Desde niña que soy observadora de aves. Se me hace fácil reconocer sus vuelos, distinguir cómo terminan sus alas y diferenciarlas según tamaños, hábitat, si andan solas o en grupo, si andan escurridizas entre matorrales, sobrevolando pastizales y campos abiertos o en altura entre las montañas. Por eso los humedales, aquellos ecosistemas que albergan gran cantidad de biodiversidad con aves migratorias y residentes, son unos de mis lugares favoritos. Ver el atardecer en la playa, repleto de gaviotas y pelicanos sobrevolando el mar, con yecos secando sus alas sobre las rocas y los zarapitos en grupo jugando con el vaivén de las olas es para mí uno de los momentos más lindos que regala la naturaleza y que más extraño en estos días.
Pero lo alucinante de las aves es que sin importar dónde estés, las puedes observar. Y es que si agudizamos nuestra vista, estamos en silencio y nos damos el tiempo de escucharlas y sentirlas, es posible conectar con ellas. Yo vivo en el quinto piso de un edificio y mi departamento da hacia una calle muy transcurrida. Pero en estos días, como ha bajado el tránsito, sobre todo los fines de semana, he logrado identificar algunas visitantes y observar sus comportamientos.
Arriba de mi edificio, por ejemplo, hay un nido de tiuques, ave de rapiña color café muy abundante en campos y ciudades de gran parte de Chile, que emite unos fuertes chillidos reconocibles a lo lejos (escuchar aquí). Con las alas extendidas puede llegar a medir 90 centímetros.
Todos los días, como al medio día, llega un grupo de aproximadamente diez tordos a instalarse en el liquidámbar frente a mi edificio. Es fácil reconocerlos incluso a lo lejos, porque les gusta alimentarse en familia y hacen un chirrido con trinos y notas ásperas (se puede escuchar aquí). Se confunde mucho con el mirlo, un pajarito de la misma familia, pero más pequeño y tornasol. El tordo, en cambio, es color negro parejo, es más grande (hasta 28 centímetros) y tiene un pico largo y pronunciado.
Hace algunos días pude identificar un aguilucho. Viajaba solitario de sur a norte descendiendo y planeando en círculos a una altura en que reconocí su pecho y abdomen blancos, con las puntas de sus alas más redondeadas que un ave de rapiña normal, con los contornos más grisáceos y la cola oscura. Su dorso es rojizo, pero no pude observarlo en vuelo. Es el aguilucho más común de Chile, aunque en general habita en zonas abiertas y bordes de bosque. Por eso fue tan impactante verlo sobrevolando edificios. Con las alas estiradas llega a medir 151 centímetros, un poco menos que los típicos jotes negros que vemos en el campo o la playa.
Raras también he visto con frecuencia estos días, sobre todo merodeando en los jardines de los edificios. Se comportan parecido a los chincoles o los zorzales en ese sentido: les gusta husmear el suelo. Hace unos años que las raras comenzaron a habitar Santiago. Probablemente bajan de la pre cordillera en busca de alimento y agua. Estas aves son unas de mis favoritas, porque son bellísimas y no se van cuando me acerco despacio para contemplar todos sus detalles. Casi siempre andan en pareja. Tanto el macho como la hembra tienen unos ojos muy redondos de un rojo intenso y el dorso café jaspeado. El macho tiene el pecho anaranjado y las alas oscuras, con líneas blancas más cerca del dorso. La hembra tiene el pecho color hueso, con alas negruzcas sin parches blancos. Se puede confundir con una loica, pero la verdad es que son muy distintos. La loica es un poco más grande y el macho tiene un parche rojo muy intenso en el pecho y el abdomen.
En mi calle he podido observar también al chercán, aunque no con tanta frecuencia. Siempre lo veo solo, moviéndose escurridizo entre las ramas de un acacio o algún árbol de mediana altura. Es un pájaro diminuto de no más de 11 centímetros, con ojos como puntos negros, el pico largo un poco curvado, la cola prominente, parada y rojiza en la base, el dorso pardo y el pecho blanquecino. Como es pequeño, se escabulle entre las ramas y es difícil seguirlo con la mirada, pero se puede distinguir por su trino muy rápido, cortito y agudo (se puede escuchar aquí).
Para darse algunos respiros entre el teletrabajo y la oficina y enseñar a los niños la importancia de observar con detención las aves desde el lugar en el que estén, pueden revisar la guía Aves de Chile de Álvaro Jaramillo, con las hermosas ilustraciones de Peter Burke y David Beadle. Personalmente me ha sido de mucha utilidad para aprender a reconocerlas. También se puede descargar en scribd.