Daniela Vega: La mujer fantástica

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La protagonista de Una mujer fantástica, la cinta chilena que recibió el premio al Mejor guión en el Festival de Cine de Berlín y encandiló a la crítica, ha tenido una vida de película. Peluquera, cantante lírica, actriz sin estudios formales y mujer transexual de 27 años, cautivó al director Sebastián Lelio la primera vez que la entrevistó, no buscando dar con una actriz, sino solo con alguien que lo ayudara a entender el mundo transexual que quería abordar en la cinta. "Fue un flechazo cinematográfico", dice para explicar por qué apostó por ella.




Paula 1221. Sábado 11 de marzo de 2017.

–Hola linda, qué gusto de conocerte.

Es mediodía de un jueves en Santiago y Daniela Vega (27), se asoma sonriente por la puerta de su departamento en Ñuñoa. Lleva un vestido azul con lunares blancos, estilo años 50; aros que hacen juego con su collar de perlas. En su dedo índice, un anillo de plata que le regalo su mamá cuando salió del colegio. En la otra mano, uno con tres circones, regalo de su papá. Aunque luce radiante y ligera, son sus uñas carcomidas las que delatan el vendaval de lo que ha vivido los últimos días. Hace solo tres Daniela llegó de Alemania, donde participó del estreno de Una mujer fantástica, la quinta película del director Sebastián Lelio –el mismo de la premiada Gloria– en el Festival de Cine de Berlín. En ella, Vega interpreta a Marina, una mujer transexual que tras la muerte de su pareja –Orlando (Francisco Reyes)–, un empresario textil con quien ha logrado armar una vida basada en el amor, se ve obligada a enfrentar los juicios que la familia de él y el resto del mundo tiene hacia ella. De Berlín –donde ganaron el premio por Mejor Guión–, Daniela regresó convertida en una gran promesa del cine. La revista Variety la puso a la cabeza de los 5 talentos sobre los cuales hay que poner ojo; el crítico David Rooney del The Hollywood Reporter afirmó que "la revelación más impresionante de la película es Vega" y The Guardian dijo que de ganar ella un premio en Berlín "sería algo sin precedentes, al convertirla en la primera actriz transgénero en ganar un premio mayor del cine".

Por eso, tras dos semanas donde los ojos del festival estuvieron puestos sobre ella, reconoce que tiene la cabeza todavía un poco revuelta. En su mail, asegura, hay un montón de correos de directores y productoras con propuestas a la espera de su respuesta. En otros, ONGs le cuentan que quieren premiarla.

–Pero por ahora me lo quiero tomar con calma– dice Daniela, tras un suspiro. –A mí me gusta jugar el juego de la diva. Creo que es porque lo quise tanto desde chica. Tanto, tanto. Siempre tuve el sueño de ser actriz, pero nunca pensé que podía lograrlo.

En busca de su cartera, camina por el departamento como una gata en sus dominios. Sobre la mesa del living, hay un jarro con flores frescas, libros de arte y el Oso que se trajo de Berlín tras recibir el Teddy Award, el galardón que la Berlinale concede a la mejor película de temática LGTB y que ella le dedicó "a toda la gente transexual que ha muerto en el intento de ser ellos mismos". En varios rincones de su casa, también hay fotos de su vida. Una, incluso, donde aparece cuando era un niño, riéndose en los brazos de su mamá.

¿Ese niño desapareció para ti?

No. Si tú le preguntas a mi familia, ese niño ya no existe y hoy hay otra persona. Pero para mí, soy la misma. Fui dejando atrás, en cada paradero, una prenda. No agarré todas mis cosas y las quemé. No. Yo fui desprendiéndome de lo que era, mientras fui afirmando quien soy ahora. Y mi historia para atrás está en fotos familiares. Ahí estoy yo.

<strong>"No es que yo haya dicho 'ah, ella es quien tiene que ser la actriz', porque no la conocía. Tenía experiencia, pero poca, en la actuación. No era una Paly García", dice Sebastián lelio sobre la impresión que le causó Daniela Vega la primera vez que conversó con ella. "Pero una parte de mí siempre lo supo (...) Fue como una especie de flechazo cinematográfico", dice</strong>

El regalo de los padres

Daniela Vega Hernández nació en 1989 en San Miguel. Fue el hijo primogénito de Igor Vega, dueño de una imprenta, y Sandra Hernández, dueña de casa. Al tiempo, la familia se trasladó a Ñuñoa, donde nació su hermano Nicolás. De su infancia, dice, tiene recuerdos felices, sobre todo por la devoción que le causaba su abuela materna. A escondidas se metía en su clóset. Navegaba en su ropa. Moría por usar sus tacos. Su momento favorito era cuando salían juntas y entonces ella trataba de hacer calzar sus pasos con los de su abuela imaginando que eran sus pisadas las que emitían ese sonido de los tacos sobre el cemento. "Con los manteles me hacía capas. Mi familia creía que me disfrazaba de superhéroe, pero a mí me gustaba pensar que era un vestido con cola, de red carpet, de diva del cine".

En primero básico entró al colegio Benjamín Claro Velasco, del que guarda buenas memorias. "Ese colegio fue increíble. Ahí una profesora me reclutó para el coro, conocí la música, la ópera, soñaba con ser María Callas. Era mixto y con mis compañeros lo pasaba increíble. Nadie me obligaba a jugar a la pelota. Nadie me molestaba porque yo quería leer o conversar con las mujeres. Éramos como un cebiche mixto. Todavía tengo amigos de ahí".

¿En esa época te sentías distinta al resto?

Sabía que me ocurría algo, pero no sabía qué. Sabía que tenía que guardar un secreto, pero no sabía cuál. Y sabía que tenía que desenredar una madeja, pero no sabía por dónde partir. Lo que sí recuerdo es que sentía que ser hombre era malo; que la masculinidad no era buena en mi cuerpo, que me iba a hacer daño, porque me iban a crecer pelos, me iba a salir barba, se me iba a engrosar la voz y no iba a saber cómo zafar de eso. Esa era mi sensación. Y sabía que era algo que tenía que enfrentar, pero más adelante.

¿Sabías que eso pasaba por un cambio de género?

Esto es difícil de explicar, pero de alguna manera, tuve claro desde el día uno que yo iba a terminar siendo una mujer.

Cuando cumplió 11 años sus papás compraron un departamento en el centro. Junto con el cambio de casa vino el cambio de colegio. La matricularon en uno solo de niños: el Francisco Andrés Olea de la Sociedad de Instrucción Primaria. "Desde el primer día sentí que estaba peligrando. Me tiraban pelotazos en el recreo, me empujaban en la escalera, me rompían los cuadernos. Cuando iba al baño me meaban".

¿Crees que eso pasó porque notaban que eras distinto?

Lo hacían porque era híper femenina. Era una niña en un colegio de hombres. Y no había ninguna posibilidad de pasar desapercibida. Y sí, tuve compañeros que se hicieron amigos míos. Pero en el momento de las agresiones yo siempre estaba sola.

¿Por qué no les contaste a tus papás?

Por amor a mis viejos. Por no hacerles daño. Porque no sabía cómo administrar esa información. Si les decía y me preguntaban por qué te pegan, ¿qué les iba a decir? "Porque soy muy femenino". "Pero, ¿por qué?". "O sea, ¿eres gay?". Y yo sabía que no lo era. No sabía cómo explicarles. Además, iba a trasladar el conflicto del colegio a la casa. Entonces no. Para qué. Decidí seguir aguantando.

Fue en el verano antes de entrar a 1º medio cuando Daniela, ya fuera del colegio de hombres e inscrita en un liceo técnico que funcionaba al interior del Parque O'Higgins, empezó a liberar poco a poco información: primero, se negó a cortarse el pelo. Quería tenerlo largo para poder jugar con él. Le dejó de importar cruzar las piernas como una dama cuando estaba frente a su familia. Fue ese verano cuando empezó a ver las películas de Pedro Almodóvar. Kika. Mujeres al borde del ataque de nervios. Todo sobre mi madre. La mala educación. Volver. La flor de mi secreto –"una de las que más me ha hecho llorar", dice–.

Ese verano también descubrió la música de David Bowie, Grace Jones, Placebo, Brian Molko, Depeche Mode, Pulp. "Bandas que tenían una fuerte estética ambigua. Entonces dije: 'Aquí está la papa. Esta es una posibilidad real donde puedo adornar mi cuerpo sin abandonar la identidad que tengo actualmente'. Empecé a vestirme de gótico, lo que para mí era muy bueno, porque hombres y mujeres usaban charol, látex, vuelos. Los hombres se maquillaban, las mujeres también. Hombres y mujeres ocupaban corsés, uñas largas y negras, labios rojos". Pero después, de a poco, empezó a sacar cosas: de tener el pelo escarmenado como Robert Smith, lo fue bajando, hasta conseguir una melenita femenina. "Fui sacando cadenas, cruces, látex, y me fui feminizando cada vez más. Entonces lo que mis papás vieron fue una transición larga de tres años, desde los 15 hasta los 18 donde fui armando una imagen de Daniela", dice.

<strong>"Sabía que me ocurría algo, pero no sabía qué. Sabía que tenía que guardar un secreto, pero no sabía cuál", dice Daniela sobre la sensación de extrañeza que tuvo en la niñez. "Recuerdo que sentía que la  masculinidad no era buena para mi cuerpo".</strong>

Supongo que hubo una conversación. Una pregunta. Una revelación.

Sí. Fue en un almuerzo cuando tenía 15 años. Mis papás me dijeron "a ver, aquí hay algo que tú tienes que decirnos porque nosotros conocemos gente gay, pero nunca tanto". Les dije: "Es que no me siento gay". Mi papá preguntó: "Pero entonces, ¿cómo te sientes?". Respondí: "Me siento una niña. Siento que quiero ser mujer".

¿Cómo reaccionaron?

Quedaron para adentro. Sentí que su sensación fue "vamos a tener otro hijo". "Llega alguien nuevo". Me dijeron: "Esto es complicado. Vamos a hacer lo siguiente: nos vamos a ir a la playa, tú te vas a quedar acá y vamos a pensar acerca de este tema que nos estás diciendo". El domingo en la noche, cuando llegaron de vuelta, estaba súper nerviosa. Sentía que venía una especie de veredicto. ¿Y me vas a creer lo que pasó? Llegaron con una cajita de regalo. Yo pensé "ups, vale por 12 sesiones al siquiatra" o algo así. Pero cuando la abrí encontré una cajita de maquillaje. Ahí me puse a llorar. Los tres nos pusimos a llorar. Me acuerdo y me pongo a llorar.

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¿Todavía tienes esa cajita?

Sí. Todavía la tengo. Y ahí guardo mis joyas.

Preparada para el mundo

Enero de 2014. Sebastián Lelio, director de la película Gloria, está de paso en Santiago. Tiene algunas intuiciones respecto a su próxima película: quiere contar la historia de un hombre, pero a la vez la de una mujer mayor que él conoce, cuyo amante murió en sus brazos y entonces ella debe avisarle a su familia. Con su amigo, el guionista Gonzalo Maza, Lelio divaga sobre esta anécdota que quieren convertir en un guión. "¿Qué pasa si alguien muere en los brazos equivocados? ¿Qué pasa si los peores brazos donde alguien puede morir son los tuyos y por eso, en ese momento, tú pasas a ser el indeseado?", se preguntaba Lelio. "Era una buena idea. Pero le faltaba todavía para ser una película. El click vino cuando se nos ocurrió que esa mujer fuera transexual. Pero entonces yo era muy ignorante del tema. No tenía ningún conocido transexual. Todo era un desafío", cuenta el director.

Lelio se lanzó a investigar. Se juntó con varias mujeres transexuales en Santiago. A la tercera reunión le aconsejaron hablar con Daniela Vega, quien entonces tenía 24 años, trabajaba como peluquera en Mimos, el salón de un matrimonio de argentinos ubicado en Mosqueto con Santo Domingo, estudiaba canto lírico y, además, había actuado en la obra La mujer mariposa que estuvo en cartelera en el GAM y en la película La visita, de Mauricio López, donde interpretó al hijo transexual de una familia tradicional. Lelio la llamó, le contó que trabaja en una nueva película y que quería conocerla. "Esa conversación marcó el destino de la película", dice Lelio. "Y no es que al salir de ahí yo haya dicho 'ah, ella es quien tiene que ser la actriz', porque no la conocía. Tenía experiencia, pero poca, en la actuación. No era una Paly García. Pero una parte de mí siempre lo supo. Porque al verla sentada en ese café fue como una especie de flechazo cinematográfico. La encontré fascinante, porque es inteligente y rápida. Tiene un humor ácido. Logra ser muy política de una manera graciosa. Y a la vez es de una complejidad gigante. Hay en ella una fuerza y una fragilidad que son admirables y conmovedoras. La impresión que me dio ahí es que ella está preparada para el mundo, pero es el mundo el que no está preparado para ella. Y esa sensación, para mí como director, fue muy excitante porque era puro desafío".

Al día siguiente, Lelio partió de vuelta a Alemania, donde vive desde hace algunos años. Daniela –quien dejó su nombre  legal en el pasado y por eso nunca lo comparte– siguió trabajando en la peluquería. Mantuvieron contacto por mail y por Skype. "Hablábamos mucho y yo iba incorporando elementos de su biografía dentro del guión de manera muy natural", dice Lelio.

Un día de febrero cuando Daniela abrió su mail, encontró un correo cuyo asunto decía "UMF Top Secret". Tenía el guión adjunto. "Entonces lo llamé y le dije '¿Sebas, qué hiciste?'. Y me dijo: 'Dani, es el momento de que te enteres que creemos que eres la indicada para hacer el personaje de Una mujer fantástica'".

¿Y qué hiciste tú?

Carreteé como tres días.

¿No te pusiste a llorar?

No, me puse a reír. Claro, en ese momento no tenía cómo saber el éxito que íbamos a tener dos años después en Berlín. Solo sabía que sería la protagonista de una película chilena, como tantas otras más, pero de un gran director y con una gran productora detrás. Así que me lancé a nadar en ese océano gigante con cero estudios pero pura actitud.

Para asumir el rol, durante tres meses Daniela tuvo que someterse a un entrenamiento extremo: aprender a manejar, tomar clases de salsa, ir a sesiones de coaching actoral con Moira Miller para aprenderse textos que parecían interminables. También hacer una dieta estricta –sin pan, sin leche, sin palta, sin azúcar, sin manjar, sin helado de menta (su favorito)– y entrenar de lunes a viernes, dos horas diarias, para bajar 7 kilos, afinar la figura y ganar tonicidad muscular. "Me sentía como en Diario de una princesa o en Memorias de una geisha cuando les enseñan en una semana a ser lo que una mujer ha soñado toda una vida", dice.

Soñando despierta

Tras aceptar el protagónico de Una mujer fantástica, Daniela decidió renunciar a la peluquería y apostar por hacer despegar en serio su carrera de actriz. "Fui a hablar con los chiquillos de la pelu y les dije: 'ahora voy a hacer otra película que es un poquito más grande, entonces me voy a tener que ir por un tiempo'. Ellos me plantearon que podía volver cuando quisiera. Pero también me dijeron: 'Si te vas, trata de no volver. Trata de que este sea el paso para algo mayor'. Y ahí estamos: luchando", dice.

Antes de partir a Berlín –y financiada en parte por Fábula, la productora detrás de la película–, Daniela se preparó minuciosamente para la exposición internacional que tendría por el estreno de la cinta. Junto a su amiga, la diseñadora Ana López, pensaron una a una las tenidas que usaría cada día y cada noche. "Hubo actrices que llegaron a la alfombra roja con jeans y polera y está bien. Pero yo tenía que vender la imagen que quiero construir", dice. El acuerdo fue que los vestidos resaltaran al máximo su femineidad. Así, sin dejar de dar puntada sin hilo, logró cautivar a cuanto asistente pasó por Berlinale.

<strong>"No soy hija de nadie ni pertenezco a ninguna casta familiar de ninguna cosa. Soy la primera artista de mi familia y ni siquiera con estudios formales. Entonces esto es como encontrarse con un diamante en la calle. Es como que alguien vino de alguna parte del universo y me tiró un balde de oro". </strong>

¿Pinchaste en Berlín?

Me moría por conocer al actor alemán Max Riemelt, pero nunca coincidíamos. Hasta que un día estaba en el hotel Hilton en un almuerzo, me doy vuelta y estaba ahí. Me puse toda cocoroca para que me mirara. Y el hombre, así como que no quiere la cosa, empezó a acercarse y yo hice lo mismo, hasta que de repente fue como "ah, bah, hola". Él me dijo: "tenía muchas ganas de conocer a la mujer fantástica".

La selfie que inmortalizó ese momento la subió minutos después a su cuenta de Instagram.

¿Sientes que el éxito de la película y las alabanzas que ha tenido la crítica hacia tu actuación, son una revancha?

No. ¿Una revancha de qué? Si la vida me ha tratado tan bien. O sea, claro, fui a un colegio donde me sacaron la chucha y recibí malos tratos. Pero después de ese periodo de oscuridad, me prometí a mí misma que nunca más nadie me iba a humillar, pegar o a escupir. Y que yo iba a ser dueña de mi vida. De ahí para adelante empecé a ejecutar mi vida desde ese lugar. Yo nunca he pedido permiso para vivir.

¿Qué te pasó al leer las críticas, al entender el enamoramiento que hay no solo hacia tu actuación sino a lo que tú representas como actriz transexual?

Estoy abrumada. Estoy stunning (asombrada)–, dice con los ojos llenos de lágrimas. –Yo decía ¿cómo me van a querer tanto? ¿Cómo me van a considerar tanto? Yo no soy hija de nadie ni pertenezco a ninguna casta familiar de ninguna cosa. Soy la primera artista de mi familia y ni siquiera con estudios formales. Entonces esto es como encontrarse con un diamante en la calle. Es como que alguien vino de alguna parte del universo y me tiró un balde de oro.

En Una mujer fantástica se cuenta una historia de amor entre una mujer transexual, Marina, y un hombre heterosexual, Orlando. ¿Ocurren esos amores en la vida real?

En Chile hay muchos Orlando y hay muchas Marina.

¿Tú has vivido un amor así?

Conozco el amor, sí. Pero también creo que como Orlando y Marina, la opción general es mantener en la intimidad y en la privacidad ese tipo de cosas.

¿Qué tan tranquila pueden hacer su vida las personas trans?

Ser trans en Chile y en ninguna parte es fácil. Y acá no lo es, de partida, porque la legislación no resguarda los derechos fundamentales de las personas trans. Como Chile no tiene ley de identidad de género, yo todavía mantengo mi nombre masculino en mi carnet. Y así les pasa a casi todas las personas trans.

¿Crees que estemos cerca de una ley de identidad de género?

Chile funciona a través de las modas. Se pone de moda el divorcio y aprobamos el divorcio. Se pone de moda el matrimonio igualitario y tenemos ley de matrimonio igualitario. Parece que el tema trans está muy trendy, muy de moda. Ojalá que eso siga así para que los legisladores hagan la pega que no están haciendo.

Fuiste parte del grupo que fundó la Fundación Transitar, que presta apoyo a niños transexuales y a sus familias. ¿Por qué?

Sí. Lo que pasa es que cuando empecé a salir en medios de prensa, me empezaron a contactar papás de niños trans que me veían en la tele y me querían conocer. Un día hicimos una reunión y ahí salió la idea de armar la Fundación con la idea de que los niños interactúen entre ellos, para que se conozcan y sepan que no son los únicos a quienes les pasa esto. Pero me salí porque yo ya pasé por ese proceso, porque yo no tengo todas las respuestas del mundo y porque no me considero un referente para nadie. Yo no soy un ejemplo de nada, porque no soy una mujer fantástica. Soy una mujer completamente normal y me equivoco. Y a veces tengo penas y a veces lloro.

¿Y cuáles son tus dudas en este etapa de la vida?

Mira qué linda pregunta. ¿Mis dudas?

Tus dudas personales.

Estoy tratando de buscarlas.

¿Te preguntas en qué vas a estar en 10 años más? ¿Si vas a lograr construir la familia que sueñas para ti? ¿Si vas a estar acá o en otro lado del mundo?

El otro día le decía a un amigo que no soy pro familia de buenas a primeras. Para mí la familia no es una cosa fundamental. No es mi tema. No veo cercana la posibilidad de ser mamá porque con suerte me hago cargo de mí misma. Creo que mis hijos son y van a ser mis películas y mis obras de teatro, mis óperas, mis conciertos. Esos son mis hijos. Y los defiendo y los quiero y los odio como a los hijos.

¿Y sueñas despierta con qué tipo de película podría venir para ti?

Por supuesto. No es un secreto para nadie que yo quiero trabajar con Almodóvar. Siempre lo he dicho. Y para allá voy. Te lo aseguro.

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