“Aquí se acogen niños y niñas”
Una familia homoparental; otra tradicional; una mujer y un hombre solteros: todos quienes quieran convertirse en familias de acogida, y recibir temporalmente a niños y niñas, pueden postular y hacerlo. Con ello, se busca que los pequeños dejen de estar en residencias y sientan el amor y calor de un hogar. Esta es la historia de cuatro familias diversas que se han atrevido a dar el paso.
No hubo bienvenida. Nadie le había preparado una pieza especial, ni comprado un móvil para su cuna. Probablemente, no hubo fotos del primer baño ni de su primer paseo en coche. Tampoco pudo dormir en la cama de su madre o de su padre, en una noche de llanto. A cambio, a Pablo (nombre cambiado) le tocó nacer y partir directamente desde el hospital hacia un hogar de menores, mientras se tramitaba judicialmente su susceptibilidad de adopción. Pasó sus primeros 10 meses allí.
Era fines de 2016 y Paula Sánchez e Ismael Arrobash, un matrimonio con dos hijos ─Fernanda y Alexander, de entonces 8 y 5 años de edad─, habían decidido convertirse en familia de acogida, para cuidar a un niño o niña mientras se le buscaba una familia adoptiva. Lo decidieron precisamente en tiempos en que se comenzaron a destapar los abusos a menores ocurridos en recintos del Sename: ese año se conoció el caso de la pequeña Lissette, de 11 años, que murió por asfixia mientras era inmovilizada por dos funcionarias. Su historia abriría el camino para que se siguieran conociendo brutales vulneraciones a niños, niñas y adolescentes de la institución, lo que luego derivó en una serie de reformas, como la creación del Servicio Nacional de Protección Especializada a la Niñez y Adolescencia (conocido como Mejor Niñez), y que el Sename pasara a ocuparse solo de justicia y reinserción juvenil.
“Cuando comenzaron a aparecer todas esas noticias de niños vulnerados, nos nació una inquietud muy fuerte de querer ayudar. Supimos de la figura de familias de acogida. Le explicamos a nuestros hijos, ellos estuvieron de acuerdo, y en octubre de 2017 llegó Pablo”, cuenta Paula Sánchez. “Nos comentaron que él ya era susceptible de adopción, por lo que estaría un periodo corto en nuestra casa. Era como un paso previo para que él sintiera lo que era estar dentro de una familia, antes de conocer a sus padres definitivos”, dice esta mujer de 34 años.
Paula recuerda que una de las cosas que más llamó su atención, fue que Pablo casi no tenía expresión en su rostro. No lloraba, no demandaba, era excesivamente tranquilo, y su mirada derechamente triste. “Queríamos darle abrazos y besos, pero él no los aceptaba. Pero fuimos a su ritmo, y de repente él empezó a estar más contento. Fue aceptando que sí habían personas que querían abrazarlo. Y que si lloraba, iba a haber alguien que lo iba a consolar. Estuvimos con él casi tres meses y lo entregamos como un niño feliz. Nos marcó mucho”, cuenta Paula, quien junto a su familia siguió decididamente en la senda del acogimiento y hoy va en su cuarto niño acogido.
“Estamos comprometidos en seguir adelante con esto, teniendo la aprobación de nuestros hijos. Muchos nos preguntan cómo aguantamos el tener que entregarlos. Porque uno se encariña mucho, y vivimos literalmente un duelo. Pero se puede; puedes aguantar. En ese momento no hay que ser egoísta y pensar en el dolor propio, sino en que puedes cambiarle la vida a un niño, con el solo hecho de darles amor, cariño y protección”, añade Paula.
Una campaña ciudadana
En 2016, la cineasta española Ainara Aparici ─radicada en Chile─ había comenzado a grabar un documental que finalmente fue estrenado en mayo pasado: 130 hermanos, que cuenta la historia de una familia de acogida de Costa Rica que decidió dedicar su vida a criar y acoger a más de una centena de niños y niñas. Desde entonces, Ainara pensó en crear una campaña en Chile, que promoviera el concepto de familias de acogida.
Ese fue el origen de Acoger Es (www.acogeres.cl), campaña liderada por Fundación Kumelén y ProAcogida en conjunto con la Red Acogida, y cuyo propósito es devolver el derecho fundamental de vivir en familia a niños, niñas y adolescentes que hoy se encuentran en situación de vulnerabilidad, encontrando familias de acogida, orientándolas y asesorándolas. La campaña tuvo su primera ola entre diciembre de 2020 y marzo de 2021 y logró, y recabó más de 2.700 familias interesadas. Hoy se encuentran en una segunda ola, para seguir sumando apoyos.
Como explica Gabriela Muñoz, directora (s) del Servicio Nacional de Protección Especializada a la Niñez y Adolescencia, las familias de acogida ─como menciona la Ley 21.302─ son la opción prioritaria de cuidado alternativo para niños, niñas y adolescentes que, por graves vulneraciones de derechos, son separados de su medio familiar de origen por una orden judicial. “El ser familia de acogida les da la oportunidad de vivir en un ambiente familiar, en un espacio seguro y protector, mientras se trabaja en una alternativa familiar definitiva y estable, ya sea con su familia de origen, con familia extensa o con una familia adoptiva, si lo anterior no es posible”, comenta Muñoz.
Esta modalidad de cuidado ─continúa la directora (s) de Mejor Niñez─ ayuda a recuperar la estabilidad emocional de los niños, niñas y adolescentes, al recibir un trato personalizado, amable, respetuoso y centrado en su bienestar. “Y contribuye a que puedan integrar progresivamente la experiencia vivida y aportar a la reparación del daño ocasionado a partir de las vulneraciones de derechos vivenciadas”, comenta.
Una familia homoparental
Francisco Muñoz (37) y Gonzalo Bayola (42) son pareja desde hace 11 años y en 2015 firmaron su Acuerdo de Unión Civil. También quisieron iniciar un proceso de adopción. “Pero nos dimos cuenta de que era súper difícil. Desde lo legal, teníamos que adoptar como personas solteras, en medio de un proceso largo y engorroso”, dice. Hasta que en marzo de 2021 se enteraron de que podían ser familia de acogida, tras saber de la campaña Acoger Es.
“Iniciamos el proceso y nos encontramos con la grata sorpresa de que esta figura no hace ningún tipo de distinción arbitraria de la configuración de familia. Nos pareció una buena opción para poder indagar en esto de ser padres, al menos temporalmente, y poder contribuir a la sociedad, al sacar a algún niño del sistema residencial, y entregarle un hogar”, cuenta Francisco.
Ese niño fue Andrés (nombre cambiado), que llegó con seis años a la casa de Francisco y Gonzalo, en noviembre pasado. Antes de eso, lo conocieron primero a través de encuentros virtuales, luego visitas en la residencia donde estaba, y paseos a plazas, para ir fortaleciendo el vínculo. “Él desborda emociones y cariño. Desde el primer momento nos abrazaba, nos daba besos, nos decía que le gustaba lo que habíamos cocinado. Estaba muy agradecido, y eso se fue intensificando. Siempre ha sido muy expresivo y también, al llegar, tenía mucho desborde emocional y baja tolerancia a la frustración: mucho llanto, rabia, enojo. Pero eso decayó al cabo de un mes, considerablemente, gracias a la contención que le hemos podido entregar. El amor sana y cura de una manera inconmensurable. Estamos ayudando a sanar muchas de sus heridas”, relata.
Para Francisco y Gonzalo, el proceso ha sido sorpresivo, en cuanto a cómo lo ha recibido el entorno. “Estamos súper acompañados en nuestro núcleo cercano, pero cuando empiezas a hacer familia, se involucran otros actores: colegios, doctores, vecindario. Pensamos que podría haber algún momento incómodo, pero no ha sido así. Por ejemplo, el director del colegio que elegimos ─al momento de contarle que el niño llegaba a una familia de acogida y que era una familia homoparental─ nos abrió las puertas”, cuenta Francisco, y añade: “Vemos que hay harta apertura y admiración. También curiosidad. Pero no nos hemos sentido enjuiciados. Pareciera que el mundo está más preparado para entender que existen distintas familias. No así las leyes que nos regulan”, comenta.
Familias uniparentales
Hace 10 años, cuando Francisca Bozzo Lara estaba en la universidad y tenía 24, leyó un reportaje que cambió el curso de su propia historia. Era un artículo que hablaba de las familias de acogida y contaba el caso de una mujer soltera, joven y profesional, que se hacía cargo de un bebé mientras este era declarado susceptible de adopción. “En ese tiempo, yo ya militaba en el feminismo y me cuestionaba las concepciones de la maternidad, del ser mujer y la imposición de las labores de cuidado. Fue importante leer esa nota. Me permitió repensar los roles y entender que había otras formas de cuidar. Me encontré con la imagen de una familia en la cual yo me podía ver representada”, dice Francisca, quien el año pasado ─con 33 años, profesional y viviendo sola─ decidió hacer lo mismo que había leído alguna vez en un diario.
“Tenía tantas ganas de vivir esta experiencia y de aportar desde otro lugar de hacer familia, que lo iba a hacer con o sin pareja”, cuenta Francisca, para quien fue clave saber que la institucionalidad le permitía poder postular siendo mujer soltera y viviendo sola. Tras un proceso breve de postulación, Francisca fue declarada idónea y poco tiempo después recibió una llamada: le preguntaban si podría recibir a una bebé recién nacida.
Margarita (nombre cambiado) llegó con nueve días de vida a la casa de Francisca, quien se había preparado para recibirla: no solo teniéndole una pieza, sino leyendo todo sobre cómo generar apego con ella, y poder brindarle todo el amor del que fuera capaz. “Estuvo cuatro meses y medio conmigo, y fue una experiencia que me voló la cabeza. Ella me fue guiando en lo que necesitaba. Tuvimos un nivel de conexión máximo y fuimos muy compañeras. Vivir esa experiencia ─con el apoyo de mis redes de familiares y amigos─ fue muy enriquecedor. Margarita me hizo conocer un amor a primera vista e infinito”, dice.
Cuando Francisca habla de amor infinito, se refiere especialmente al proceso del final del acogimiento: cuando hay que entregar a la bebé. “Aprendes que parte del proceso de amar, es dejar ir. Es un proceso difícil, por supuesto, pero está lleno de sentido: implica entender que el amar a alguien no significa ser dueño de esa persona, y que no por eso la experiencia vale menos”, reflexiona.
Freddy Norambuena también se atrevió a ser familia de acogida uniparental. Profesor y emprendedor, siempre tuvo cercanía con los niños y una inquietud constante por ayudar: de ahí que en 2019 y 2020 trabajó en un campamento con niños vulnerables en la comuna de El Bosque, donde él vive. Paralelamente postuló para ser familia de acogida y recibió a Ignacio (nombre cambiado) con 3 años de edad.
“Le acomodé una pieza y rápidamente se adaptó a estar acá, aunque no le gustaba ir al jardín. Quería estar siempre conmigo, pues yo asumí un rol protector. Luego vino la pandemia, yo soy profesor y me tocó tener teletrabajo, así que pasamos mucho tiempo juntos. Mi red de apoyo ha sido fundamental: mi madre y mis dos hermanas que viven muy cerca de mi casa, mi hija Sofía que tiene 15 años, y también mi compañera”, cuenta Freddy. En su caso, de ser familia de acogida pasó a tener el cuidado personal definitivo del pequeño, que aún sigue teniendo contacto con su madre biológica, una vez por semana. Freddy ha comenzado a habilitar más piezas en su casa. La semana pasada le avisaron que una niña de tres años necesita una familia de acogida. Y aceptó de inmediato.
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