¿Cómo se vive el amor siendo bipolar?
El trastorno bipolar es una enfermedad psiquiátrica que se estima afecta al 2% de la población chilena mayor de 20 años. Sin embargo, si se consideran además otras enfermedades del espectro bipolar, esa cifra aumentaría al 5% de la población adulta. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), es la sexta causa de discapacidad en el mundo. “Quienes sufren de este trastorno pueden experimentar cambios de ánimo inusuales, cambios en la energía y el comportamiento. En algunos períodos pueden sentirse exaltados, irritables e hiperactivos, durante el episodio maníaco, mientras que en el episodio depresivo, pueden sentirse tristes y desanimados”. Estos cambios de ánimo a menudo dificultan la interacción con otras personas, especialmente en vínculos tan cercanos como son las parejas. ¿Cómo se vive el amor siendo bipolar? Revista Paula conversó con dos mujeres bipolares que nos cuentan cómo ha sido para ellas la vida en pareja.
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Javiera Paz (22) hasta hace poco creía que su destino en la vida era estar sola. Que nadie la iba a querer nunca más por estar “loca”. Que no se merecía nada. Que era la culpable del fracaso de sus relaciones. Ese era el estigma que martillaba dentro de su cabeza y que la insegurizaba cada día un poco más.
Pero meses después de terminar una relación de malos tratos y burlas a propósito de su trastorno, Javiera conoció a su actual pololo, alguien que, desde la primera cita, supo de su condición. “Por dentro estaba muerta de miedo por lo que me podría decir, y sobre todo pensar. ‘Este cabro me gusta y se va a ir’, creí en un comienzo. Pero contarle sobre mi bipolaridad era algo muy importante para mí. Necesitaba saber cuál era su postura al respecto, porque si era un tipo que –como los anteriores–, me iba a decir que no creía en los psicólogos y que las enfermedades mentales son una mentira, a mi no me iba a quedar otra que tomar mis cosas e irme. Es que ya no estaba dispuesta a perder mi tiempo de nuevo con alguien así”. Sin embargo, cuando Javiera le contó se llevó una sorpresa. En su cara no había ningún disgusto, ni gestos corporales que le hicieran creer que algo estaba mal. Al contrario, lo que le estaba confesando parecía muy normal para él. “Me contó que ya había vivido algo similar con su familia. Esa, yo creo, fue la primera vez que alguien me trató así: con mucho cariño desde el principio. Y es algo que ha hecho de nuestra relación algo único porque, por primera vez, no hay estigma”, cuenta.
Habla de estigma porque es lo que ha vivido siempre. “En mis relaciones pasadas he sentido el prejuicio que genera mi condición. He recibido burlas y manipulación. Incluso en una relación llegué a sentir el miedo de decir lo que tengo y también de demostrar cuando estoy mal. Solía intentar ocultar esos momentos, para evitar comentarios como ‘estás haciendo show’ o ‘contrólate’, cuando en realidad hay momentos en los que mis emociones son incontrolables”, dice Javiera.
Según Javiera la gente les trata mal por ignorancia. Y ese mal trato hace que quienes padecen de bipolaridad, generen un “auto estigma”, como un círculo vicioso. “Llegué a creer que estaba loca, que no me merecía nada; me sentía culpable por existir y por cada una de las veces en que me desestabilicé y perdí el control”, cuenta. Luego del diagnóstico, a sus 18 años, pensó que nadie la iba a amar. “¿Quién quiere relacionarse con una persona que de repente desaparece del mundo, o que está mal por muchos días? Mis experiencias anteriores me hicieron creer que nadie. Por eso también justifiqué los maltratos de mi ex pareja, porque enfrentarse al miedo de quedarse sola es muy difícil”, dice.
Un miedo que aún no desaparece del todo. “Llevo siete meses en esta nueva relación, pero incluso a veces me cuesta entender cómo alguien me puede querer como soy. Porque reconozco que ésta es una enfermedad bien jodida, de repente tengo mis arrebatos, a veces lloro todo el día o no sé cómo enfrentarme a ciertas situaciones que me resultan muy difíciles por la intensidad de las emociones que puedo llegar a sentir. Por eso agradezco esta linda relación de pololeo, porque en ella los dos hemos podido comunicarnos de manera clara. En mi caso, sin esconderme en los estados depresivos, y eso ha sido fundamental para seguir juntos”, cuenta Javiera.
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Alberto Aedo es psiquiatra de adultos especialista en Trastornos Bipolares, jefe de la Unidad de Trastornos del Ánimo de la Red de Salud UC CHRISTUS y vicepresidente de la Sociedad Chilena de Trastornos Bipolares. Dice que en la unidad donde trabaja suelen hacer ciclos de educación para quienes acompañan a las personas que tienen esta enfermedad. Y es que, como explica, cuando las personas pasan por una fase maníaca, no ponderan y están “sin filtro”. “Pueden llegar a decir comentarios hirientes, por ejemplo, sobre la apariencia física de sus parejas. Otra cosa que se ve afectada es el deseo sexual, que está súper elevado, algo que muchas veces no se logra comprender por la pareja, porque comienza como algo divertido, pero las ganas pueden llegar a ser tantas, que la persona incluso podría buscar por fuera de la relación saciar el deseo. En cambio, en la fase depresiva se ve una baja del deseo sexual, un problema tanto para el paciente como para su pareja. Comienzan los cuestionamientos sobre si el amor es verdadero o es lástima y es ahí cuando el paciente puede tomar decisiones apresuradas y terminar la relación”.
Por eso, la recomendación es que siempre la pareja sea un agente activo dentro del tratamiento de su compañera o compañero. “No se trata de que sea su apoderado ni mucho menos, sino de conocer al psiquiatra, al psicólogo que está atendiendo a su pareja, para así aclarar todas las dudas. Se trata finalmente de demostrar que sí nos importa esa persona en ese aspecto de su vida”, agrega.
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Pamela Kutchartt (28) estaba terminando su carrera profesional cuando surgió la posibilidad de vivir junto a su pareja. Era un desafío porque hasta ese minuto su pololo sólo había vivido la bipolaridad de Pamela puertas afuera: vivían en casas separadas y él se remitió a respetar sus espacios de tristeza, en los que la apoyaba como podía. Pero estar ahí, en medio de una crisis depresiva, es otra historia. Igual lo intentaron. “En esa primera etapa de convivencia mi cabeza estaba puesta en terminar la tesis. Fue un período en el que, por el estrés, podía pasar hasta un mes en estado depresivo. Dormía mucho y le dejaba a él el cuidado de la casa porque yo no me la podía, algo que terminó siendo un peso para él porque lo puse al límite. Me sentía culpable por ser una carga y por hacerle la vida tan difícil. No entendía por qué seguía estando conmigo”, asegura. Sin embargo, ambos hicieron acuerdos para que la situación no se volviera dañina para ninguno de los dos. “Desde el día uno le dije que si llegaba a sentirse sobrepasado por estar conmigo, tenía toda la libertad de irse, por más enamorados que estuviéramos, yo no me iba a permitir hacerle daño, menos en un momento oscuro donde yo no tenía control sobre mi estado de ánimo”, dice.
Hubo momentos en los que dudó de seguir con él, porque lo consideraba una buena persona y temía hacerle daño. Pero todo mejoró. “Las crisis se fueron haciendo más cortas y cuando ocurrían, él me ayudaba a encontrar la calma. Creamos un plan de acción para esos días en que la vida me pesa. Él me viste, me cocina mi desayuno y almuerzo favoritos, salimos de paseo y yo vuelvo a la vida. Ha sido lindo este viaje con él, porque me ayuda y me acompaña en este proceso. Pero ese plan también considera que yo estoy ahí para él. De eso se trata el estar en pareja. Al final, ambos nos hacemos bien. Y yo me considero una afortunada por haber encontrado a alguien que no salga corriendo a la primera crisis o al saber mi diagnóstico”, cuenta.
Ha pasado un año desde que comenzaron a vivir juntos y ya están pensando en nuevos proyectos para su futuro. Las crisis de Pamela son cada vez más cortas y esos desequilibrios que hace un tiempo la dejaban en cama, hoy son controlables. “He ido aprendiendo herramientas para estar estable, algo que en mi caso está muy relacionado a la estabilidad laboral, pero también a que he aceptado la bipolaridad como parte de mi personalidad. Siempre seré así y me cansé de batallar conmigo misma. Basta de ser tan dura conmigo porque lo cierto es que soy también una buena pareja; no soy una carga para él ni para nadie”.
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