Carolina Pérez Carvallo: El derecho al placer
Según el II Estudio Nacional de la Discapacidad, en Chile un 20% de personas adultas tiene alguna. Esto equivale 2.606.914 millones de chilenos. A la falta de espacios inclusivos, se les suma otra carencia: lo poco que se habla de su sexualidad. Para Carolina Pérez Carvallo (37), quien quedó tetrapléjica en un accidente hace catorce años, el placer es un derecho humano. "Tenemos derecho a conocer nuestros cuerpos, a gozar y a vivir nuestra sexualidad en plenitud", dice. Esta es su lucha.
"Toda la vida fui deportista. Me levantaba muy temprano, me iba al Hotel Ritz donde trabajaba como acupunturista, en la tarde estudiaba medicina china y en las noches practicaba Aikido. No paraba. El 6 de septiembre de 2004 me intoxiqué con unos mariscos que había comido en la casa de mis papás y pasada la medianoche les pedí que me llevaran al hospital. Íbamos en camino cuando en la esquina de Bulnes con Balmaceda otro auto nos chocó.
No fue un gran accidente, sino un topón leve. Mi papá iba manejando, mi mamá en el asiento del copiloto y yo atrás. Como iba con la cabeza apoyada en la ventana, el golpe provocó que de un solo latigazo se me reventara la cuarta cervical. Me di cuenta que algo había pasado porque perdí la movilidad y la sensibilidad de inmediato. Dejé de sentir mi cuerpo. Tenía 24 años.
Me internaron en la Clínica Santa María, donde quedé con ventilación mecánica en situación crítica. El médico me dijo que tenía que operarme de inmediato. Si todo salía bien, iba a quedar tetrapléjica, con ventilación mecánica y postrada en la cama por siempre. Si la operación salía mal, iban a esperar que se me acabara el aire dentro del box. No recuerdo qué sentí en ese momento. Estaba completamente bloqueada emocionalmente. Pero la operación salió bien y, contra todo pronóstico, estuve poco tiempo con ventilación mecánica. Ahí fue cuando empecé un proceso de rehabilitación muy duro desde lo físico, pero muy bonito desde lo personal.
Al principio no tenía ningún tipo de sensibilidad desde mentón hasta la punta de los pies. Tampoco movilidad. Recién empecé a recuperarla a los tres meses, y aunque sin cuello ortopédico se me caía la cabeza, fui afirmándome centímetro por centímetro y hasta que pude mantener mi cabeza recta. Como tenía la disciplina de las artes marciales, me tomé muy en serio la terapia. Eso hizo que avanzara rápido.
Cuando empecé la rehabilitación, el médico me preguntó si estaba con pareja. Como le respondí que no, él me dijo que entonces no había nada que hablar de sexualidad. Si yo no hubiera estado bien parada eso me podría haber tumbado, porque su respuesta fue como si me hiciera una histerectomía a nivel emocional. Yo en ese minuto estaba abriéndome a la posibilidad de preguntarme acerca de mi orientación sexual, y me di cuenta de que era lesbiana. Cuando le conté a mi mamá, me puse a llorar y me di muchas vueltas para decirle. Ella me dijo que ya sabía. Le pedí que le contara a mi papá y a mi hermano, pero me explicó que ellos también estaban al tanto. Todos sabían menos yo. En ese momento me di cuenta de que tal como tenía que aprender a conocer mi cuerpo después del accidente, tenía que aprender a aceptarme como homosexual. Nunca lo sentí como una carga.
Durante la terapia aprendí que había dos alternativas para enfrentarme a mi discapacidad; desde la carencia o desde la abundancia. Por estadísticas, no debería haber salido viva de pabellón, pero sobreviví. Y lo agradezco. Empecé a buscar trabajo y a recuperar mis espacios. Al poco tiempo, fui con unas amigas a un bar gay en Bellavista y conocí a la primera mujer con la que salí y con la que tuve una relación sexual. No tenía miedo de tener un encuentro íntimo, pero tenía dudas sobre mi sensibilidad y qué iba a pasar. Había estado un año y medio en rehabilitación, donde jamás se había tocado el tema. ¿Cómo lo iba a hacer?
En ese momento recién había cumplido 25 años. Ella, en cambio, era una chica con muchísima experiencia, que no se hizo ningún tipo de problema con mi discapacidad. Si la hubiera visto dudar, me habría complicado, pero me sentí cómoda, lo que creo que se debió a su seguridad. Mi lesión es hasta la mitad de la médula, no es completa, y por eso tengo la fortuna de tener sensibilidad hasta el dedo chico del pie. No así movilidad. Con ella aprendí que era capaz de sentir placer, pero que no podía sola.
Eso me ayudó también a comenzar otro proceso para mi vida cotidiana: aprender a pedir ayuda. Sé que soy discapacitada, pero no me siento identificada con mi discapacidad. La realidad es que soy tetrapléjica, ando en una silla de ruedas, soy dependiente. Necesitan sacarme la orina, me tienen que acompañar para ir al baño, tienen que lavarme, secarme y vestirme. Y así va a ser siempre. Pero también soy mucho más que eso, y soy un ser sexual. Cuando hay otro al lado que quiere que tú también seas un ser que siente placer, es maravilloso. Porque en ese caso no se trata de pedir ayuda. Es algo de los dos. Cuando se trata de placer mutuo, el hilo que divide la dependencia de la independencia se corta por completo.
Después de esa primera relación que duró poco, estuve sin ganas de conocer a nadie más por un buen tiempo, hasta que en 2009 entré a un chat donde me habló una extranjera residente en Chile. Nos reímos, nos hicimos preguntas y nos caímos bien. Yo le conté al tiro que estaba en silla de ruedas, y a ella le dio lo mismo. Después de un tiempo, accedió a que nos tomáramos un café. Cuando la vi, dije: 'ella es mía'. Ese encuentro fue precioso, muy íntimo, pero nuestra primera experiencia sexual vino varios meses después. La primera noche que decidimos pasar juntas fue el 27 de febrero de 2010. Fuimos a comer a la casa de unas amigas y después nos fuimos las dos al departamento de ella, cerca de las tres de la mañana. Estábamos empezando a sacarnos la ropa cuando comenzó el terremoto. Al principio tuve que actuar desde la protección porque ella como extranjera no sabía lo que estaba pasando. Pero apenas se cortó la luz, se invirtieron los roles: ella tuvo que vestirme, tomarme, subirme a la silla y bajarme a oscuras por seis pisos. Que ella haya actuado desde el cuidado conmigo, me pareció increíble.
El terremoto nos marcó la vida. Literalmente todo se movió demasiado. Eso nos permitió después tener un encuentro sexual muy íntimo porque ya habíamos vivido esta experiencia intensa juntas. Hoy llevamos nueve años. Nuestros cuerpos han cambiado, pero ella para mí sigue siendo hermosa. Creo que la belleza del cuerpo tiene que ver con la capacidad que tiene el otro para amarse. Y me siento capaz de transmitir eso con mi cuerpo. Me considero una mujer vulnerable, apasionada y sensible. El dolor no me da lo mismo, y esa es una de mis fortalezas. Amo mis piernas aunque sean flacuchentas. Amo mi pie desviado. He perdido mucha de mi masa muscular y ya no soy la misma que era antes, pero amo mi cuerpo. Me miro en el espejo y me encuentro luminosa, hermosa y amada. Aunque no tengo movilidad, no he parado de hacer cosas porque soy hiperactiva, que es algo que me define.
Se piensa que las personas con discapacidad somos asexuados o somos angelitos, pero la verdad es que nunca he visto a un ángel tirando con otro. Socialmente a las personas también les cuesta entender que hay orientación sexual dentro de las personas con discapacidad. Hay parapléjicos homosexuales, bisexuales y transgénero. Los profesionales de la salud que trabajan en discapacidad no manejan este tema. Y eso es grave. Por ello, las personas con discapacidad tenemos esa responsabilidad: educar desde la generosidad y sin tabúes.
Nosotros no somos víctimas, ni seres conmiserativos. No somos objetos de caridad. Somos personas que tenemos el derecho a tener una vida sexual activa. Las personas con discapacidad podemos gozar y sentimos placer. Con mi pareja, por ejemplo, he aprendido a reconocer y redescubrir mi cuerpo. No sabía todo lo que podía hacer con mis rodillas, con mis tobillos, con mi boca. No sabía lo que pueden hacer mis manos considerando que no se mueven. Soy un ser sexual desde la cabeza a los pies. Y es mi derecho serlo".
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