“Me di mi primer baño de tina con mi hijo y fue maravilloso. Le di pecho mientras el agua nos envolvía y sentí todo el poder ancestral que ser madre significa. Aclaro que yo no soy la mamá que quería parto en el agua y sin epidural, para nada, de hecho la pedí inmediatamente cuando mi hijo quería nacer, pero me gusta hacer las cosas que me dicta mi instinto, mi naturaleza. Conectarse con eso ha sido brutalmente sublime. El otro día, por ejemplo, mi guagua estaba llorando desconsoladamente (le pusieron su primera vacuna contra la meningitis) e inmediatamente me nació acurrucarme sobre él y empezar a ronronear como un gato, para que se sintiera protegido; dejó de llorar inmediatamente. Creo que estamos muy conectados, siento que mis células viven a través de él y aunque seamos dos cuerpos, nuestra memoria genética se comunica. De alguna manera su organismo, que es el mío, me pide lo que necesita. Sé que es la media volada, pero déjenme ver las cosas así, porque en este momento creo que soy la mejor mamá del mundo para él.

Me doy cuenta de que he cambiado tanto en estos meses. Antes pensaba que esos asados donde estaban las mamás juntas hablando de pañales eran una verdadera lata y que jamás sería parte de ese clan; pues heme aquí siendo la primera en entablar esa conversación. Subí una talla, no me cabe ni uno de mis pantalones preferidos, pero aún así soy inmensamente feliz y al diablo con todo. Qué contradicción, todo por lo que vivía antes hoy me interesa un pepino. Mientras estaba embarazada una amiga me decía: se te va caer el pelo cuando nazca, ¡y me daba tanta rabia! Pero ahora estoy en eso, pelechando más que nunca, haciéndome todo tipo de tratamientos para que no ocurra, lavándome el pelo con almidón del arroz y cremas. Pero luego entiendo que es inevitable; esto está pasando. Mi hijo tiene ya tres meses y las pocas horas de sueño se sienten en mi cuerpo que está completamente adolorido. Trato de decirme que no siento este dolor, y mientras cargo mañana, tarde y noche estos 6 kilitos de mi hijo, pienso en “¡resiste!” y en ese “chaito” (flacidez del brazo) que voy a perder.

Hoy mi celular está colapsado de fotos de mi hijo, todas iguales: el niño sentado en su silla nido, el niño de guata, el niño durmiendo. Sigo sacando fotos y tuve que borrar aplicaciones para tener más espacio, porque necesito tener registro de cómo crece cada día, cómo su mirada es cada día más lúcida. Y pienso: qué pena que no te acordarás de nada de esto, ni del baño de tina, ni de cómo te alimenté en la madrugada. Finalmente le hice un Instagram donde puedo subir cien mil fotos, mil stories y quizá a futuro él pueda verlo y ver cómo documenté sus primeros meses y años de vida.

Sí, estoy obsesionada y quizá sueno como una persona loca, pero ser mamá cambió todo para mí. No es que la persona que era antes haya desaparecido, sigo también siendo la de antes, con las mismas ganas de carretear y de bailar, pero ahora mi cuerpo se dividió, soy mi hijo también y lo seré hasta que sus células hayan madurado y no me necesiten”.

Alejandra (39) es cantante y profesora de canto.