La casa en que crecí está en Chillán, en un condominio. Son tres casas y la del medio es la nuestra. Mis papás todavía viven allá, así que aún visito el lugar en el que viví desde que tenía tres años hasta que me fui para venir a estudiar a la universidad en Santiago. Tengo varias imágenes en mi mente de cómo se veía la casa cuando recién llegamos: no tenía pasto, era muy helada porque no teníamos nada para calefaccionar todavía y todas las habitaciones estaban vacías.

Con el tiempo, la casa fue convirtiéndose realmente en nuestro hogar. Mi mamá era la que más se preocupaba de intervenirla y personalizarla. Si había que pintar alguna pared, ella misma lo hacía. Incluso diseñó muchos de los muebles que tenemos a la medida con la ayuda de un maestro. Además, a ella le encantan las antigüedades y los objetos decorativos, así que en el living ha ido recopilando a través de los años distintas figuras de bronce y de peltre que ha comprado en diferentes lugares. Otra de las cosas que mi mamá se preocupó de mantener en la casa es una colección de retratos en blanco y negro de todos los miembros de la familia, incluso de los que ya no están con nosotros como mis abuelos o bisabuelos. Gracias a esas imágenes en marcos de peltre, y ordenadas sobre el mismo mueble antiguo de madera, todos estaban siempre presentes en nuestra casa.
Mi mamá dejó de trabajar después de que nació mi hermano mayor, y se hizo cargo del trabajo doméstico y todo lo que eso significa. Hasta el día de hoy es muy buena cocinera y anfitriona, y es la que siempre se ha preocupado de que la casa se vea impecable, es muy rigurosa con el orden. Muchos de mis recuerdos de infancia son con mi mamá, porque después del colegio mi hermana y yo llegábamos a tomar once con mis papás en la cocina y esa era nuestra principal instancia de reunión. Conversábamos por horas con ella, con quien siempre hemos tenido una comunicación muy fluida. Y es que es de las personas que sabe cuando algo te pasa incluso si no lo dices. Ni mis hermanos ni yo sentíamos que teníamos que esconderle las cosas cuando éramos adolescentes y queríamos pedir permiso para salir o para invitar amigos porque ella era muy razonable con ese tipo de cosas. Nos daba permiso siempre que podía, pero si nadie podía ir a buscarnos o llevarnos nos explicaba las razones.
A nuestra casa llegaba mucha gente porque con mis hermanos invitábamos a nuestros amigos del colegio y a ellos les gustaba mucho venir. Mi mamá no solamente tenía esa intuición especial en sus conversaciones con nosotros, sino que también con nuestros amigos. Para mí era impresionante ver cómo a ella le contaban cosas muy íntimas que a veces ni siquiera yo sabía. Muchas revelaciones ocurrieron en mi casa por eso mismo, y tengo amigos que incluso han vuelto años después a darle las gracias a mi mamá por los consejos o simplemente por haberlos escuchado sin juzgar, algo que quizás no lograban con sus propias familias.
Nosotros bromeábamos con que mi mamá era un poco como Clara del Valle, la protagonista de la novela la Casa de los espíritus porque tiene una personalidad muy magnética que hace que la gente se abra con ella de una forma que no hacen con el resto. Además, mi mamá siempre ha tenido una sensibilidad especial con los fantasmas y las situaciones sobrenaturales. En mi casa pasaron muchas cosas que nunca logramos explicarnos bien y que mi mamá atribuía a mensajes o señales de nuestros abuelos o de otros antepasados. La verdad es que todos en mi familia lo entendemos así. Nunca fueron cosas que nos generaron miedo, sino que por el contrario, era algo bastante normal ver siluetas pasar o que se perdieran objetos y que luego aparecieran en lugares muy evidentes como si alguien los hubiese puesto ahí a propósito. Recuerdo que una vez, de la colección de fotos que mi mamá tenía en el living el marco con la foto de mi abuelo apareció dado vuelta. A los pocos días nos avisaron que una de sus hijas, que era mi tía, habido muerto en un accidente. En otra oportunidad, mi mamá perdió su argolla de matrimonio, lo que era muy extraño porque ella es muy ordenada y siempre se la sacaba en el mismo lugar. Apareció casi medio año después sobre la mesa para una noche de Año Nuevo, justo cuando nos estábamos dando el abrazo de las doce. Mi mamá cree que fue una forma en que la abuela, que ya había muerto, vino a desearle un feliz año.
Actualmente vivo en Santiago con mi hermana menor y en nuestro departamento no hemos tenido experiencias sobrenaturales como las que vivimos en nuestra casa en Chillán. A pesar de eso, las dos heredamos de mi mamá esa sensibilidad especial con lo espiritual y siempre que tenemos algún problema le pedimos ayuda a nuestra abuela.
La casa en que crecí está ahora en venta. Ni mis hermanos ni yo vivimos ahí y para mis papás solos es demasiado grande. Como mi mamá es muy meticulosa y preocupada por el orden, cada vez le cuesta más mantener la casa impecable como a ella le gusta. Si bien es una decisión muy razonable, a todos nos asombró mucho cuando nos avisaron que la iban a vender. Ese ha sido nuestro hogar toda la vida, y es un lugar que queremos mucho porque están todos los recuerdos de la familia, nuestras anécdotas e incluso nuestros fantasmas.

Consuelo Ferrer (26) es periodista y vive en Santiago con una de sus hermanas. Le gusta tejer y bordar su propia ropa.