"Siempre busco excusas para abrir la puerta de mi departamento e invitar a amigos a tomar once. ¿Partido de Chile, un santo, un cumpleaños, el día antes de un feriado? Todo sirve, porque justo coincide con la hora en la que todos quedamos libres para hacer un buen panorama y no tenemos que volver a la oficina tres minutos después.

Creo que lo hago porque la primera vez que me sentí realmente la anfitriona de algo fue en la once mi cumpleaños número 18, el primero que me celebraron en la vida. Salí de una escuela con número de Chillán y ese año había entrado a estudiar derecho con una beca en la Universidad de Concepción. Me acuerdo de que mi mamá y mi hermana invitaron a dos amigas mías de toda la vida, me cantaron cumpleaños feliz, tomamos tecito y comimos torta. Incluso recuerdo que les di un pedazo a cada una para que lo llevaran a su casa.

En esa época mi familia vivía en una casa de campo en la mitad de la ciudad. Éramos bien humildes, pero no se notaba mucho, porque en el patio se cultivaban todas las frutas y verduras que te puedas imaginar: tomates, cebollas, papas, ciruelas, duraznos, limones, naranjas, manzanas son algunas de las que recuerdo y si no teníamos algo, sabíamos que algún vecino proveería. En ese lugar y antes de que muriera mi abuelo a principios de los '90, recibíamos a todo el familión de tíos, sobrinos, primos, nietos y bisnietos. Todos llegaban allí porque era el punto neurálgico de mi familia, sobre todo cuando empezaba el verano. En esos días de calor nos juntábamos a almorzar humitas en una mesa larga que se armaba con mesas de toda la casa, y que poníamos justo en la mitad del patio. ¡A veces mis tíos traían sus propias sillas, dispuestos a quedarse horas conversando de lo humano y lo divino! Y ahí nos quedábamos hasta que pasaba la sobremesa y llegaba la once. No éramos de tomar alcohol, lo nuestro eran los tecitos, las bebidas y los jugos, las churrascas y los panes crujientes.

Desde entonces que me encanta que en mi casa haya una mesa abundante de cosas ricas y que esté atiborrada de gente conversando, incluso ahora que vivo en una ciudad apurada como Santiago. Que vengan mis amigos de la vida, los de la iglesia, los vecinos del edificio, que vengan todos y que traigan lo que quieran. Es mi excusa para replicar esa cosa de tribu o esa forma sureña de querer, es el momento de preparar queques, panes, galletas y probar todo tipo de tés. Yo necesito tener contacto con otros humanos, pero no esa cosa fría del ascensor o la oficina. Por eso, de lunes a domingo, a las 8:00 de la noche, mis amigos encuentran aquí una mesa lista para recibirlos, sobre todo porque me gusta que mi hija crezca con esa sensación de calidez y unidad con la que crecí yo. Y si no llega nadie distinto a mi familia, los conserjes reciben más que felices los agasajos comestibles.

Tanto me gusta la once, que a las tazas y teteras que vendo les dieron la marca Chile, por el simple hecho de estar potenciando la once chilena. Ha sido un honor enorme".

Gloria David (38) es de Chillán y es la artista detrás de la loza de @tedetetera. Actualmente vive en Santiago junto a su marido, su hija, su mamá y sus gatos Benito y Lupita.