Autoimagen

autoimagen



La última semana he tenido que revisar fotos de mi pasado, desde 1997 hasta ahora. Fotos estáticas, que no dan cuenta de contexto. En todas aparezco siempre sonriente, sin embargo, recuerdo que al posar, lo hacía con un juicio feroz respecto de cómo me veía. Verlas 26 años después, con los ojos de hoy, me hace reflexionar sobre la percepción que tenemos no sólo de quienes estamos siendo, sino también respecto de cómo nos vemos y cómo nos hemos visto a nosotras mismas a lo largo de nuestra historia.

Taylor Swift lanzó el año pasado una canción que tituló Anti-hero, single que aludía básicamente a sus inseguridades y a cómo sintió alguna vez que era su apariencia. Fue un éxito de ventas y también instaló una conversación que me pareció interesante.

Cómo nos vemos a nosotros mismos nada tiene que ver con “objetividad”, sino más bien con la representación mental que tengo de mí misma, algo muy difícil de modificar pues es como si estuviera anquilosada a quien soy. Si bien no sólo se alimenta de lo que mis ojos ven de mí, también es reforzada por el juicio de los demás y los estereotipos de cómo una persona debiera verse. Y he ahí la complejidad de eso que llamamos autoimagen, pues no sólo tiene que ver con cómo me veo, sino como creo que otros me ven y cómo percibo lo que ven los otros de ti. Y ahí entran en escena los otros, quienes, para hacerte sentir mejor, te ofrecen desde cirugías bariátricas, botox, cortes de pelo, láser, cambiar tu clóset y un largo etc… Cosas que no caben en una columna, como si esas soluciones tuvieran la fuerza de “combatir” una autoimagen que te genera sufrimiento.

Autoimagen

Pensemos en el mito de Narciso, un joven extraordinariamente bello quien ante su presencia enamoraba a hombres y mujeres, lo que lo convirtió en un ser profundamente vanidoso que despreciaba a todos los que se enamoraban de él además de ser incapaz de ver la belleza de nada ni nadie. Ovidio contó que un día Narciso estaba en un bosque y fue visto por una ninfa llamada Eco, quien al verlo se enamoró. Sin embargo, él la rechazó. Al ver esto, la diosa de la justicia, Némesis, decidió vengarse e hizo que Narciso se acercara a un arroyo y viera su rostro, provocando su autoenamoramiento. Al intentar besar ese rostro, Narciso se ahogó y murió.

Este mito, que se lee exagerado, da cuenta de lo poderosa que resulta la autoimagen en los seres humanos. La importancia del cómo me veo no sólo impacta en mi representación mental, sino también en las cosas que hago, en lo que pienso respecto de mí, en las creencias que tengo sobre lo que los otros piensan de mí, incluso qué actitudes adopto y qué emociones va a experimentar mi cuerpo. Cómo esta imagen que tengo de mi mismo puede afectar la manera en que me relaciono con otros, porque lisa y llanamente no me siento suficiente. Intervengo mi cuerpo con inyecciones, mutilaciones, dolorosos tratamientos para caber en un estándar que, además de ser lapidario, es dinámico, cambia de generación en generación.

Ha habido esfuerzos por parte de los activismos, como por ejemplo Virgie Tovar, con su libro You have the right to remain fat que trata de instalar la idea de los cuerpos diversos, esos intentos han sido vanos, sobre todo porque se ha transformado en una guerra donde David son los activistas y Goliat es la industria de la moda. Sin embargo, también oímos con frecuencia a niños pequeños decir “No se habla de cuerpos ajenos” y eso da cuenta que ha ido emergiendo un cambio cultural respecto de la diversidad de los cuerpos, entendiendo que los cuerpos no son estáticos, engordan, adelgazan, se deforman, envejecen.

La autoimagen en general no se ajusta a lo que otros ven, sino que está supeditada a lo que tú ves y lo que tú ves está relacionado con la construcción social de los cuerpos deseables.

¿Cómo? Mediante la presión social. Fui adolescente en la época de las supermodelos Cindy Crawford, Naomi Campbell, Kate Moss, Claudia Schiffer, entre otras. Bellezas sublimes, inalcanzables, que además se veían felices y eran multimillonarias ¿Por qué no querer parecerte a ellas? Ibas a una peluquería y ahí estaban, espléndidas en una portada.

Cada foto, cada portada, cada alfombra roja marcaron a fuego en muchas adolescentes de la época sobre cómo teníamos que vernos. Hoy eso no es muy distinto. El estilo de pronto cambió, es más “cercano”, puedes seguirla en alguna red social, pero siguen cediendo a una presión social y así se va convirtiendo en un círculo vicioso.

La autoimagen no responde a una frivolidad, sino a la configuración de identidad, por lo que como sociedad somos todos responsables de dónde vamos poniendo nuestro acento.

Hace poco aprendí con la neurocientífica Nazareth Castellano de la importancia del diálogo interno, que es muy autorreferencial y que, sobre todo cuando estamos muy estresados, ese diálogo no podemos pararlo porque funciona de manera automático.

En ese parloteo mental, que en este caso es la autoimagen distorsionada de mi cuerpo, propone prestar atención a las sensaciones corporales de nuestro cuerpo o lisa y llanamente, repetir algo, un mantra, una canción, una oración, pues mantiene el lenguaje pero hace que no estemos rumiando ese problema en bucle.

Antes de cerrar esta columna, vuelvo a revisar esas fotos del pasado y me dan ganas de decirle a esa adolescente y joven que como era, era preciosa y que nadie la convenciera de lo contrario.

* Dominique es Psicoterapeuta -sistémica, centrada en narrativas- y magíster en ontoepistemología de la praxis clínica. Se desempeña como docente universitaria y supervisora de estudiantes en práctica. Atiende a adultos, parejas y familias. Instagram: @psicologianarrativa.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.