que no va a ser capaz de imponerse en ciertos momentos. Y al otro extremo, voy a tener un niño que pronto no va a respetar ningún límite. Y yo quiero un niño que pueda expresar lo que quiere, expresar su voluntad, poner sus propios límites, entendiendo que también hay otros.

¿Cómo llegamos a ese equilibrio?

Primero, ayudando al niño a recuperar la calma. El niño necesita sentirse seguro para que esa intensidad de emoción empiece a bajar, y para eso yo tengo que estar tranquilo, porque si yo me pongo a gritar o si yo lo forcejeo y lo trato de tomar, le empiezo a hablar o lo mando para la pieza, más que darle clave de seguridad, voy a aumentar el estrés. Es mi calma lo que le dará seguridad al niño para que su emoción vaya bajando. No hay que hablarle cuando la emoción es muy intensa, que es al comienzo de la pataleta; el niño está en modo supervivencia y en ese modo no escuchan, no conectan ni razonan. Si yo me acerco y ese niño me empieza a dar manotazos, o me dice sale, en el fondo el niño me rechaza, quiere decir que la emoción es muy intensa. Lo que uno tiene que hacer es mantenerse disponible y darle el espacio. Así de simple, en verdad no hay nada más que hacer. Recién cuando ese estado pase, hay que validar la emoción del niño, decirle “tú te querías comer otro helado y por eso estás enojado”. Ahí viene la explicación, cuando el niño está más tranquilo, “Ya te comiste un helado, no puedes comerte otro porque te va a doler la guata”. Al hacer eso el niño está entendiendo por qué está reaccionando así, porque no siempre lo entiende, y además lo estoy validando. No le estoy diciendo que es un problema expresar lo que le pasa, pero mantengo firme el límite. Porque protestar no significa que yo voy a dejar que haga lo que él quiere. Así el niño va de a poquitito aprendiendo que no siempre puede hacer todo lo que quiere. Con el tiempo, va a ir interiorizando sus límites, su cerebro madurando. Seguirá protestando, pero esa pataleta empezará a ser menos fuerte, hasta generar un equilibrio donde tendremos un niño que es capaz de expresar su malestar de buena manera, que es capaz de decir lo que quiere, pero sin pasar a llevar al resto. Lo bonito es que cuando uno acompaña la pataleta, el niño no solamente aprende el límite, sino que también va aprendiendo de regulación emocional, porque la regulación que en un minuto viene de afuera, el niño la va internalizando y la va haciendo propia.

Es más difícil en los lugares públicos que en la casa, hay una presión ahí de tener que “controlarlos”.

En espacios públicos, nosotros nos estresamos. Por ejemplo, estamos comprando en el supermercado y necesitamos seguir con lo nuestro, entonces es muy difícil darle el espacio para que descargue el malestar. O lo otro que ocurre es que nos urge mucho que nos miren. Esas dos variables hacen que yo no pueda mantener la calma, que yo no pueda ser la base segura para entregarle lo que necesita el niño. Entonces ahí es importante preguntarse ¿Qué me importa más? ¿Que mi hijo se sienta seguro o lo que puedan pensar de mí?

No siempre nos resulta tan bien…

Yo creo que es importante entender que no siempre vas a poder hacer un proceso perfecto. Pero el hecho de aceptar la emoción y mantener la calma es lo que va a marcar la diferencia. Y si me equivoco, pido perdón, porque, así como es importante la regulación, lo es la reparación. Cuando perdí la paciencia, es demasiado importante reparar. Ir donde el niño y decirle, ‘te quiero pedir perdón porque me enojé, no me controlé y te grité, y eso a ti te asustó y no estuvo bien’. Retomar la conexión.

Eso requiere padres y madres que sepan regular sus propias emociones.

Eso es como la base, la base, la base. Porque lo más importante en una pataleta es que el papá o la mamá puedan mantener la calma. Nosotros somos una generación que se nos inculcó que era tremendamente inadecuado hacer pataleta, una falta de respeto, un mal comportamiento. Esa idea sigue rondando culturalmente en nuestro inconsciente. Esto hace que, si yo veo la pataleta como un mal comportamiento, más que acompañar al niño y validar la emoción, voy a querer frenar esa conducta, disciplinarla y ponerle fin. A los padres, aunque les interese la crianza respetuosa, igual les cuesta mucho, porque internalizaron que era un mal comportamiento; igual se irritan y quieren que la pataleta se acabe. Siento que nosotros somos la generación de transición. A nosotros no nos escucharon, nos anularon, nos encerraron en la pieza, nos criticaron, entonces es muy difícil ahora acompañar. ¿Y por qué lo pongo en tapete? Porque yo creo que cuando uno hace consciente eso, puede resultar más fácil. Cuando entiendo por qué cuesta tanto, hago consiente cómo mi historia puede afectar hoy mis procesos de regulación, y puedo hacer un cambio.