Cuando me enteré que estaba embarazada fue uno de los momentos más felices de mi vida, no fue un embarazo planificado, pero si venía a consolidar una relación fuerte y estable, además mi salud me acompañó durante la larga espera y pude tener un embarazo bastante tranquilo. Sé que en todo el proceso fui muy afortunada.
Llegó el día del parto, todo iba saliendo según lo programado, el equipo, el lugar y finalmente, después de haber intentado parto vaginal, la cesárea. Es ahí cuando conocí un amor inexplicable y visceral inmediato, incluso en eso fui muy afortunada. Hicimos piel con piel y pudimos disfrutar de nuestro amor. Luego llegó la hora de la lactancia.
Soy enfermera de profesión y además me desempeño en el área pediátrica; me había preparado por meses para la lactancia, pude asistir a talleres y asesorías prenatales, además tenía el conocimiento que me había entregado mi formación académica y profesional. Si bien era una inquietud, nunca fue un temor el no poder amamantar, los únicos inconvenientes se habían presentado cuando mencionaba mi vegetarianismo, pero entendía que eran desde la desinformación.
Y resultó que no fue fácil. No fue el sueño que había imaginado en mi cabeza, de hecho, fue muy difícil. Me dolía, me sentía tremendamente incómoda e incompetente, ya que mi bebé no lograba prenderse del pecho de manera adecuada a pesar de tener una buena producción de leche. Nos fuimos a casa y me encontré con el caos de tener un recién nacido, primer hijo y todos los cambios emocionales y hormonales que conlleva el posparto, a lo cual se sumaba esta dificultosa lactancia que hoy me hace recordar con cierta nostalgia las primeras semanas de vida de mi hijo. ¿Por qué nadie me dijo que no sería tan fácil? Si había recurrido a todos los elementos que tenía a mi alcance. ¿Cómo nadie mencionó que al principio me podía doler mucho? Me pasé las primeras semanas casi sin dormir, no solo porque mi pequeño era un recién nacido, sino porque, como soy persistente, empecé por las mías a hacer lactancia diferida. Pasaba horas que podría haber dormido sacándome leche con el extractor e intentando prenderlo al pecho; usé pezoneras y constantemente escuchaba los reproches de la confusión tetina-pezón que vaticinaban un total fracaso en la lactancia y, para colmo, asumí que la culpa era mía porque mi bebé no tenía ninguna dificultad. Me sentí muy decepcionada de mí misma.
¿Cómo espera la sociedad que las lactancias no fracasen? Si yo que tenía todos los elementos a mi disposición, estaba llena de información, abocada solo al cuidado de mi primer hijo y con un compañero ejerciendo una paternidad responsable y afectiva, no solo me topé con un mundo desconocido, sino que también con una sociedad que juzga a las madres que no logramos amamantar bajo los estándares de la “normalidad”. ¿Qué pasa con las madres que presentan estas dificultades y son de escasos recursos o baja escolaridad y no pueden acceder a la información disponible?
Es ahí cuando, ya cansada de pasar malos ratos, vi una imagen con la que sería mi nueva consigna: “mamá feliz, guagua feliz”. Reflexioné. Sumé el relleno. Mi hijo estaba creciendo y aumentando de peso de manera adecuada, seguía siendo lactancia materna, habíamos trabajado el apego. ¿Por qué entonces seguía viviendo de preocupaciones? Y por primera vez me desprendí de las ataduras que tenía con el tema. Empecé a ponerlo al pecho a mi propio ritmo y a entender que muchas veces la lactancia es también un proceso madurativo, a hacer oídos sordos de lo que escuchaba y ojos ciegos de lo que leía. Pasaron las semanas y logramos finalmente establecer la lactancia de manera exitosa.
A los puntos que quiero llegar con esta historia son dos. El primero es que muchas veces la lactancia fracasa por la falta de información, empatía y solidaridad. No seamos tan duros con las madres que acaban de parir, toda la vida se vuelve un caos y una incertidumbre como para además sumarle prejuicios sociales y demasiados consejos que, si bien tienen buenas intenciones, muchas veces suenan más a reproche. Me encantaría poder retroceder el tiempo y recordar con más tranquilidad esos primeros días. Y lo segundo ¿acaso usar fórmulas especiales me vuelve una mala madre? La respuesta es no, no te vuelve una mala madre y no debes sentirte de esa forma por usar fórmula. Todas sabemos que lo ideal es la lactancia y soy fiel creyente de que debemos jugárnosla porque sea exitosa, pero si no resulta, si no te sientes cómoda, no te agobies, tu guagua estará mejor si tú estás tranquila y feliz.
Hoy con mi hijo llevamos 11 meses de lactancia exitosa, incluso superando las alergias alimentarias con las que nos topamos y nos estamos preparando para realizar un destete respetuoso. Hoy soy también diplomada en asesoramiento de lactancia materna, con el fin de acompañar a otras mamas que estén pasando por procesos similares, para hablarles desde el cariño y la contención, para escuchar cuál es su realidad y cómo podemos hacer que esto finalmente funcione, pero recordando siempre “mamá feliz, guagua feliz”.
** María Paz Tobar, 33 años, mamá de Beltrán, enfermera y asesora de lactancia materna. En Instagram: @lactEU