Durante la infancia, a través de las relaciones que mantenemos con nuestras figuras de apego, es que vamos formando una visión del mundo, de la sociedad, de los otros y de nosotros mismos. Cuando un niño es expuesto a un ambiente de soledad, poco cariño, abusos o malos tratos, se desarrollan daños infantiles que en el futuro podrían marcar su personalidad.
En conversación con la psicóloga clínica Osbelis Beltrán, ésta dice que los daños infantiles- especialmente los emocionales- son esas situaciones, carencias, vacíos o dolores que el niño experimenta en su infancia, sobre todo temprana. De acuerdo a lo explicado, en esta etapa no se ha desarrollado del todo el pensamiento concreto y no hay suficientes estrategias de afrontamiento, por lo tanto, la persona tiende a ser más vulnerable y propensa a desarrollar heridas que se manifestarán en la adolescencia o principio de la adultez.
Según comenta la psicóloga, existen algunas heridas de la infancia que son las más tangibles y que tienden a pasar desapercibidas en los modelos de crianza latinoamericanos, tales como necesidad de aprobación, dependencia, entre otros. Se trata de consecuencias habituales de los desórdenes relacionados con el apego, la seguridad y la autoestima.
Una de estas heridas tiene relación con el abandono, el cual- de acuerdo a la experiencia de Osbelis- es un aspecto muy frecuente que se observa en los adultos. Un abandono bastante inconsciente desde el modelo de crianza, lleva a una persona a ser dependiente, a no soportar la soledad, y a no saber estar bien consigo mismo. “Fue una persona abandonada en la infancia, es decir, no tuvo con quien realizar sus tareas, que no lo pasaban a buscar al colegio, que no se le dejaba defender sus ideas porque habían adultos conversando, o que no estuvieron sus padres para protegerlo frente a un acoso. El niño que se fue a dormir solo por las noches y que finalmente asoció el concepto de estar consigo mismo con el miedo o con el aburrimiento”, detalla Osbelis. Un factor que se puede hacer fácilmente consciente en las personas que tienen niños y que no quieren cometer esos daños en sus hijos, según agrega.
Otro de los daños que menciona la experta está relacionado con la humillación. Un adulto que tiene inconvenientes con su corporalidad, ya sea con el cómo se ve a sí mismo o que no se agrada más allá de su apariencia física, probablemente fue un niño a quien lo humillaron por su fisionomía o por la “falta” de habilidades, y que constantemente se le comparaba con otros miembros de la familia. “Por ejemplo, cuando se les compara con el hermano o estos padres que hacen las tareas por sus hijos. Inconscientemente es una humillación y el niño se va criando con la idea de que sus padres o hermanos hacen mejor las cosas. Se cría y se forma con esos pensamientos de poca auto aceptación. La humillación es algo que se repite mucho en la adultez”, expone.
Por otro lado, existen heridas relacionadas a la injusticia ¿qué quiere decir esto? Personas más rígidas que no expresan sus emociones o que les cuesta internalizarlas. “Esto tiene que ver bastante con la injusticia en el sentido que se les enseñó a no llorar porque de esa forma no se solucionarán los problemas. El niño que no sabe cómo estar triste porque se le educó a no estarlo y que nunca le dijeron que esas emociones están bien y que son parte de”, comenta.
Para la psicóloga, los daños más profundos y marcados que se ha visto en la literatura (y en su propia experiencia como profesional) son las carencias emocionales en los niños que no tuvieron ningún tipo de expresión emocional, no fueron escuchados o que no recibieron ninguna clase de cariño. Así como también las agresiones físicas o sexuales.
Para no repetir estos patrones, la especialista recomienda realizar el ejercicio de mirar hacia atrás y preguntarse qué tipo de cosas les hubiera gustado que hicieran con cada uno cuando eran niños. “Qué recuerdo me hace querer decir ‘me faltó esto’, y eso llévenlo a sus hijos”, concluye.