Ángel, la niña de las flores: la perfección mal entendida
Si hablo de Ángel, se me vienen inmediatamente a la cabeza tres recuerdos de mi infancia: el baúl rosado de mimbre de mi pieza en el que mis papás ponían su tele cuando estaba enferma y me quedaba en cama, su fantástico broche y la inolvidable canción que hacía honor a su nombre. “Ángel, la niña de las flores, llenas los prados de colores, sacas lo bueno de la gente con ejemplos de amor”. Y es que ella personificaba la perfección.
La verdad es que -a pesar de representar todo lo que supuestamente una niñita querría a los seis o siete años, tanto en términos de apariencia como en su mensaje, relacionado a la importancia del cuidado a la naturaleza-, yo no quería ser como ella. Lo que yo quería era “la llave de las flores”, el broche con el que Ángel podía mágicamente cambiarse de ropa en cualquier situación, adecuándose para verse espléndida y encajar donde y a lo que fuese.
Ahora, de grande, me parece una metáfora bien increíble. No sé si se referirá efectivamente a la facilidad de encajar o la necesidad de disfrazarse para ser parte de algo. No sé si el transfondo tendrá que ver con habilidades o inseguridades, pero esa capacidad no sólo la hacía intrépida a pesar de su inocencia, sino que también le daba un glamour irresistible a mi edad, al igual que la Flor de los Siete Colores, el luminoso objeto de deseo que la llevó a recorrer el mundo y que finalmente estaba en el jardín de su casa, algo que tenía un significado que jamás pasó por mi mente, pero del que luego me enteré tenía que ver con el envío de semillas de parte de todas las personas a las que Ángel había ayudado en sus viajes alrededor del planeta: era una lección que se relacionaba a un karma positivo y el valor de la generosidad.
Me impacta el efecto que puede tener la imagen en las niñas, algo que también puede cegar y llegar a hipnotizar, dejando de lado incluso la esencia de determinados mensajes. Definitivamente había olvidado todo lo que iba más allá de lo brillante en la historia de Ángel; en mi memoria quedaban la canción, el broche mágico y la flor. Pero me doy cuenta de que solo las supuestas excusas era lo que hacía que a mis ojos Ángel fuera una heroína.
Tampoco quiero ser excesivamente grave, no me parece loco que la ilusión y lo mágico sean elementos atractivos a esa edad, pero sí me parece algo a reflexionar más que nada por la desproporción y cómo ello puede crear determinados ideales, que eventualmente podrían formar (o deformar) la visión de mundo en una niña de seis o siete años.
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