“He perdido tantas veces mi cuerpo entre esas formas universales de lo femenino, de lo masculino, de la humanidad y sus imágenes y palabras. Cuando salgo a la calle lo noto cuando me dicen señorita y nadie duda en decirme señorita. Y me miro de reojo en las vidrieras para ver a una señorita, sabiendo que en eso me he convertido. A dos años de traer a Diamela, sigo sosteniendo a Diego todos los días”, comparte en sus redes la artista y diseñadora nacida y criada en Buin, Diamela Burboa.

Una de sus últimas obras, en la que hace un registro fotográfico de distintas prendas de ropa –poleras, pantalones, faldas, calzones y calcetines– que asocia a las palabras o comentarios que recibió en la calle el día que las vistió, devela que todas y todos siempre tienen algo que decir respecto a nuestros cuerpos, y que nadie es absolutamente libre de eso. Menos las mujeres. Mucho menos las mujeres trans.

“Si eso se explicitara más, quizás podría formar parte de un saber y un conocimiento que podemos usar a nuestro favor” reflexiona hoy. “Varios de mis ejercicios tienen como eje central el reconocimiento de que les demás tienen una influencia grande en el cómo construimos nuestra identidad. De alguna forma, reconocer ese pacto compartido que es nuestro cuerpo, puede ser una oportunidad de saber, una oportunidad para volverse una verdadera sabia de la comunicación con el cuerpo y con el resto”.

Y es que, como profundiza Diamela, si ya vamos a estar condicionadas por el resto, mejor tener un rol activo y que eso mismo nos permita ser más empáticos y conscientes con los demás.

Aquí, en una conversación íntima mediada por una pantalla, habla de su transición de género como un espectro y proceso continuo, no como un antes y un después; de poder reconocer e integrar a Diego en su Diamela actual; del placer más allá de la sexualidad; de dejar de habitar lo binario (tanto en el género, como en los quehaceres, en las posturas y en las opiniones) para darle espacio a lo ambiguo y a lo amorfo; y del lugar que ocupan los demás en la construcción permanente de su cuerpo y su identidad.

“En ningún momento sentí que volví a nacer o que pasé a ser otra persona”

“Cuando hablo de mi transición hago una distinción entre un proceso que es más social, en el que decido compartirle a les demás que mi nombre ya no va a ser Diego y que me empezaran a tratar con otros pronombres, y otro proceso que viene de antes y que es más personal y experimental.

La transición social, aquella que va acompañada de cosas técnicas y prácticas, y que va de la mano con la terapia de remplazo hormonal, empezó hace poco más de dos años, justo cuando partió la pandemia. Estar alejada del resto me permitió ver cómo me estaba sintiendo con algo que ya había empezado a experimentar hace rato y me sirvió para tomar la decisión más visible o notoria, por lo mismo más social.

Pero el otro lado está marcado por una experimentación que venía de antes. Ya había utilizado pronombres neutros, le había pedido a mis amistades que me dijeran ‘La Diego’, y había explorado con mi vestimenta y mi cuerpo.

Por eso, cuando hablo de mi tránsito, no hablo de un antes y un después, que suele ser la narrativa que prima en las historias de tránsito un poco más tradicionales. En ningún momento sentí que volví a nacer o que pasé a ser otra persona. En el proceso, tampoco quise negar mi pasado. No sé, de hecho, si alguna vez me sentí representada por esa manera de entender la transición de género, que a veces siento que cae en una lógica muy binaria.

Más bien se trata de un proceso que me permite por un lado reconocer y concretar ciertos cambios materiales, pero también reconocer mi vida antes de Diamela. También me permite reconocer que todo lo que hubo en ese supuesto antes, es constitutivo de mi experiencia y mi proceso experiencial con el género, incluso hasta el punto en el que finalmente decidí nombrarlo como tal porque ya necesitaba que otras personas estuvieran involucradas y necesitaba cambiar la manera que tenían esas personas de sociabilizar conmigo.

Nunca odié ni quise eliminar a Diego, más bien lo integré como parte del proceso y lo sostengo y cargo todos los días de mis 24 años. Y eso es importante porque más allá de los cambios prácticos –me gusta pensarlo así porque lo hace más plástico–, sigo reconociéndome en todo lo que había antes.

No voy a decir que eso fue fácil, porque al principio pensaba que me habría gustado haber nacido como Diamela, o que siempre hubiese estado Diamela. Pero esa ansiedad, de querer quitarse de encima lo que uno carga detrás, se fue disipando y pude afirmar positivamente mi cuerpo como un cuerpo que está en tránsito. No como un cuerpo acabado, o que en un momento fue algo y en otro momento fue otra cosa, sino que como una corporalidad que se reconoce y nombra desde la transformación constante. Eso es constitutivo de mi identidad y de mi trabajo”.

“Evidenciar que el resto tiene un lugar en la construcción de mi cuerpo y mi identidad”

Por eso, la búsqueda de la identidad y específicamente la gran influencia de les demás en esa construcción, es parte fundamental de mi búsqueda diaria. Me gusta ver mi trabajo como una serie de ejercicios dinámicos –muy ligados a la visualidad de los formularios o los documentos escolares– de cosas que me van pasando o experiencias y reflexiones que voy recogiendo en mi cotidianidad.

Una de mis últimas piezas es una compilación de prendas de ropa que fotografié por separado y que van asociadas a las palabras o frases que me dijeron el día que me las puse. En verdad es un trabajo que vengo realizando desde mi proyecto de título –me titulé de diseñadora el año pasado– y que me interesó expandir porque tiene que ver con hacer un registro de los pensamientos, miedos o situaciones que me afectan todos los días. Se trata un poco de poder materializar todo eso para tenerlo de frente, naturalizarlo y volverlo un poder en vez de una amenaza. También de poder evidenciar que el resto tiene un lugar en la construcción de mi cuerpo y mi identidad, y eso, más que negarlo, hay que evidenciarlo para así volverlo un saber y un conocimiento.

La ropa es constitutiva del acto de lo travesti, de ese travestirme diario, y de alguna manera soy consciente que genero un personaje en ese gesto cotidiano, pero eso solo se completa al momento de enfrentarme al resto de las personas. Es como si en esa obra en particular reconociera, abiertamente, que les demás son parte fundamental de esos actos cotidianos que creemos son personales. Es como decir que yo termino de vestirme cuando el resto me mira. Es un pacto.

Y detrás de cada una de esas pequeñas cartografías –me gusta verlas así– hay un saber, porque cuando se hace un registro tan evidente, aparece un conocimiento respecto a la vestimenta, respecto a la manera en la que una construye su cuerpo y su identidad, y la consciencia de lo que eso genera en los demás. Ahí es donde se establece de manera clara esa capacidad de crear un diálogo a través de la corporalidad.

Yo sabía, por ejemplo, que con algunas prendas me iban a tratar en masculino, me iban a decir niño o compañero. Con otras me iban a tratar de mujer, de mijita, de niña, de linda, de mi amor, de señorita, de bruja, de flaca o de reina. Varios de mis trabajos tienen eso; el reconocer de manera explícita la influencia de los demás en nuestro ser y explorar ese pacto compartido que es nuestro cuerpo, pero no como algo negativo, sino como una oportunidad de conocimiento. Porque ese saber nos pone en una posición más activa frente a lo que ocurre.

Para eso se requiere observación y experimentación. Pienso mucho que le tememos a la ambigüedad, a los matices, pero es bueno hacer el ejercicio de cruzar esa ambigüedad con la experimentación e implementar ejercicios con el objetivo de reconocer que hay tantas cosas que nos condicionan que son meros constructos sociales, que por qué no tomarlas, desarmarlas, anotarlas y armar otras.

En vez de dejar pasar esas palabras que me dijeron, por ejemplo, las anoté y las hice protagonistas. Incluso teniéndolas ahí y enfrentándolas, automáticamente introduje otro elemento en el día y eso me permitió tener otra perspectiva. Cuando esa observación se profundiza, nos da la oportunidad de entender esas redes invisibles que sostienen la cotidianidad. Poder intervenirla la vuelve más nuestra. Por eso las palabras son claves en mi trabajo; son pequeños ensayos de grandes procesos de investigación. O lo que saco en limpio de un proceso diario.

En el periodo en el que tenía una expresión de género más confusa, por ejemplo, las personas me gritaban y me paraban en la calle. Me ponía vestidos y tenía barba. Mientras menos me entendían, más ejercían violencia sobre mí. Todo eso lo fui registrando. En la medida que me fui amoldando a una categoría, o mientras más me acerqué al ideal cis-género, menos me discriminaron, pero ahora sufro más acoso callejero”.

“Para las que somos contracorriente, el placer está en encontrar lugares en los que podamos bajar la guardia”

“Pienso mucho en el placer, pero más allá de lo sexual, que de por sí escasea en las instancias educativas, más aún para las corporalidades disidentes. Para mí hoy la idea de placer está asociada a estos procesos del compartir. Y pienso que para las personas que vamos un poco en contra de la corriente del sistema sexo-génerico imperante, el placer está en los momentos de descanso y en encontrar lugares en los que podamos bajar la guardia. Está en abrir espacios y tensionar ciertas formas de sociabilizar y de entendimiento, pero no para estar siempre en la lucha, sino que para que la vida sea menos resistencia y más descanso y placer.

El placer está en tener lugares en los que no nos sintamos que estamos pisando huevos; tener espacios de cuidado, en los que no necesariamente estemos pensando que somos trans o travesti. Sé que es importante, por un lado, pero también poder sentir que no es lo único que nos determina. Al final, cuando más recuerdo que lo soy, es cuando más me lo recuerdan de una manera violenta.

Muchas cosas que para las personas cis son comunes y corrientes, para nosotres son grandes luchas. Ir al doctor, ir al dentista, que nos vean la zona de la boca, los pelos, la piel. Hoy en día el placer está en lograr esas cosas chicas que muchas veces parecen imposibles”.