Catalina Droppelmann, Directora del Centro de Estudios Justicia y Sociedad: “Las trayectorias femeninas del delito están marcadas por una importante vulnerabilidad”

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“El desistimiento del delito no es solo el cese de la actividad delictiva en sí, sino un proceso de adquisición de roles, identidades y virtudes; de desarrollo de nuevos lazos sociales y de habitar nuevos espacios”, dice Catalina Droppelman, Directora del Centro de Estudios Justicia y Sociedad UC y académica de la carrera de sociología de la misma casa de estudios. Ha estudiado profundamente los procesos efectivos y fallidos de alejamiento del delito entre adolescentes, de hecho en mayo de este año publicó el libro Transitions Out of Crime. New Approaches on Desistance in Late Adolescence (Transiciones Fuera del Crimen. Nuevos enfoques sobre desistir en la adolescencia tardía), en el que analiza la transición del crimen a la conformidad, es decir, el proceso de abandono de la conducta delictual. En este estudio ella también da cuenta del papel que juega el género en la configuración y limitación de los procesos de cambio, especialmente en el caso de las mujeres donde la delincuencia se asocia a formas de resistencia y en algunos casos complacencia con estereotipos tradicionales de género.

¿A qué te refieres con resistencia y complacencia con los estereotipos tradicionales de género en el proceso de desistimiento del delito?

El proceso de desistimiento está marcado por el género, es cualitativamente distinto el de las mujeres que el de los hombres. Uno de los aspectos tiene que ver con la maternidad, pues cuando las mujeres dejan de delinquir, comienzan a adquirir roles asociados a la feminidad normativa, por ejemplo el rol de madre, el de cuidado de otros o el de dueña de casa. Estos roles están disponibles para que las mujeres transicionen hacia una vida fuera del delito, porque las personas siempre desisten hacia algo, no lo hacen hacia el vacío. Así, la maternidad para las mujeres que han estado envueltas en una vida de delitos, es un asunto que les permite tener una orientación hacia el futuro, dar un sentido a la propia vida, dejar de lado sus propios deseos en pos de las necesidades de sus hijos. Pero al mismo tiempo complejiza el proceso de desistimiento porque muchas mujeres salen a delinquir por motivos asociados a proveer a sus hijos de ropa y comida; incluso hay muchas que delinquen solo en fechas específicas como la navidad o los cumpleaños de sus hijos. Entonces, también la maternidad y sobre todo la maternidad en soledad, conlleva una serie de necesidades materiales que muchas mujeres suplen a través de la conducta delictual.

Pero además de esto, la idea de la transición hacia el desistimiento anclada a los roles de género tradicionales o lo que se denomina la ética del cuidado que es esta idea de redimirse y de acceder a una movilidad en términos de estatus a través de cuidar de otros, es problemática en el largo plazo para sostener un proceso de desistimiento. Éste también se trata de generar una identidad que permita un cierto desarrollo a nivel personal. Lo que se ha visto es que a algunas mujeres que transicionan hacia roles demasiado anclados en la ética del cuidado, les resulta difícil poder generar un sentido de identidad más propio, pues están muy orientadas hacia otros.

Has dicho que el error está en que no se instala una pregunta clave para el proceso de desistimiento que tiene que ver con qué clase de persona quieren llegar a ser esas mujeres, es decir, salen y se quedan con lo disponible que por lo general es el trabajo doméstico y de cuidados ¿No hacer ese cuestionamiento es el problema?

Exacto. Las mujeres quedan ancladas en la pregunta de cómo debo responder; demasiado orientadas hacia los deseos y necesidades de los otros para favorecer una redención y para asegurar un perdón también. Y es que las mujeres que delinquen sufren una doble transgresión: transgreden la norma y al mismo tiempo transgreden el rol adecuado de lo que se espera de una mujer en esta sociedad. Tienen que redimirse de esa culpa y esa redención se hace más fácil a través de los roles que están anclados en la ética del cuidado.

Y esto mismo genera –y es lo que ha visto– que algunas mujeres persistan en el delito como una forma de resistir a esos roles anclados en la ética del cuidado que son los únicos que están disponibles para ellas: cuidar de otros, trabajar en casas particulares, cocinar para otros, cuidar a ancianos. En un estudio que realizamos vimos que a muchas de ellas el hecho de delinquir les permitía salir de esa opresión estructural patriarcal y cruzar al género del otro. Los relatos de algunas mujeres dan cuenta de que es en el acto de delinquir donde se sienten más autoeficaces, libres, realizadas y con mayor control y poder.

¿Las razones por las cuales las personas delinquen también están marcadas por estas diferencias de género?

Hay una línea de investigación que se llama Trayectorias femeninas del delito, de una investigadora norteamericana que estudió las diferentes razones por las cuales las mujeres tienen una carrera delictiva. Y en general, a diferencia de los hombres, estas trayectorias estaban muy asociadas a procesos tempranos de victimización, es decir, en una mayor proporción, las mujeres que delinquen han sido a su vez víctimas de delito, principalmente de violencia de género y abuso. Sus trayectorias están marcadas por una importante vulnerabilidad. Todas las personas que delinquen tienen historias marcadas por la vulnerabilidad, pero en el caso de las mujeres es más profundo. Ellas tienen menores experiencias previas de haber trabajado o de estar insertas en la sociedad, mayores prevalencias de vulneraciones o de trastornos de salud mental. Esa vinculación es importante para entender la delincuencia femenina. No es que sea la causa, pero sí se correlaciona con experiencias tempranas de vulneración, exclusión social extrema y abuso.

Entonces las políticas públicas que tengan el objetivo de que particularmente las mujeres dejen de delinquir, ¿deberían apuntar a darles un espacio dentro de la sociedad, más allá de su rol de madre o cuidadora?

La política penitenciaria está muy anclada en el tutelaje moral, como una concepción muy normativa de la feminidad. Entonces gran parte de la política pública para las mujeres que están privadas de libertad apunta a que puedan cumplir con su rol de madre; como si las mujeres solo tomaran importancia cuando se transforman en madres. Pero todo lo que tiene que ver con las políticas de educación o de colocación laboral son bastante menores y, cuando las hay, siempre están relacionadas a los roles o labores muy estereotipadas de género. Por ejemplo, cuesta mucho encontrar en una cárcel de mujeres un taller de soldadura, que en las de hombres sí hay y es un oficio que reedita bastante bien económicamente. En las cárceles de mujeres hay talleres de bordado, de tejido, que está bien, son oficios que a muchas mujeres les pueden interesar, pero no permiten que las mujeres se realicen fuera de lo que está tradicionalmente reconocido como femenino.

Y en esto hay otro punto que es interesante y es cómo ayudarles a esas mujeres a compatibilizar trabajo y crianza. Pues en el caso particular de las mujeres que delinquen por Ley de drogas, que es un alto porcentaje de las mujeres que están privadas de libertad, muchas veces también lo hacen porque el microtráfico es bastante compatible con el rol de dueña de casa y cuidadora; están ahí en sus casas cuidando a los niños y niñas y al mismo tiempo venden droga. Y super lucrativo además. Es muy difícil encontrar una política pública que apunte a que las mujeres sigan cumpliendo con su rol de crianza y que al mismo tiempo sea lucrativo.

¿Hay experiencia en otros países que sí logre equilibrar esto y, sobre todo, que sea compatible con la vida fuera de la cárcel? Porque tampoco se trata de capacitarlas con enfoque de género si después fuera de la cárcel no habrán espacios disponibles para ellas fuera de su rol tradicional.

Una de las estrategias que se utiliza en otros países es todo lo que tiene que ver con el empoderamiento como concepto más macro. El empoderamiento en términos de entregar herramientas de educación, independencia y autonomía en diversos ámbitos. Ese es un enfoque que se está trabajando con mujeres que tienen conflicto con la ley y que está funcionando bastante bien. Y otro elemento interesante que hemos visto fuera tiene que ver con incorporar, dentro de la intervención con mujeres, herramientas para la reparación del trauma. Esto porque gran parte de la trayectoria de vida delictual está marcada por el trauma y estas mismas experiencias traumáticas son las que les dificultan la vinculación con los otros y con las instituciones; la mantención de vínculos estables incluso en el área laboral. Entonces hemos visto que el empoderamiento junto con el trabajo en la reparación del trauma, les permite a las mujeres desarrollar un sentido de autonomía y autoeficacia, que finalmente es uno de los factores que más se asocia a la reducción del delito o al desistimiento en el caso de las mujeres; el sentirte capaz de lograr lo que se proponen.

Los hombres son mucho más empoderados respecto de su capacidad de dejar el delito atrás. Ellos te dicen ‘yo dejo el delito cuando yo quiero’. Pero las mujeres son mucho más conscientes de su vulnerabilidad. Incluso en procesos de desistimiento uno ve a las mujeres muy recluidas en la esfera de lo doméstico porque les da mucho susto salir a la calle, vincularse con las personas con las que se vinculaban antes por el temor a reincidir o caer en el delito.

¿Mejorar su autoestima?

La percepción de sus propias capacidades para dejar el delito atrás es importante. Hicimos un estudio que demostró que mientras las mujeres se perciben más capaces para dejar el delito atrás, su reincidencia es mucho menor que en aquellas que se sienten muy vulnerables y poco capaces de dejar el delito atrás. Y un alto porcentaje de las mujeres de este estudio decía que requería apoyo para dejar el delito: del Estado, de sus familias, de los hijos. Y eso en el caso de los hombres, no es explícito.

En tu libro hablas de que el desistimiento no es un fenómeno binario, que la idea tradicional de ser un “desistor reformado” o un “persistente antisocial” es inexacta, y que el camino hacia el desistimiento contiene varias oscilaciones entre el crimen y la conformidad. ¿A qué te refieres?

A partir del estudio del desistimiento comienza a cambiar el foco de la investigación que siempre estuvo puesto en la reincidencia, y comenzamos a preguntarnos qué hace que las personas dejen de delinquir. Ahí aparecen nuevos factores, mucho más perspectivos, que tienen que ver con la orientación al futuro, con la esperanza, la adquisición de roles presociales, el desarrollo de un sentido de identidad; todos estos se asocian a que las personas dejen de delinquir.

Por eso hablamos de que el desistimiento no es binario, porque el concepto de reincidencia es que la persona delinque o no delinque, y con el estudio del desistimiento se entiende que este es un proceso, que nadie deja de delinquir de un día para otro, de hecho los estudios demuestran que desde esa decisión de dejar de delinquir hasta que la persona realmente deja de hacerlo, pasan al menos tres años.

En la trayectoria de vida de una persona no es solo importante mirar la ausencia de delito sino también la frecuencia, esos son los primeros cambios que las personas experimentan cuando tienen la intención de dejar de delinquir. Y esto se da, porque este es un proceso complejo, no es fácil. Como normativamente robar o infringir la ley está mal, uno suele pensar que intuitivamente las personas tienen (y pueden) dejar de hacerlo. Pero hay una serie de otros factores, como las oportunidades a las que están expuestos, la historia de vida. No se trata solo de algo conductual, es decir, de dejar de cometer delito, sino que también de dejar de verse a sí mismo como alguien que delinque, es un cambio identitario.

¿Por eso debemos cambiar la mirada que tenemos de la delincuencia?

En general para los seres humanos es muy intuitivo dividir a los demás y a nosotros mismos en binario: las personas son buenas o malas, flojas o trabajadoras, delincuentes o no delincuentes. Pero en general estas categorías tienen matices de grises. Y respecto de la delincuencia se nos hace muy difícil ver estos matices. Pero en los estudios se ha confirmado que difícilmente las personas caen en la categoría de ser absolutamente antisocial, sino que más bien las personas que cometen delito también cumplen con otros roles presociales, y muchas veces no son capaces de dejar de delinquir o no tienen las oportunidades para dejar de hacerlo. Esto no significa que estemos justificando la delincuencia, pero sí hay que entender que tiene determinantes sociales. Y en el caso específico de las mujeres, esos determinantes se asocian a temas estructurales de género que también tenemos que ser capaces de mirar para crear políticas que permitan disminuir la delincuencia.

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