De buenas y malas madres
En 2015, María Paz Rodríguez escribió la novela Mala Madre, que cuenta la historia de una mujer que abandona a su familia y de cómo eso marca a dos generaciones. Esa mujer de ficción en realidad es su abuela. Aquí, la joven escritora cuenta una parte de la verdadera historia que cruzó su vida y la de su madre, y que inspiró un libro que fue un verdadero exorcismo familiar.
Paula 1198, Especial Madres. Sábado 23 de abril de 2016.
La mala madre
A mi abuela no la conozco, nunca quiso conocernos a mi hermana y a mí. Todo lo que sé de ella es lo que me han contado mis tíos, algunas amigas suyas y mi madre. Cuando éramos chicas, mi mamá hizo un álbum de recortes con fotos y notas del diario sobre ella. Gracias a esos recortes me fui haciendo una idea de su personalidad y armando un esqueleto sobre su vida, porque me interesaba su personaje. Este álbum es lo único que mi mamá conserva de su madre.
Mi abuela era muy lectora y bohemia; salía con poetas, con artistas, con intelectuales de los años 60 y 70 en Chile. Y siempre fue rebelde. Según lo que me han contado, tenía una personalidad enigmática; era de altos y bajos y vivía angustiada. Yo creo que su historia se parece un montón a lo que vivió la Teresa Wilms Montt, muchos años antes, en ese mismo contexto.
Cuando niña, y después de que a su padre lo fusilaran en plena Guerra Civil de España, mi abuela llegó en un barco lleno de inmigrantes y creció en un ambiente muy conservador con sus tías y su madre. Tengo la impresión que desde chica nunca la dejaron ser. Pienso que el arte y los libros fueron un escape al ambiente represivo en el que vivía; lo único que les dio algo de sentido a sus días. Ya de joven, el matrimonio y los hijos fueron una especie de cárcel para ella; una imposición que la atormentó hasta el límite de tener que abandonar todo lo que había construido en Chile.
Ella era artista, se fue de Chile en los años 60 en una época en la cual no era bien visto que las mujeres estudiaran o fueran independientes. Y, aunque ella intentó tener una vida convencional, no pudo con la maternidad ni con el matrimonio. Algunas personas me dicen que ella no estaba hecha para tener hijos, pero creo que, más que eso, mi abuela no estaba hecha para las reglas. Supongo que con un tablero diferente otro hubiera sido su juego. Pienso que yo misma en esas condiciones, tal vez, también me habría ido. Creo que la ficción puede rehacer realidades; conversaciones que nunca existieron, cosas que en el momento no se dijeron. No la juzgo, escribí una novela para redimirla y no repetir su historia. Le dediqué esa novela a mi madre que ha sido siempre mi admiración.
Creo que hoy mi abuela es un fantasma.
Creo que hoy mi madre ya no piensa en ella.
Mala Madre es una novela basada en la vida de mi abuela, porque durante años quise entender por qué se fue y nunca volvió. Pensaba que inventando su propio relato me acercaría a ella y eso me traería respuestas. Siempre la figura de mi abuela fue un tema medio prohibido, más que nada, porque nadie sabía mucho sobre su paradero o sobre qué la impulsó a abandonar a su familia.
Mi madre tenía 10 años y era la segunda de cinco hermanos cuando su mamá se fue. Ellos la buscaron, la llamaron, la persiguieron durante años, pero ella se negó a recibirlos y retomar contacto. Vino a Chile varias veces y nunca buscó a sus hijos, no tengo duda de que para evitar preguntas y el rechazo natural que su familia habría tenido con ella. Me imagino que no fue fácil irse, pero más difícil es volver y dar explicaciones. Ella nunca las dio. Por mi parte, nunca me atreví a acercarme a ella. Ni a llamarla o escribirle. Haber escrito Mala Madre es lo más cercano a un vínculo con mi abuela.
Pienso que esos secretos de familia, que se esconden durante años, son los que hacen que inconscientemente se repitan las historias y los patrones. Y para mí fue liberador entenderla y darle un lugar en nuestra cronología. Yo tenía 18 años cuando recién supe de su historia y, a pesar de lo que se decía de ella, había algo que se me escapaba y que me atraía de su vida. Me pregunto qué hubiera pasado si le hubiera tocado nacer en una generación como la mía, en la cual las mujeres estudian y eligen el tipo de vida que quieren llevar.
Ahora, hay algo de su herencia en el hecho de que mi mamá sea ceramista, mi hermana artista visual y yo escritora. El arte y los libros son un detonador peligroso que mi madre podría habernos prohibido a mi hermana y a mí, y que, sin embargo, siempre incentivó en nosotras. Y aunque no la hayamos conocido, en cierta forma, las tres estamos perpetuando el lado bueno de su mitología. La mujer rebelde y artista, en oposición a la mala madre que fue en su momento.
"Por mi parte, nunca me atreví a acercarme a ella. Ni a llamarla o a escribirle. Haber escrito Mala Madre es lo más cercano a un vínculo con mi abuela", dice María Paz Rodríguez. Mala Madre fue editado por Alfaguara.
Sobre la buena madre
Desde que tengo uso de razón, cada vez que algún conocido de mi mamá me ve, me dice que soy un clon de ella. Eso me gusta, porque mi madre me enseñó el ejemplo del trabajo. Hace 25 años, mi mamá emprendió un taller de cerámicas cuando el rubro casi no existía en Chile. Empezó tocando puertas para vender sus cerámicas en las pocas tiendas que había y le fue bien. Lentamente fue construyendo sus talleres y hoy, es una gran empresaria de la decoración. Además, saca fotos, pinta cuadros, esculpe, teje, cose y no se agota en lo que produce, sino que siempre está inventando algo nuevo. Mi madre, creo, es una mujer fuerte, con carácter, que tuvo que construirse a sí misma después de lo que le pasó con mi abuela. Me gusta pensar que la cerámica, algo tan frágil, proviene de una persona tan fuerte. Me imagino que la veta artística es demasiado directa en su caso. La admiro por cómo se sobrepuso al abandono, porque yo la tuve a ella, pero ella no tuvo a su madre.
Recuerdo que cuando éramos chicas, mi mamá se esforzaba de sobremanera por estar presente; por no perderse nada de lo que hiciéramos. A pesar de que siempre ha trabajado mucho, ella trató de ser el opuesto de mi abuela. Le encantaba que confiáramos en ella y participar de todas nuestras actividades. Me imagino que quería hacerlo bien y reivindicar el abandono que le tocó vivir. Y aunque la figura de su madre estaba aún demasiado encima, mi madre jamás se sintió víctima ni nos crió con miedo.
Tanto así que mi hermana y yo nos dedicamos al arte y a la literatura. Ella es escultora y yo escribo. Creo que quise que esas dos profesiones estuvieran muy presentes en mi novela, porque lo están en mi familia. Quise que todas las protagonistas fueran artistas visuales; quise también que la nieta fuera escritora, aunque nada de lo que sale en la primera parte del libro sea verdad. Pienso que para la familia de mi mamá fue un exorcismo leer Mala Madre.
Ni mi hermana ni yo tenemos hijos, aún no se ha dado. Y a pesar de que existe una cierta aprensión por el tema, creo que hoy, al menos yo, ya no siento temor de empezar esa parte de mi vida. Antes de escribir el libro, tenía miedo de que la maternidad me consumiera, como he visto que pasa a menudo. Pero ahora lo veo de otra manera. Más en paz. Más con ganas. Creo que es una etapa que no me quiero saltar, porque ya no tengo más deudas conmigo.
Mucha gente me ha preguntado si le voy a mandar el libro a mi abuela, la verdad, no sé ni dónde vive, pero tengo la esperanza de que algún día ella lo lea. Ojalá, si alguien sabe de su paradero, se lo mande.
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