Paula

Autoboicot y sobre exigencia: Somos nuestros propios límites

propialimitamte2

Hace casi cuatro años me contactaron de una editorial de libros y me ofrecieron escribir una novela cuyo eje central estaría relacionado a la temática de la migración. Siendo migrante y habiendo relatado alguna que otra vez mi traslado de un país a otro a los 15 años, la idea era dar cuenta, a través de un relato novelado, del fenómeno –que por ese entonces alcanzaba un nuevo peak en Chile– en edades complejas como lo son los años de la adolescencia.

La trama era libre y la cantidad de páginas también. Y en un estado de motivación inicial le propuse a la editora que, entre otras cosas, abordaría la sensación de arraigo y desarraigo y cómo era sentirse de muchas partes y de ninguna a la vez. Dos grandes ejes temáticos que conocía bien y que habían sido fundamentales en la configuración de mi identidad. Escribir sobre aquello no sería difícil, pensé. En definitiva, se trataba de las inquietudes que me habían marcado desde chica y que probablemente habían marcado a cualquier persona criada en una familia menos convencional y repartida por el mundo. Ese impulso inicial opacó cualquier cuestionamiento y posible temor y, sin darle muchas vueltas, firmé el contrato. Me podía tomar el tiempo que necesitara para escribir.

Pasaron los años y la novela quedó ahí a medio andar, archivada en una carpeta en mi computador. Hice otras cosas, asumí otros desafíos y empecé a desarrollar mi carrera de periodista por otros lados. Pero el libro –cuyo título y prólogo escribí en un dos por tres, sin siquiera saber bien cómo abordaría el resto– seguía ahí, haciéndome guiños cada cierto tiempo y apareciendo en mis sueños de forma intimidante.

Mi relación con esa figura fantasmagórica fue mutando: en una primera etapa lo abracé y lo quise mucho. Traté de entregarle mis tiempos libres entre una actividad y otra. Luego, cuando vi que no me estaba resultado, me frustré. Esa frustración, que no supe del todo cómo asimilar o enfrentar, devino en un rechazo profundo y, finalmente, el libro adquirió una connotación totalmente distinta: de ser un proyecto personal inspirador, sin mayores proyecciones y realizado con la única intención de narrar un relato humano –cosa que, por cierto, sigue siendo lo que me motiva a ejercer mi carrera– pasó a ser un recordatorio constante de algo que pudo haber sido y que nunca vio la luz. En definitiva, un recordatorio de mi fracaso. O lo que yo entendía por fracaso.

Verbalizarlo hacia fuera no fue sencillo. Frente a las preguntas recurrentes de mis amistades –que sin duda preguntaban porque creían y siguen creyendo en mí– yo me iba perdiendo en mis propias respuestas. Al principio buscaba en factores externos alguna justificación: no tenía tiempo, me costaba escribir algo tan personal –¿no había sido eso, justamente, lo que me pareció fácil en un principio?– y me faltaban una infinidad de libros por leer antes de escribir uno propio.

Luego busqué maneras de evitar ese tipo de enfrentamiento tan directo y esquivé toda posible conversación cuyo destino final fuese el libro. Me sentía interpelada y ya no tenía con qué excusarme. Tiempo tenía, habilidades también. Pero aun así no estaba siendo capaz de hacer frente a ese desafío. Desafío que, por cierto, en mi cabeza se iba transformando en una montaña cada vez más inabordable. ¿Qué pasaría si no me quedaba lo suficientemente bueno? Mi historia no era tan inspiradora y como la mía habían millones. Si a mí no me impresionaba, ¿por qué habría de interesarle al resto? Y, por sobre todo, ¿quién era yo para hablar sobre la inmigración?

Preguntas como esas se hicieron cada vez más frecuentes y en poco tiempo entré en un círculo vicioso sin salida. Esas dudas se volvieron excusas que me inhabilitaron por completo. Y eso, a su vez, me generaba más frustración.

Y es que si bien en cierta medida lo sabía, me estaba costando dilucidar de manera consciente que no existían barreras o limitaciones tangibles, y que lo único que me estaba obstaculizando era mi propia mente. No había una fuerza mayor o una conspiración energética en mi contra. Tampoco habían situaciones adversas que me impidieran realizar lo que tenía que hacer. Solamente estaba yo, mi cabeza, mi leve dificultad por abordar una tarea en particular y mi total incapacidad por asumir que me estaba costando. Porque de haberlo asumido, la tarea quizás hubiese adquirido una connotación más amigable y esa dificultad no habría sido un impedimento. Pero a esas alturas ya le había atribuido tanta importancia y tanto peso, que no era capaz de observarlo sin sentirme agobiada. Me estaba autoboicoteando y en ese autoboicot estaba negando mi realidad, por un lado y, por otro, sintiéndome cada vez peor por no lograr la meta que me había propuesto.

Porque sabotearse los propios planes tiene esa característica. Como explica el psicoanalista y docente de la Clínica de Psicología de la Universidad Diego Portales, Felipe Matamala, lo más difícil cuando nos vemos incapacitados de lograr una meta, es apelar al amor propio o a los recursos que hemos ido desarrollando. En cambio, lo que solemos hacer es recurrir a imposiciones externas con tal de no mirar hacia adentro. "Nos cuesta mucho reconocer que las dificultades a veces se dan por situaciones o disposiciones personales, por miedos o ansiedades. En vez de identificar esas situaciones y entenderlas, tendemos a recurrir a aspectos exteriores y buscar una excusa para no visualizar en nosotros mismos algo que podría ser muy doloroso. Esto se transforma en un mecanismo de defensa", explica. "Muchas veces, cuando nos proponemos metas o deseos y no logramos cumplirlos, damos paso a una sensación de fracaso que es muy difícil de sobrellevar. Y esa sensación genera angustia por no haber cumplido ciertos ideales propuestos por nosotros mismos, dando paso a la sensación de culpa. A eso sumémosle la culpa que nos genera a su vez alcanzar las metas; una idea que Sigmund Freud plantea en su libro Los que fracasan cuando triunfan y que se sigue aplicando en el psicoanálisis. Ser mejor que los padres, o superarlos, nos puede generar problemas si idealizamos a nuestros padres. Porque si los perdemos a ellos, no hay nadie que nos proteja".

Pero, ¿por qué nos pasa esto? Según el psicólogo y académico de la Universidad Adolfo Ibáñez, Claudio Araya, a veces queremos conseguir algo y eso nace desde una buena intención. Hay una buena predisposición y ganas, sin embargo, vivimos insertos en una cultura que premia el éxito y que promueve la autoexigencia. Tanto, que nos proponemos conseguir todo rápido, con ímpetu e intensidad. Y en ese mismo intento, fallamos en la misión. "En la psicología clínica se habla de que la solución o intento de solución es parte del problema. Como cuando se busca a toda costa ser feliz y en ese intento no lo conseguimos. En ese sentido, lo más valioso es saber soltar las propias expectativas", asegura.

Existe una corriente y línea de investigación psicológica, como explica Araya, que busca cultivar la autocompasión o bondad hacia uno mismo como contracorriente de la autoexigencia y las frustraciones que eso conlleva. No es una manera de sentir lástima por uno mismo, sino de tratarse, en palabras de Araya, como trataríamos a un buen amigo.

En el 2019, el especialista participó de un estudio realizado en 11 países para dar cuenta de las prácticas de autocompasión y autoexigencia a nivel mundial. Se estableció que en las sociedades más individualistas, la autocompasión se manifiesta menos. A su vez, que la autoexigencia y permanente autocrítica –versus una aceptación de lo que nos cuesta– tiene efectos nocivos que terminan por inhabilitar a la persona, generándole mayores síntomas de estrés y ansiedad.

"Está demostrado que la autocompasión tiene efectos más favorables que la autoexigencia, tanto en un mayor bienestar psicológico como en mejores resultados. Porque cuando se actúa desde la autocompasión, se hace desde el gusto y el disfrute. En cambio, cuando se actúa desde la exigencia, se da desde la emocionalidad del miedo. Eso puede ser útil a corto plazo, pero a mediano y largo plazo no es sustentable y afecta el rendimiento. En ese escenario se da el autoboicot".

Más sobre:Autoboicot

COMENTARIOS

Para comentar este artículo debes ser suscriptor.

¿Vas a seguir leyendo a medias?

Todo el contenido, sin restriccionesNUEVO PLAN DIGITAL $1.990/mes SUSCRÍBETE