Bordar es resistir

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La única vez que bordé fue al final de mi embarazo. Estaba llegando a la semana 42 con una ansiedad que no podía controlar porque pensaba que mi guagua no nacería nunca, y en esos últimos días me compré una tela, aguja e hilos y me puse a bordar. No tengo ninguna habilidad manual, pero por alguna memoria ancestral femenina me sumergí de manera intuitiva a una actividad que nunca me atrajo mucho. Pero para mi sorpresa, el ir y venir del hilo por la tela me ayudó a resistir mi cuerpo, a aceptar la única posibilidad que tenemos los seres humanos en relación al tiempo y a la realidad que nos circunda; habitarlo en contra de cualquier intransigencia o ansiedad.

Después de esa única vez no creí que volvería a bordar. Sin embargo, aquí estoy de nuevo, en un café, con hilo y aguja en mano, junto a otras 15 mujeres que hacen lo mismo. El escenario es totalmente distinto; el país ha cambiado. Hace unas semanas un grupo de estudiantes decidió saltarse los torniquetes del metro en señal de protesta por el alza del pasaje y ese acto de evasión y de rebeldía se convirtió de la noche a la mañana en un estallido social sin precedentes, que ha sumido a Chile en marchas, cantos y consignas. En hambre de justicia social. En la reivindicación de los invisibilizados. También en gritos y en golpes, en lacrimógenas, en incendios, saqueos y violencia. Hemos vivido en solo unas semanas un proceso social de años, y entre sus secuelas no solo está el hecho de que Chile cambió, sino también que hay centenares de malheridos y casi 220 manifestantes han perdido un ojo por balazos lanzados directo a sus rostros. Por eso esta vez no bordo un paisaje, un animal o una flor, sino un ojo. Cada una de nosotras borda a su propio ritmo y en su propio estilo un ojo abierto. Un ojo furioso, un ojo herido. Un ojo que despertó.

El acto de bordar ha unido a las mujeres durante siglos. Ha sido una excusa para juntarse a hablar de cosas sin importancia y de otras más profundas, y a crear hilos entre nosotras a través de experiencias individuales y colectivas, fraternales e incluso políticas. Las chicas con las que bordo en este café son parte de "Bordando resistencia", un colectivo de feminismo y bordado que iniciaron hace unos meses Agustina Bosio, Leslie Vallejos y Tania Macuer con la idea de generar un espacio de encuentro, colaboración y cuidado entre mujeres. Bastó con hacer una cuenta de Instagram para que acudieran decenas al llamado; mujeres de diferentes contextos, edades, profesiones y oficios. Resisten juntas al hecho de ser mujer en una sociedad patriarcal y machista, y lo hacen compartiendo, conversando, acompañándose. Bordan consignas feministas e imágenes de mujeres que representan su propia experiencia de vida.

Siguen, además, un legado de larga data; el bordado ha estado siempre presente en los movimientos feministas, desde las sufragistas hasta el movimiento de liberación femenina. Las feministas lograron darle una vuelta a ese espacio doméstico no productivo y transformarlo en una herramienta de comunicación y de cambio. Se volvió útil en la medida que unió a las mujeres para sanar heridas, para resistir. Cuando en octubre del 2017 explotó el movimiento #Metoo, fue un bordado con la frase Boys will held accountable for their fucking actions (los hombres serán responsables de sus jodidas acciones), que reinterpretaba la conocida frase "boys wil be boys", el que terminó convirtiéndose en una de las consignas oficiales del movimiento. Fue una de las respuestas de las redes a los abusos sexuales de Harvey Weinsten, y lo viralizó la actriz Rose Mcgowan, una de las víctimas del productor y también una de las voceras más fuertes de las denuncias contra él. La autora del bordado, Shannon Downey, lleva una cuenta con varias piezas donde estampa consignas políticas y feministas.

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El bordado como acción política

En el primer encuentro del colectivo "bordando resistencia", en julio de este año, sus integrantes conversaron acerca de cómo el oficio del bordado ha acompañado la resistencia a lo largo de la historia. Cómo a través de las puntadas se va generando un lenguaje que permite comunicar hechos o experiencias, sustituyendo muchas veces la palabra o la escritura y transformándose en un medio alternativo de documentación histórica. Pero no fue hasta el 18 de octubre, cuando estalló el movimiento social en Chile, que su quehacer pudo plasmar ese sentido. Es por eso que por ahora han dejado en pausa el feminismo y se juntan a bordar las consignas de este movimiento. Arriba de una mesa que va creciendo a medida de que llegan más y más mujeres, hay un lienzo bordado que dice "hasta que la dignidad se haga costumbre". En la misma mesa tienen desplegados dibujos de ojos que van calcando en las telas. Cada uno de esos ojos irá a un proyecto mayor; más de 300 bordadoras de todo Chile donarán sus obras para la confección de un gran lienzo que se usará en una intervención en Concepción y que finalmente será donado al Museo de la Memoria.

¿Cómo influye la contingencia al colectivo? ¿Sienten que hay algo que cambió?

Evidentemente. No somos las mismas. A pesar de las dificultades para movilizarnos, hemos tratado de juntarnos más seguido, sobre todo pensando en lo contenedor que es nuestro grupo y en cómo podemos volcar en él todas nuestras ansiedades y nuestros anhelos. Varias de las participantes han trabajado en forma paralela proyectos de bordado que las acompañan en las marchas y que permiten comunicar a través de hilos y puntadas nuestro sentir. En este contexto el proyecto recobra el mayor sentido; esta idea que nace por comprender que nuestra resistencia era compartir, conversar, acompañarnos y tenernos, podemos extenderlo y llevarlo a otro espacio más comunitario y diverso. El 18 de octubre nos mostró que nuestro deseo se cimentaba en las raíces y la fuerza de una sociedad que necesitaba reencontrarse, mirarse y abrazarse.

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Tejido social

La tradición del bordado en Chile también ha significado una forma de expresión de ideas políticas en momentos de álgido movimiento social como el que vivimos ahora.  Las arpilleristas de los años 70 y 80 se convirtieron casi en un medio de comunicación a través del cual podían difundir la realidad silenciada del país. Después del Golpe de Estado de septiembre en 1973, algunas familiares de detenidos desaparecidos y prisioneros políticos tomaron el bordado para contar y desahogarse de la cruda realidad que estaban viviendo; lo que antiguamente hilaba paisajes se convirtió en una forma de retratar y evidenciar escenas de muerte, consignas políticas, palabras de esperanza, el exilio, la pobreza o los centros de detención. Su quehacer se volvió incómodo para la dictadura y fueron perseguidas por el régimen. A pesar de eso, su trabajo llegó a ser reconocido internacionalmente. Actualmente algunas de las obras confeccionadas en ese tiempo son parte de una exposición en el Museo de la Solidaridad Salvador Allende. Roser Bru, Marta Palau y Gracia Barrios son algunas de las autoras de las piezas exhibidas. También las bordadoras de Isla Negra, una agrupación de mujeres de esa localidad que llegó a exponer en la Bienal de Sao Paulo en 1973. Convergiendo diversos formatos, técnicas y autorías, la muestra, titulada Tejido social, que se expone hasta febrero del próximo año, reúne piezas textiles ligadas a la historia de Chile. Entre las obras se encuentra un impresionante tapiz de 8 metros de largo por 3 de ancho bordado por Gracia Barrios, el cual estuvo desaparecido durante décadas. Fue creado por la artista en los años 70 para la inauguración del edificio de la Unctad III. Tras del Golpe de Estado, la obra desapareció y por mucho tiempo se pensó que había sido destruido por los militares. Pero sobrevivió gracias a una cadena de personas que lograron rescatarlo, y en el año 2000 volvió a manos de su autora.

El tapiz, titulado "Multitud III", retrata en una marcha a una multitud reunida en torno a la bandera de Chile. Plasma en parte el sueño de un grupo de gente despierta, a la espera de los cambios y totalmente esperanzada del futuro. Una imagen que bien podría ser lo que vemos actualmente en las calles. Josefina de la Maza, curadora de la muestra, dice que son obras que tienen un deseo envolvente, que hacen que uno se sienta parte de la revolución en la cual fueron hechas. "Estas obras han estado más tiempo desaparecidas que en exposición. Después de todos los años que estuvieron ocultas, de todos los daños que sufrieron en el camino, exponerlas es volver a darles dignidad".

¿Cómo se relee la muestra desde este estallido social?

Las obras resuenan en medio de este estallido porque apelan a la idea del tejido social, donde las personas representamos cada uno de sus hilos. No podemos vivir unos sin los otros porque somos partes de esta red. El tejido siempre ha estado presente como una especie de metáfora laxa en las ciencias sociales, pero ahora uno lo escucha en la prensa, en las conversaciones y en varios cabildos. El concepto ha ido tomando más fuerza. Ver estos bordados es una invitación a pensar en pequeñas formas de resistencia. En pequeñas formas de restaurar ciertos vínculos con nosotros mismos, con nuestro entorno y con nuestras comunidades más inmediatas.

¿Está el bordado presente en el movimiento actual?

Actualmente el textil está teniendo más importancia, y esa importancia está asociada a ciertas historias de resistencia. Hay grupos textileros que salen a cada una de las marcha portando lienzos bordados o realizados a través de pachtwork. Apelan a la importancia de los procesos comunitarios de cocer juntas, de bordar juntas. Eso tiene que ver con el llamado que estamos viviendo hoy, ya que es importante cambiar las estructuras en las cuales hemos vivido en las últimas décadas, incluso desde una práctica que a veces parece que ser tan íntima como el bordar. Como dijo alguna vez Miria Contreras Bell, quien fue la secretaria personal de Salvador Allende, conocida como La Payita: "también se puede hacer la revolución con una aguja y con un hilo".

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