¿Ansiedad social, timidez o introversión?
¿Tienes una reunión con muchas personas y no pudiste dormir en toda la noche? ¿Vas a presentar en tu trabajo y te transpiran las manos, sientes palpitaciones y te congelas a la hora de hablar? Puede que seas una de las muchas personas que sufren de ansiedad social, un tipo común del trastorno de ansiedad. Según el Instituto Nacional de Salud Mental de Estados Unidos, “las personas con este trastorno tienen síntomas de ansiedad o miedo en ciertas o todas las situaciones sociales, como cuando conocen personas nuevas, salen en citas, tienen una entrevista de trabajo, responden a una pregunta en clases o tienen que hablar con un cajero de una tienda. Incluso, hacer cosas sencillas como comer frente a otras personas o usar un baño público, les puede causar ansiedad o temor”.
Este temor, según precisan, es tan potente que sienten que controlarlo va más allá de sus facultades, lo que se interpone con su capacidad de trabajar, ir al colegio o hacer cosas del día a día. “No pueden llevar una vida normal porque tienen que interactuar con otras personas para hacer su vida”, dice Gerina González, Jefa de la Unidad de Salud Mental de Clínica Santa María, y añade: “Para evitar estas emociones negativas, la persona tiende a aislarse mucho y a perder oportunidades de desarrollo personal, interacciones personales, hacerse amigos o vincularse afectivamente”. Se trata, según explica, del extremo de la timidez, que a diferencia de la ansiedad social es una característica de la persona y no una patología: “Pero tienen en común el miedo o incomodidad social frente a la expectativa de generar algo negativo en otra persona y ser juzgados. La persona tímida es muy sensible a la opinión que otros puedan tener de ella, pero no llega a ser una enfermedad porque, aunque se sienta incómoda, sí puede hacer las cosas que necesitan hacer en su vida cotidiana, sin caer en una crisis”.
También se tiende a confundir la ansiedad social con introversión, la que, al igual que la timidez, es una característica personal, que no necesariamente genera problemas a la hora de interactuar con los demás. Quizás no sea lo que más le guste hacer, pero no se complica si no hay otra alternativa. “Su energía está más centrada en sus propios procesos internos, como los pensamientos, los sentimientos y la imaginación”, dice González, y agrega: “Tienen un mundo interno muy abundante y rico, son muy imaginativos, leen mucho, se dedican más a las situaciones que a ellas y ellos les interesan, a los temas que les gustan. Pero no son absolutos, y en una misma persona pueden haber rasgos introvertidos y extrovertidos”.
A quince meses de iniciada la pandemia, donde el aislamiento y distanciamiento social siguen siendo las principales recomendaciones de los expertos -además de la vacuna-, muchas personas con ansiedad social no han tenido que exponerse al mundo exterior, sintiéndose protegidos en sus espacios, sin tener que dar excusas para interactuar lo menos posible con los demás. Al respecto, la especialista explica que los ansiosos, al igual que los tímidos, “están muy cómodos en la situación de confinamiento, porque evitan la interacción social. Es frecuente que en la consulta, quienes tienen este tipo de ansiedad digan que el confinamiento los ha ayudado porque deben conversar con menos personas, las reuniones virtuales les acomodan más porque se sienten más protegidos, algunos incluso dejan las cámaras apagadas”.
Y aunque por un lado esto es bueno, porque las personas con ansiedad social se sienten más seguras, también tiene un aspecto negativo, en cuanto el paciente es capaz de esconder sus síntomas que, eventualmente, volverán a surgir, porque la vida es con interacción social. “Se puede pensar que la persona está bien y pasar mucho tiempo en esa comodidad, pero la dificultad se vuelve más crónica y cuando finalmente le toca interactuar con otras y otros, es más difícil”, dice González.
De todas formas, la ansiedad social es una fobia absolutamente tratable, con un buen pronóstico en el largo plazo. Lo principal, como suele ser, es que el paciente sea consciente de sus síntomas y pida ayuda en el área de salud mental, ya sea psicología o psiquiatría. Desde ahí, el problema se suele abordar de dos formas de manera paralela: “Está la terapia psicológica y también hay fármacos que son muy eficientes controlando estos síntomas, que ayudan en momentos de interacción social”, dice la especialista: “Con estas herramientas se pueden trabajar las habilidades sociales y los resultados generalmente son positivos”.
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