Empecé a correr en 2011. Muchas veces llegué a entrenar hasta dos veces al día, ignorando el plan que me entregaba semanalmente mi entrenador y sin prestar atención a las señales que muchas veces me enviaba el cuerpo. Sentía que mi día no estaba listo si no había entrenado, al punto que no lo hacía para despejar mi mente, sino que lo veía como parte de mi trabajo.
En lo últimos ocho años me lesioné varias veces, pero nunca dejé de correr, a lo más bajaba la intensidad o acortaba las distancias. Hasta que llegó mi última lesión. Fue un fin de semana de julio del año pasado. El viernes había ido a boxear y el sábado amanecí con un dolor de espalda que sentía como un cuchillazo. Lo ignoré y me fui a Valparaíso con unas amigas.
Cuando llevaba dos semanas adolorida, fui donde mi traumatólogo de siempre. En ese punto ya llevaba días sin correr, porque el dolor era insoportable. Tras una resonancia me prohibieron hacer deporte hasta nuevo aviso. Me acuerdo que cuando llegaron los exámenes no los quise ver, me daba terror. Pero lo peor vino cuando llegué a la consulta y vi que el doctor me esperaba en el pasillo. "Esto es sin llorar", me dijo, "porque es culpa tuya". Tenía fractura de sacro y me había roto el labrum.
Entendí al tiro que era algo grave. Cuando eres runner lo peor que te puede pasar es que te digan que tienes que parar. Cuando salí de la consulta lloré unos 40 minutos en la calle y tomé una decisión; me prometí a mí misma que esta sería mi última lesión grave y que iba a partir de cero, esta vez haciendo las cosas bien y escuchando con atención los llamados de atención de mi cuerpo.
No corrí durante cinco meses, y si bien al principio fue horrible, me di cuenta que muchas veces abusaba del deporte para no ver otros problemas de mi vida que, simplemente, no quería enfrentar. Estaba pasando por una crisis de estrés importante, mi lugar de trabajo no me llenaba y, en más de una forma, no era feliz.
Pero decidí que una lesión no iba a detenerme. Empecé a nadar y andar en bicicleta al mismo tiempo que realicé terapias de acondicionamiento físico con mi kinesiólogo para que cuando volviera a las pistas, fuera en las mejores condiciones. Y así fue. De a poco conseguí retomar el deporte y hoy puedo decir con orgullo que me estoy preparando para correr una nueva maratón, pero con otra mentalidad.
Después de mi lesión aprendí a ver el deporte con otra cara porque siento que el cuerpo me alertó pidiéndome esos meses de descanso. Me di cuenta de que, aunque me sienta fuerte y preparada, el cuerpo es débil y no tiene por qué ser el receptor de todo mi estrés y mis preocupaciones. Y fue gracias a eso que después de cinco meses sin correr, logré salir adelante. Que al cuerpo hay cuidarlo, pero también entenderlo. Que hay que vivir con calma y seguir los planes del entrenador.
A veces es bueno no levantarse a correr a las seis de la mañana. No es tan terrible no entrenar un día. Hay que descansar y alimentarse bien, y lo más importante, aprendí a ser consciente de la energía que tengo y que, eventualmente, el cuerpo pasa la cuenta.
Soledad tiene 32 años y es periodista.