Soy ginecóloga y vivo en Rancagua. Hace dos años me tocó estar en Santiago, en una actividad por mi especialidad. Esa vez uno de los doctores nos dijo a todas, junto a mis colegas, que nos tomemos el PAP. Lo examinamos ahí y salió todo bien.

Me vine a Rancagua y justo por esos días había llegado a la clínica donde trabajo el test de Virus del Papiloma Humano (VPH). Con una colega pensamos en tomarlo, casi que como un juego, para aprender porque hasta ese momento no era un test muy conocido. Yo estaba convencida de que saldría bien, por mi reciente PAP, pero me llevé una sorpresa: el test detectó que tenía el virus 16, que es el de mayor riesgo.

Quedé impresionada, pero inmediatamente pensé en que tenía que hacer algo. Me examinaron con la colposcopía que es como un PAP pero se mira con microscopio, y no tenía ninguna lesión cancerígena. Así que la recomendación fue hacerlo de nuevo un año después. Y lo hice. Otra vez salió el virus 16. Yo sabía que una de cuatro mujeres que tienen ese tipo de virus tiene cáncer y que tener durante más de un año ese virus es un riesgo, así que pedí que me hicieran una nueva colposcopía.

Justo vino el estallido social y luego la pandemia, entonces dejé pasar algunos meses. Me levantaba todos los días pensando en que tenía ese examen pendiente.

Un día llegó a mi consulta una colega médico con un cáncer de cuello del útero, con mi misma edad. Pensé que era una señal. Apenas salió de mi consulta le pedí a la colega que atiende en la puerta del frente que me hiciera la colposcopía. Le dije que también me hiciera la biopsia aunque no viera nada, y que la muestra me la tomara desde lo más al fondo.

Unos días después me llegó el resultado: la biopsia había salido mal. Tenía cáncer.

Yo estaba de turno. Fue tremendo recibir esa noticia mientras estaba trabajando, me sentí mal, tuve hasta nauseas. Pensé lo peor. También pensé en mi hijo que en ese momento tenía dos años. Así que apenas pasó el momento de impresión, decidí actuar. Pedí una hora en Santiago para una biopsia más grande, me hice los exámenes pre operatorios y llegué a la consulta de un oncólogo con los exámenes en mano y dispuesta a hospitalizarme. No había muchas horas, pero insistí, hasta que me quedé ahí. En esa biopsia salió lo que tenía. Y era el tipo de cáncer más malo, el más difícil de encontrar y el que más mata.

Había que sacar el útero completo. No lo pensé dos veces, tuve la mente fría. Sólo pensé que tenía que vivir, por mí, por mi hijo.

Así que en un mes entré a pabellón donde me sacaron el útero y también los ovarios. Eso implicaba no solo que no podría tener más hijos, sino que al sacar los ovarios, inmediatamente entré en la menopausia, a mis 39 años.

Pero como la vida siempre es sorprendente, esa es justo mi especialidad. Soy ginecóloga experta en menopausia, así que como tantas otras veces tuve que tratar a mis pacientes, ahora me tocaba tratarme a mí misma.

Yo, a pesar de esta historia, creo que nada es azaroso. Que la vida te va mostrando cosas, uno las agarra o no. Recuerdo que cuando recibí el diagnóstico me quedé mirando por la ventana, lloré, pero también vi a mi hijo y pensé que no podía morirme. Que por algo había llegado a tener esta información y que haber elegido esta profesión me salvó la vida; si yo no hubiese sido ginecóloga, no sé si estaría viva.

Así que ahora me tocaba la tarea de ayudar a otras con mi experiencia. Empoderar a mujeres para que se hicieran cargo de su cuerpo. Que es lo que me pasó a mí; esta experiencia me cambió la vida. Fue una bendición haberlo sabido, porque vivimos en una máquina y ahora yo vivo a otro ritmo. O al menos soy más consciente de que algo te puede pasar, y que hay que hacerse cargo, empoderarse de su cuerpo, tomarse los exámenes. Es un derecho también hacerlo, porque este cáncer es evitable.

Yo elegí tratarme, elegí insistir hasta encontrar algo y gracias a eso estoy viva. Y me siendo incluso mejor antes; comencé a tomar hormonas, mejoró mi ánimo, mi vida sexual, mi aceptación… diría que hoy estoy en mi mejor momento. Me hice cargo de mi vida y eso es un poder al que las mujeres jamás debemos renunciar.