Galit Meyer, kinesióloga y bailarina
Soy kinesióloga, bailarina y practicante de yoga. Partí con la danza muy chica, cuando estaba en el colegio. Mis papás me inscribieron en ballet y me gustaba, pero llegué hasta las zapatillas de punta porque mi mamá no quería que se me deformaran los pies. En media me inscribí en un taller de danza contemporánea con una amiga y ahí descubrí que eso era lo que quería hacer. Empecé a meterme cada vez más en el mundo de la danza y me metí a estudiar a la Universidad Mayor, donde la carrera era nueva y tenía otra mirada, no tan clásica ni contemporánea, sino que más desde lo performático. Nunca fue tema para mis papás porque mi hermano grande estudió teatro, así que él fue el primero en hacer una revolución artística en mi casa
Al tercer año decidí que me quería ir a estudiar afuera. Me salí de la universidad y empecé a hacer una malla independiente, tomando clases y cursos que me interesan, con el objetivo de prepararme para irme a Israel. Mi mamá es de allá, he ido varias veces y mi abuela vive ahí, así que tenía sentido. Además, la escena de la danza es súper fuerte. Justo antes de irme, me lesioné la cadera, pero no pesqué. Los bailarines somos bien masoquistas y vamos contra el dolor en general, así que seguí como si nada. Pero en Israel el ritmo era muy intenso, a tal punto que a los pocos meses no pude seguir bailando del dolor. Muchas veces los bailarines no escuchamos el cuerpo, aun cuando es nuestra herramienta de trabajo.
Tenía una ambición muy grande por ser la mejor, ser la primera de la compañía, y la realidad fue muy distinta: me encontré con bailarines de 18 años que salen de la guata de la mamá haciendo piruetas. Me empezó a bajar una depresión, porque estaba muy frustrada y la lesión hizo que me cuestionara todo. No sabía qué hacer con mi vida porque hasta ese momento la danza había sido mi único objetivo, pero llegué a tal punto que no quería saber nunca nada más del baile. Me ofrecieron en Chile terminar mi carrera, pero no quise.
Estuve un tiempo dando vuelta hasta que me metí al mundo del yoga. Decidí que iba a sanar mi lesión a través del yoga y me puse a practicar todos los días. Junto a mi profesora empezamos a tratar a un chico que había quedado parapléjico después de un accidente en moto y eso fue muy interesante. Me gustó el trabajo corporal a partir de las lesiones y siempre me había llamado la atención el área terapéutica dentro de la danza, cuando a algún bailarín le dolía algo me preocupaba de saber de dónde venía exactamente ese dolor, el por qué. Así que se me ocurrió estudiar kinesiología.
Al principio no me dejaban mezclar nada el yoga ni la danza con los conocimientos teóricos, así que tuve que ceder hasta llegar a la parte práctica. Entre medio, un amigo me dijo que por qué no iba a dar una vuelta a la compañía de José Vidal. Fui un par de veces y no me agarró mucho, pero después de un año volví y me encantó. Desde 2014 que trabajo con él. En general, los ensayos no son financiados y no tenemos un lugar fijo donde bailar, siempre estamos pidiendo favores para que nos presten salas. Somos una compañía bien grande y si bien no tenemos sueldo regular, hemos postulado y ganado muchos proyectos que nos permiten presentar en distintas partes. Venimos llegando de la tercera gira en Europa. La característica de la compañía es que busca personas y cuerpos, por eso la conforman más que nada actores y bailarines, pero también músicos, cantantes y gente que no necesariamente es experto en danza, pero trabaja con el lenguaje corporal, como yo. Trabajamos mucho con los sentidos, especialmente el tacto. La obra Rito de Primavera fue creada entre todos, así es la dinámica en general. José tiene una idea, donde mezcla mucha antropología y comportamiento humano, y eso lo transmite a nosotros y juntos vemos cómo expresarlo.
Ahora creo que empieza toda la etapa donde tengo la danza, la kinesiología y el yoga y tengo que ver cómo ir juntándolos. Con los bailarines y actores siempre es más difícil el ámbito kinesiológico porque trabajan bajo otros parámetros y sus cuerpos no se comportan de manera "normal". Es decir, si normalmente el brazo llega hasta cierta altura, probablemente el bailarín lo va a estirar mucho más alto sin que le duela. Y por eso me sigue faltando estudio y quiero perfeccionarme.
Trabajo a domicilio, a veces en lugares más fijos, pero en general me gusta mezclar mis tres áreas. No hago bailar a mis pacientes, pero siempre el lenguaje de la danza está presente y se siente. Me gusta llamarlo consciencia corporal, ese es mi cuento. Trabajo con adultos que no tienen ninguna lesión y están desconectados de su cuerpo y también con personas que han sufrido de lesiones crónicas que llevan años y que no han podido sanarse. Eso me gusta mucho porque tiene que ver con trabajo biopsicoemocional completo, más allá de un esguince o rotura de hueso.
Cuesta hoy en día encontrar espacios terapéuticos que sean humanos, porque en general te atienden en 10 minutos, no te miran, no te escuchan ni te tocan. A mis pacientes les hago muchas posturas de yoga y a través de eso puedo ver los bloqueos tanto emocionales como físicos. Yo sé que la gente es muy pudorosa, pero es impresionante cómo el tacto tiene mucho poder y se ha ido perdiendo. Y eso también está ligado con la compañía de baile, donde trabajamos muchísimo el tocar, sentir.
Galit Meyer (30) es bailarina de la Compañía José Vidal y kinesióloga. Atiende a domicilio incorporando el yoga en sus terapias.
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