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En el piso 16 del 501 de la Séptima Avenida está el atelier de Carolina Herrera. El lugar de donde salen sus colecciones y se fabrica prácticamente todo lo que lleva la etiqueta.

Lo que se respira ahí, más que el glamour asociado a una marca de lujo, es mucho trabajo. Un taller espacioso y blanco, pero lejos del minimalismo o una estética muy controlada. Aquí se cose, se borda, se corta, se pega, se hacen patrones. Se ven cajitas plásticas llenas de agujas, hilos y botones. Hay cajas rotuladas con etiquetas escritas a plumón. Maniquís con moldes. Ropa colgada. Un calendario en una pared. En otra, decenas de dibujos, muestras de géneros, de colores. Fotos de famosas en la alfombra roja llevando vestidos de CH. Repisas blancas llenas de sobres apilados en papel craft.

Un piso más arriba, en las oficinas, Carolina Herrera dibuja. Acá se confecciona y no se ven tacos ni trajes sastre, sino gente en delantales blancos detrás de grandes mesones.

A la entrada del atelier, decenas de rollos de telas se apilan en un mueble. Otros en una esquina, colocados en forma vertical. Hay con estampados de jazmines –la flor ícono de la marca–, rosas, y muchas flores inspiradas en "La Vega", la vieja hacienda venezolana de la familia Herrera, y que –como rezan los brochures– inspira colecciones de ropa y de perfumes. Hay géneros muy rojos y duros, otros livianos y vaporosos y varios en tonos de blanco, que estarán en los célebres vestidos de novia de la casa de moda.

En las máquinas de coser, operarias van uniendo partes de alguno de esos vestidos que son como la invencible armada de las colecciones de Carolina Herrera. Bordan sus flores y les van dando su forma final, ayudándose en patrones impresos en hojas colgados de un alambre. Hay algunos trajes llenos de detalles de pedrería y bordados; otros limpios y sin hombros, uno terminado en un rosetón. Todos desarrollados en casa. También hay vestidos de novia colgados en ganchos de fierro, envueltos en grandes bolsas de plástico transparente.

30 personas, de todo el mundo, trabajan en el taller donde se hace el 90 por ciento de la colección. El resto –el tailoring– se hace en Italia.

Durante el mes de junio se lanzó la colección resort Carolina Herrera con sus 300 looks, 200 de ellos para venta y 40 para la pasarela, que se trabajaron durante seis meses. Resort (o colección "crucero" como les dicen otras marcas) nació antes de los años 20, y eran hechas para los millonarios norteamericanos que pasaban las vacaciones de invierno en zonas cálidas o en el Mediterráneo. En una sala cerca de la oficina de la diseñadora, en el piso 17, están exhibidos varios de estos vestidos. Ella define la combinación de colores de esta temporada como una conversación de flores "¿Por qué no se pueden mezclar en un vestido como se mezclan en un jardín?", dice Carolina Herrera, quien mezcló los tonos bajo ese concepto. Hay vestidos con flores sobrepuestas de colores fuertes y más gruesas que la tela, otras que van trepando como enredadera por faldas muy amplias. Hay contrastes fuertes como negro y amarillo y fucsia en la cintura; celeste con verde y rosado, otro rojo con flores azules, algunos en telas más livianas como algodón y seda. Y uno de gasa en capas negras y blancas que solo se puede imaginar en la noche de los premios Oscar.

En lugar de cabeza, los maniquís tienen puestos enormes arreglos de flores hechos por Ingrid Carozzi, una de las floristas más famosas de Nueva York. Elegida en 2015 la florista número uno  por New York Magazine, la diseñadora y directora creativa de Tin Can Studios, en Brooklyn, y autora del libro Handpicked ha trabajado para publicaciones como Vogue, Martha Stewart Weddings, Design Sponge, The Knot, y para Carolina Herrera, de quien recogió en esta temporada sus ganas de mezclar colores como en un jardín. Sobre los vestidos puso rosas, ranúnculos, fresias, jazmines, anémonas, lisianthus entre grandes hojas verdes.

La primera colección de Carolina Herrera fue presentada en 1981.