Chilenas nómadas por el mundo: “En otros lugares la vida es mucho más amigable para las mujeres”
Marcela Céspedes y María Fernanda Pardo llevan años viajando. Marcela se estableció en Auckland, Nueva Zeland, y María Fernanda ha vivido en cuatro países. Lo que más valoran ambas es la seguridad que sienten al ser mujeres en otro país. Por eso a través de sus redes y en esta entrevista, cuentan sus historias, para empoderar a mujeres y motivarlas a viajar solas, pero sobre todo, a vivir como quieran vivir.
Al igual que a muchas personas, las ganas de viajar por el mundo, volver a empezar y descubrir diferentes culturas siempre acompañaron a Marcela Cépedes (32), quien hace cuatro años se estableció en Auckland, Nueva Zelanda.
Oriunda de Graneros, sexta región, se graduó de Cocina Internacional en el instituto profesional Duoc. Fue luego de que terminara sus estudios en 2014 cuando su instituto envió a su clase a Playa del Carmen, México, a realizar la práctica profesional. La institución corrió con todos los gastos por cuatro meses. Esa experiencia le abrió un mundo: “Mi familia no es de muchos recursos, fue una oportunidad que se presentó en el momento. Es muy distinto ir de viaje a un lugar que vivir ahí”, dice Marcela, quien cuando se mudó a Nueva Zelanda abrió su cuenta de Instagram (@marce.cespedess) para compartir su experiencia con más mujeres.
Luego de su estancia en México, pasó tres meses viviendo en Tulsa, Estados Unidos, por invitación de una alumna de intercambio que se había alojado en su casa en 2006. Volvió a Chile y se dedicó a ejercer su profesión, pero también decidió estudiar Comercio Exterior, su segunda carrera. Mientras aún seguía trabajando como chef quiso aprovechar sus vacaciones para estudiar inglés cuatro semanas en Nueva Zelanda. “Me fui estando con pololo, con trabajo, con departamento recién comprado, pero no volví”, recuerda Marcela, quien actualmente ejerce su carrera de comercio exterior y trabaja como stock controller en una bodega. Su primer trabajo totalmente en inglés.
¿Cómo fue tomar esa decisión?
Me vine en mayo de 2019 y viajé a Chile en septiembre de ese año para hacer valer mi renuncia y sacar las cosas de la casa de mi ex, que se portó un 7. Allá me enteré de que existía la visa Working Holiday y que las postulaciones eran en octubre, así que decidí quedarme con toda la fe de que me saldría, a pesar de que son sólo 940 cupos y más de diez mil personas postulan. No tenía plata, así que en ese intertanto una familia neozelandesa me acogió en su casa, ellos también me prestaron plata para viajar a Chile.
¿Qué hizo que te quedaras allá?
No tenía nada que perder. Cuando obtuve la visa, se me abrió un mundo de posibilidades. Empecé a ver la vida de los locales y dije “esta es la vida que quiero tener”.
¿Cuáles han sido tus trabajos?
Una vez que obtuve mi visa comencé a trabajar con la familia neozelandesa. Ellos tenían una imprenta, así que trabajé ahí y cuidando a sus niños. Al mismo tiempo trabajaba veinte horas de pastry chef (pastelera) en un café. Me ofrecieron trabajar a tiempo completo, así que dejé de trabajar con la otra familia.
¿Qué pasó de ahí en adelante?
Me fui a vivir sola, porque mi ingreso principal era como chef de ese café. Cuando completé el año de la visa me tenía que ir, así que le pregunté a mi jefe qué podíamos hacer: me podía dar sponsor para una visa de trabajo o yo tendría que buscar otro trabajo que me lo ofreciera, pero quedamos en que me ofrecería la visa de trabajo. Ahí trabajé por tres años, pero luego empezaron los problemas por el Covid. Como no teníamos mucha gente, me tocó hacer inventario, encargarme del management del local junto a otra compañera. Hasta café aprendí a hacer. Pasé a trabajar seis días a la semana.
Imagino que la situación se puso difícil.
En ese tiempo salió la opción de una residencia para personas que cumplían ciertas labores, entre ellas, la mía. Uno de los requisitos era estar contratada al momento de que te revisaran los papeles y eso podía ser hasta en un año más, pero yo sabía que el café podría cerrar en cualquier momento. Con mi pareja, también neozelandés, tuvimos una conversación más compleja: “Me voy a quedar sin visa”, le dije. O me iba Australia con otra Working Holiday antes de que cumpliera la mayoría de edad de requisito, o nos íbamos a vivir juntos para optar a la partnership visa. Juntos decidimos que estábamos listos para dar ese paso, así que el año pasado postulé a esa visa, que es con la que estoy actualmente y ahora me corresponde postular a la visa de residencia.
¿Qué dirías que es lo que te ha mantenido encantada de Nueva Zelanda?
La verdad es que, como mujer, lo primero que voy a decir es la seguridad. Cuando me vine, abrí mi Instagram para mostrarle a mi familia que estaba bien, porque mi mamá estaba de muerte pensando que estaba sola. Me di cuenta de que la vida es súper amigable con las mujeres, entendiendo también que es un país en el que pasan cosas malas como en todos los países, pero aquí podemos caminar seguras y podemos reclamar nuestros derechos: el aborto es legal, puedes comprar la pastilla del día después sin que te miren feo; caminar sola por la noche o con el teléfono en la mano. Es otro mundo.
¿Y sobre la calidad de vida?
Cuando empiezas a cobrar tu sueldo en moneda local, te das cuenta de que el poder adquisitivo es mucho mayor que en Chile. Acá lo más caro es el transporte y el arriendo, pero hay acceso a una vida más placentera: pagas tus cuentas y aun así puedes salir a comer a un restaurant o darte unas vacaciones sin vivir a crédito, por ejemplo. En Chile me tuve que endeudar dos años para irme de vacaciones por una semana.
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20 mil kilómetros recorridos en auto
María Fernanda Pardo (29) es nacida y criada en Santiago. Antes de que terminara sus estudios de Pedagogía Básica en la Universidad Católica, supo que quería viajar por el mundo, una decisión con la que su padre no estuvo de acuerdo de buenas a primeras por su manera de pensar más tradicional, pero que con el tiempo entendió a la perfección.
El primer destino en el que pensó fue Australia, pero para optar a la visa Working Holiday necesitaba cierto nivel de inglés que en ese momento no tenía, así que puso en marcha el plan B: Alemania. “El idioma no fue un impedimento. Berlín es una ciudad multicultural, la mayoría habla inglés y no se molestan por que uno no se comunique a la perfección en ese idioma, así que ahí fui aprendiendo de a poco, rodeándome de gente que hablara el idioma y preguntando las veces que fueran necesarias”, recuerda María Fernanda (@friendpalmundo) desde Freiburg, Alemania.
Antes de que se acabara el año de su visa de trabajo en Alemania, donde se desempeñó en un local haciendo burritos y en trabajos esporádicos de limpieza, decidió postular a la visa para Dinamarca. Asegura que llegó a Copenhague mucho más preparada que la primera vez que empezó de cero. “Me conseguí una habitación estando en Alemania, me fui a vivir con una amiga. Estaba saliendo todo muy bien, aunque el invierno no es muy buena temporada, así que por eso me quedé en verano. Conseguí un trabajo vendiendo creps en un foodtruck. Trabajaba 50 horas a la semana, pero tenía que aprovechar porque cuando llovía era casi un día muerto”, recuerda.
¿Qué pasó luego del verano en Copenhague?
Cuando cumplí siete meses ahí, me fui a viajar por Europa con mis papás. Ellos están separados, así que primero vino mi mamá y luego mi papá. Luego de eso obtuve la visa para Australia, porque ya había mejorado bastante mi inglés. Alcancé a quedarme de noviembre de 2019 hasta marzo de 2020, cuando llegó la pandemia. Decidí volver a Chile antes de que cerraran las fronteras.
¿Cómo fue volver?
Llevaba un mes en Chile y me di cuenta de que no era lo mío. Me arrepentí de haber vuelto. En ese momento la única visa disponible era la de Suecia, así que postulé y la conseguí. Pensaba irme en diciembre, pero preferí hacerlo en marzo de 2021, cuando ya era verano.
¿Qué hiciste cuando llegaste a Suecia?
Llegué a la nada. Por suerte allí estaba la mejor amiga de un amigo. Le escribí y quedamos en contacto. Allí también conocí a Eduardo, uno de mis grandes amigos, así que nos apañamos con otros dos amigos. Empezó el buen clima y conseguí un trabajo en una warehouse (bodega), donde suelen pagar mucho mejor que en los cafés, pero no mucha gente lo sabe. Estuve haciendo picking y packing de productos de bebé. Estuve todo el verano en Suecia y en septiembre me fui a Alemania por mi pololo.
¿Cómo comenzó esa relación?
Nos conocimos por Tinder en marzo. Empezamos a distancia, lo veía una vez al mes. Teníamos que tratar de ver qué pasaba con nuestra relación, así que me auto invité a su casa por el tiempo que me quedaba de visa. Por suerte todo fluyó perfecto. Mi pololo es de un pueblo. Yo estaba un poco aburrida y él no estaba muy contento con su trabajo, así que le propuse que postulara a la Working Holiday de Australia, aprovechando que a mí me quedaban meses que no completé por la pandemia.
Una vez que llegaron a Sídney, Australia, María Fernanda y Matt, su pareja, compraron un auto tipo jeep y un kit de camping para su nueva vida nómade y así ahorrar más. Publicaron una foto de ellos en Facebook para buscar trabajo, fue así cómo los contactaron para trabajar en un parque nacional: “No había nada cerca. El supermercado más cercano estaba a dos horas y media, así que no gastamos mucho”.
¿Cuánto tiempo trabajaron ahí?
Estuvimos tres meses. Luego viajamos por la Costa Este de vacaciones y después conseguimos otro trabajo por Facebook en un supermercado que abastecía a una comunidad aborigen. Quedaba a tres horas desde la carretera. Estuvimos ahí por seis semanas y lo único que hicimos fue ahorrar. Fue super lindo estar con esa comunidad. Después viajamos por la Costa Oeste, recorrimos 20 mil kilómetros en auto. Nos conseguimos un trabajo en un café, donde estuvimos dos meses y luego nos devolvimos a Alemania, a la ciudad de mi pololo.
¿Viniste de nuevo a Chile en algún momento?
Sí, fuimos los dos para que conociera a mí familia. Él se quedó dos meses y yo tres. Ahí postulé a una visa de preparación de estudios para alemán, en la que te nivelas en el idioma para luego estudiar en alguna universidad alemana. Como yo soy profesora, puedo trabajar en los jardines infantiles, que es lo que quiero hacer ahora.
¿Cómo ha sido para ti volver a empezar tantas veces?
Ha sido una experiencia maravillosa. Agradezco cuando se me ocurrió la idea, porque esto es lo que me llena: viajar, descubrir cosas nuevas; tener la posibilidad de sentirme libre para tomar un avión y cambiar. Antes de viajar, no sabía que podía almorzar sola o salir sola, pero nunca estoy sola, estoy conmigo. Me ha costado un montón, pero miro hacia atrás y me alegra no haberme dejado llevar por los comentarios que me decían “¿y si sale mal?”. Generalmente a las mujeres nos dicen que nos va a pasar equis cosa, pero yo creo que podemos hacer lo que queramos. No debemos dejar de hacer algo porque alguien no nos acompaña o nos dicen que no.
Si pudieras destacar un impacto cultural positivo, ¿cuál sería?
Lo que más me ha gustado es la seguridad. Para nosotras como mujeres es increíble. Nadie te mira, nadie te toca, nadie te roba. Nunca me ha tocado presenciar un asalto. Piensa que en los países nórdicos cuando se pierden cosas en el transporte público luego aparecen en el sector de cosas perdidas. Si yo hablara aquí de lo que es un portonazo, nadie me creería.
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