Cuando nuestros perros y gatos no son como soñamos
Toddy tenía un año y medio cuando Laura (35) lo recibió en su casa, en enero de 2021. El perro, muy cariñoso, era de color café y tenía los ojos claros. Ella había fantaseado con la idea de tener una mascota mucho tiempo antes de encontrarlo a través de una fundación. Su llegada la llenó de alegría. “Uno siempre tiene la ilusión de que todo será perfecto, de que vas a salir con tu perro a pasear, de que te va a acompañar y todo será muy bonito”, cuenta.
Toddy tenía muchos miedos. Le asustaban las motos, los autos y cualquier ruido fuerte. El paso del camión de basura era un momento especialmente terrible para él. Y para Laura, comenzó a ser una gran fuente de estrés. “Fue muy doloroso ver cómo Toddy pasaba por situaciones en donde lo pasaba mal, donde se ponía a temblar. Es súper difícil porque no tienes las herramientas y no sabes cómo ayudarlo”, dice.
La ilusión de poder hacer cosas simples juntos, como pasear, se transformó en tensión: Toddy le ladraba y gruñía a otros perros y ninguno de los dos disfrutaba. Laura observaba a otras personas caminando tranquilamente con sus mascotas por la calle, a otros perros jugando, viéndose felices y no podía dejar de preguntarse: ¿por qué mi perro no puede hacer eso? “Me frustraba mucho, me daban ganas de llorar al sentir que Toddy necesitaba ayuda y yo no sabía cómo ayudarlo. No sabes qué hacer ni cómo manejarlo”, cuenta.
Ivana Álvarez, médico veterinaria especializada en etología clínica, explica que la incorporación de una mascota viene acompañada de una serie de expectativas que, cuando no se cumplen, pueden generar una frustración muy grande.
Muchas veces las series, películas y redes sociales alimentan la idealización que hacemos con las relaciones humanas, y con los animales pasa lo mismo. “Idealizamos a un tipo de perro que no es tan normal, que no es tan común” basándonos en esa idea de perro fiel y de mejor amigo que se ha creado a lo largo de la historia. Y aunque nada de esto borra las alegrías y beneficios que los animales provocan en las personas, es importante estar informados para tener una tenencia responsable.
Según la psicóloga de la Clínica Santa María y académica de la facultad de medicina de la Universidad de Chile, Jennifer Conejero, los conflictos o complicaciones que puedan surgir al educar una mascota tienen un impacto psicológico importante en las personas. “Esos conflictos no son menores, sobre todo si son mascotas de distintos dueños los que deben convivir en la misma casa. La gente les da a sus mascotas amor y dedicación y siempre se espera que las mascotas nos ayuden, no que generen más problemas”, dice. Para ella, las relaciones con los animales pueden traer alegrías y frustraciones similares a las que vivimos con los lazos humanos.
En el caso de los perros, “el mayor daño emocional aparece en las familias que incorporan a un perro que desarrolla conductas que llamamos reactivas”, explica Álvarez. “La reactividad es una respuesta exagerada a estímulos, un perro que ladra descontroladamente a otros perros a pesar de que aún estén a media cuadra de distancia. También que reaccionen con niños, con ruidos, con autos. No es necesariamente una conducta agresiva, pero en general es una situación muy angustiante, por supuesto para el perro, pero también para toda la familia”, explica.
Incluso aquellas personas y familias que se capacitan y se comprometen antes de la llegada de ese animal pueden encontrarse con problemas –normales y muchas veces cargados de factores genéticos– que pueden alterar la dinámica familiar. “Esos son casos donde la frustración es altísima, hay mucha angustia”, dice.
Buscar ayuda
Álvarez explica que no es tan simple trazar el origen de las conductas reactivas en los perros ya que no siempre surgen de situaciones traumáticas o desagradables. El miedo, en cambio, es una característica que se hereda de padres a hijos. Por eso la experta aconseja estudiar y capacitarse todo lo posible antes de traer una mascota a la casa y si es posible, evaluar el origen de ese cachorro y así trabajar mano a mano con un educador canino.
Clave resulta también ajustar nuestras expectativas. “Es un baldazo de agua fría realmente cambiar las expectativas y las pretensiones que teníamos y saber que vamos a poder mejorar un montón de cosas pero puede que ese perro nunca sea, lo que comúnmente se dice, “un perro normal”. Puede que nunca pueda sentarse con nosotros a tomar un café, que no pueda salir de vacaciones con nosotros a un lugar pet friendly y que no pueda quedarse en guarderías caninas. Todos esos escenarios son una realidad y tenemos que estar listos para aceptarlos”, dice.
Muchos de esos casos mejoran muchísimo, dice Álvarez, pero para ello hay que tener paciencia y voluntad. “Es un ser vivo con emociones y necesidades y si yo soy su nueva familia, me tengo que asegurar de que sus necesidades sean cumplidas por sobre las expectativas que yo tengo sobre él”, dice.
Laura decidió contratar a un adiestrador canino para Toddy, pero no le gustó porque consideraba que tenía una metodología muy estricta. Probó con un par más que tampoco le dieron muchos resultados y en esa búsqueda se encontró con Verónica Harris, etóloga y adiestradora canina. Con ella, al fin, comenzó a ver pequeños avances.
En este proceso, explica Harris, “van a haber momentos de frustración, momentos de retroceso, momentos en que uno se estanca. La terapia de comportamientos, que se enfoca en la reactividad, en las agresiones y fobias, toma tiempo. Pero así se van a poder tener técnicas, herramientas y procedimientos para darle una mejor vida a ese animal. Es un proceso largo y tienes que modificar la conducta del animal pero tu también tienes que modificar tus conductas y darle tiempo a tu perro para adaptarse”.
La experta hace un llamado a tener un conocimiento profundo sobre el animal que se tiene en casa. “El carácter no solo tiene que ver con lo que ha vivido ese animal, sino también entra en juego la genética. Hay que entender qué tipo de animal tienes y cuáles son sus procesos”, explica.
También, a buscar una ayuda profesional que sea empática. Para ella, una gran alerta roja es si esa persona contribuye al sentimiento de culpa que muchas de estas personas tienen al momento de buscar ayuda. “Si esa persona está buscando ayuda es porque está desesperada y si la hacen sentir culpable o mal, es terrible y poco profesional porque se necesita estar en un lugar sano y de confianza. La culpa es uno de los principales gatillantes del malestar que muchos tutores sienten. El no saber qué se hizo mal, en qué se falló”, dice.
Harris creó para Toddy un plan de acompañamiento y adiestramiento, pero para Laura fue clave que ese proceso no solo se concentrara en el animal, sino también en explicar y educar a sus tutores paso a paso las razones por las cuales Toddy actuaba de cierta forma y cómo ellos podían ayudarlo. “El cambio fue radical. Hoy es un perrito muchísimo más seguro, se nota que disfruta sus paseos cuando antes no lo hacía. Pasan los camiones y él ni se mueve”, cuenta Laura.
“Me ayudó a entender que cada perro es distinto, que simplemente necesitaba herramientas o alguien que nos guiara en este camino. A entender que al igual que las personas, ellos tienen días en que no se sienten bien, que no están de buen humor. A no comparar a mi perro con lo que veo en la calle porque cada uno es distinto”, dice Laura.
¿Y los gatos?
En el caso de los gatos, no es tan común buscar etólogos o veterinarios para evaluar su comportamiento, pero la ayuda profesional puede ser muy útil cuando existen problemas cognitivos o comportamientos que se consideran anormales.
Fue el caso de Catalina (29), quién despertó una noche y vio, sobre su cama, a un gato que nunca había visto. Lo adoptó de inmediato y lo llamó Freddie. A pesar de que ya tenía un año, no mostró grandes problemas de adaptación, ni siquiera cuando se cambiaron de una casa a un departamento, donde se adecuó en un mes. Luego Catalina adoptó a Rina, una gata de dos meses y la bienvenida que le dio Freddie no fue muy acogedora: se escondía y trataba de agredirla, se refugiaba por horas sobre el refrigerador. “Fue muy frustrante. Me daba pena y miedo que alguno de los dos sufriera. Que Freddie dejara de ser regalón o que Rina viviera con terror”, cuenta Catalina.
Los gatos podían estar juntos solo cuando ella estaba con ellos y cuando Catalina tenía que ir a trabajar, los tenía que dejar en habitaciones separadas. “Así fue todos los días, cuestionando si todo lo que hacía era bueno o no para ellos”, cuenta.
Según Harris, es importante entender el carácter y personalidad de cada gato para darle lo que necesita. “Aprender las razas, lo que les gusta hacer, si les gustan los lugares elevados, oscuros. Entender sus ciclos hormonales y cómo cambian en base a las temporadas del año. Saber que son nocturnos y que durante el día descansan y en la noche se activan. Darle las herramientas para que esté lo más satisfecho posible”, dice.
Catalina aprendió cómo debía reaccionar frente a distintas situaciones. Especialmente aquellas que la ponían muy nerviosa como cuando Freddie, su gato mayor, le gruñía a Rina, la recién llegada. Fueron una serie de enseñanzas que fue adquiriendo hasta encontrar una armonía. “Hoy somos muy felices los tres”, dice.
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