Cuando tus colegas se quejan todo el día
En octubre de este año una lectora preguntó en la sección ‘Ask a boss’ (Pregúntale a un jefe) del medio estadounidense The Cut –en la que la psicóloga y columnista Alison Green aborda las inquietudes de los lectores respecto a sus situaciones laborales– qué podía hacer con un colega que pasaba todo el día quejándose. “Tenemos más o menos la misma edad, hobbies similares y una dinámica amistosa. Nos veo siendo amigos y pasando un rato juntos fuera del trabajo, pero aun así, se queja constantemente sobre todos los temas que ocurren en la empresa (…) Este trabajo ya es lo suficientemente difícil, ya estoy agotada y colapsada, y aunque quejarnos juntos pueda ser un acto de catarsis, escucharlo en eso todo el día, solo hace que la situación empeore”, expresó.
A lo que la especialista le respondió: “Tener a alguien desatando una letanía de negatividad constante en tu oído te mantendrá enfocado en las mismas cosas en las que no quieres obsesionarte. Esto no significa por ningún motivo que la gente no deba plantear sus inquietudes o dudas en el trabajo; no hay que cerrar la discusión legítima con respecto a problemas reales, pero hay un punto en el que las quejas crónicas dejan de ser constructivas, especialmente cuando el receptor de estas quejas no tiene ninguna capacidad de hacer algo al respecto”.
Y es que, como explica el psicólogo organizacional y director de Smart Coach, Isaías Sharon, los estados emocionales y cognitivos se contagian, entonces cuando nos encontramos en un entorno laboral en el que reina la queja, la percepción y la emoción cambia y se contamina el ambiente. Eso, a su vez, da paso a una toxicidad que sería recomendable evitar, porque solamente permea en la capacidad de motivación, de compromiso y desempeño de todas y todos los involucrados. “El efecto que tiene la queja permanente es nocivo para el desarrollo laboral, porque lo que hace es que cambia el foco perceptual, el relato y el estado emocional, y por lo tanto el apego o desapego que tienen con ese trabajo”, explica. “Cuando ocurre eso y se entra en una dinámica de queja y hastío constante, es necesario darle una vuelta al relato, a lo que se comunica y encontrar una forma de volver al eje”.
¿Qué se puede hacer para lograr eso? Isaís propone reuniones en las que además de plantear las dificultades y problemas –porque es sumamente necesario hacerlo también– se compartan las buenas experiencias y se verbalicen los aprendizajes de la jornada. Así mismo, Alison Green plantea en su respuesta a la lectora que lo más importante es hablar con el colega que esté dando paso o facilitando el ambiente desagradable. “Hablar con tu colega es la única opción si quieres que se detenga, de lo contrario, es probable que asuma que eres una audiencia receptiva. Sospecho que preferirías evitar esa conversación honesta porque te da miedo que sea incómoda, pero es mucho mejor abordarlo y permitir que la persona lo sepa antes que seguir siendo miserable”, desarrolla. “De hecho, es común que nos cueste ser directas; tememos ser irrespetuosas o causar momentos incómodos y por ende no decimos lo que nos molesta y no hacemos un tema al respecto. Pero de esa forma el problema continúa y las frustraciones aumentan. Eventualmente, ese resentimiento acumulado encuentra la manera de estallar”.
Lo positivo -y que muchas veces no sabemos-, es que a menudo le tememos a estos momentos de enfrentamiento porque la interacción que imaginamos o especulamos en nuestras cabezas es mucho más adversa; en lo práctico, encarar una situación que nos molesta siendo sinceros no tiene por qué tener un desenlace negativo.
También es importante entender, como explica la psicóloga e integrante de Smart Coach Academy, Patricia Jirikils, que la queja tiene una función; la de liberar cierta tensión en situaciones adversas o complejas que no sabemos resolver. “Tiene que ver con cómo leemos y significamos la realidad, y por lo mismo, cuando se da en cierta medida, es natural. Lo que pasa es que hay personas que están situadas desde la queja constantemente y los que están a su alrededor se transforman en receptores o receptáculos, como digo yo, de sus basuras”, explica. “Hay que tener claro que en esos casos hay que tomar distancia, porque la percepción y emoción del otro se refleja y puede tener un impacto en nosotros; nos hacemos parte de la queja y entramos en esa dinámica. Y de pronto, algo que no habíamos visto, se transforma en nuestra realidad. Esa queja despierta algo en nosotros o viene a sintonizar con aquello que también nos molesta y no habíamos visto, y se contamina el ambiente”.
Porque en definitiva somos seres influenciables y que tenemos influencia en los demás, por lo que una queja constante puede enturbiar un espacio y hacer que todos conecten con emociones y percepciones que probablemente no estaban al alcance. “Cuando una queja nos resuena, nos invita a interpretar la realidad circundante desde ahí y todo se tiñe. Surgen pensamientos negativos, luego emociones y conductas distintas, baja la motivación y no nos dan ganas de ir”. Especialmente si consideramos que en Chile las condiciones laborales ya de por sí, son absolutamente precarias; en el estudio Prevalencia de la violencia psicológica y acoso laboral en trabajadores de Iberoamérica, realizado en el 2016 por el psicólogo laboral mexicano, Manuel Pando, se revela que Chile está dentro de los tres primeros países de la región con mayor prevalencia de violencia psicológica hacia sus trabajadores, justo después de Costa Rica y Perú.
Lo que busca la persona que se está quejando permanentemente es que el otro ponga el oído y genere ciertas respuestas que sintonicen con la queja, o que les haga sentido. Sin embargo, le transfieren la responsabilidad a ese otro, una responsabilidad que no le corresponde. “La persona que se queja te pone en un rol que te obliga a preocuparte y a ayudarte a resolver. Eso genera mucha carga, nos quita energía y a menudo nos hace sentir culpables por no poder solucionar el tema”, explica Patricia.
Por lo mismo, es importante saber tomar distancia y tener claridad respecto a qué es lo propio y qué es lo ajeno; qué vino desde afuera y qué no. En otras palabras, definir qué significa la queja y cómo nos sumamos o no. Como explica Patricia: “Deberíamos tener la libertad de decir que no queremos ser receptoras de la basura del otro o decirle a esa persona que si necesita ayuda, la tiene que conseguir y en ese proceso, declarar aquello que corresponde a quien corresponde”.
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