¿Debo tomar la píldora?

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En la primera edición de Paula, Delia Vergara, periodista y fundadora de la revista, escribió un artículo revolucionario para la época en el que habló con franqueza respecto a la píldora anticonceptiva. En ese entonces había 213 955 usuarias en Chile, pero pesaban aún, y de manera evidente, los valores católicos que consideraban que tomarla era pecado. No se había hablado, hasta el minuto, abiertamente del tema. Dentro de los mitos, se creía que producía cáncer y que su uso temporal detenía la fertilidad de la mujer para el resto de su vida. Paula decidió hacer frente a esas dudas y temores, y concluyó que más que un método anticonceptivo la píldora implicaría una reivindicación social para las mujeres. Porque tomarla se trataba de un derecho a elegir por sobre sus cuerpos, como nunca antes se había podido.

Cincuenta y dos años después son muchas las que están optando por dejarla. Algunas lo hacen por sus efectos secundarios, como cambios de humor, dolores de cabeza, aumento de peso, tensión mamaria, distensión pélvica, disminución de la libido, acné y riesgo de trombosis en pacientes propensas. Otras, por una tendencia global naturalista que busca alterar lo menos posible el sistema nervioso y endocrino con factores exógenos. Pero cada una tiene su historia. Por eso, lejos de invalidar los avances logrados en la segunda ola feminista impulsada en la década de los cincuenta y los sesenta -que llevaron a la eventual divulgación del uso de la píldora-, es ese mismo espíritu que vela por la mujer el que nos lleva a abrir, desde otra vereda, este debate. ¿Por qué, si somos sanas, la opción más común de anticoncepción es tomar una píldora hormonal diaria? ¿Por qué el cuidado ha recaído únicamente en la mujer? Y si el argumento tiene que ver con que nosotras sufrimos las consecuencias, ¿cuáles son los costos, físicos y mentales, de ser la responsable de la anticoncepción? Porque de haberlos, la respuesta parece no ser del todo clara. Y si la ciencia no ha abordado estas inquietudes, vale la pena preguntarse si le han dado la importancia que merece.

Testimonios hay. Y estudios también, aunque la mayoría han sido descartados por el discurso médico-científico dominante. Lo cierto es que el escenario ha cambiado desde los años noventa, cuando había más de 20 millones de mujeres en el mundo que tomaban la píldora y esta era considerada un 'lifestyle drug'. Es decir, una pastilla mágica que además de satisfacer una necesidad básica de la mujer como la prevención del embarazo, promovía un estilo de vida lleno de beneficios. Christopher ChoGlueck, PhD en Historia y Filosofía de la Ciencia, y especialista en bioética y estudios científicos feministas, lo explica así: "Durante su peak la píldora se normalizó igual o más que la televisión. Muchas jóvenes empezaron a tomarla por preocupación de sus padres o razones médicas, como ovario poliquístico. En poco tiempo se volvió un aliado de la cultura sexista y normativa en términos de género, y la mujer fue la afectada en todo sentido. Por un lado la libera, pero también sufre las consecuencias de una droga farmacéutica muy potente".

A principios de este año, un artículo en El País trataba el tema que en las millennials -mujeres nacidas entre 1981 y 1996- el uso de anticonceptivos hormonales había disminuido en un 5%. También explicaba que en España la píldora ya no es el método anticonceptivo más utilizado: solo un 17% de las mujeres sigue usándola, versus el 30% que prefiere el preservativo. Frente a esto, la sexóloga y ginecóloga Francisca Molero le dijo al medio: "La píldora, aun siendo un método muy seguro en la anticoncepción, ya no satisface las expectativas de muchas mujeres que ahora buscan una solución más natural. A veces el gran fallo de los profesionales es no tomar en cuenta las demandas sociales, que evolucionan". Y es que en Europa y Canadá las cifras parecieran ser indicativas de una tendencia: en el Reino Unido un estudio del Servicio Nacional de Salud (NHS) concluyó que el uso de métodos voluntarios de contracepción, píldora incluida, había disminuido en un 13% entre el 2005 y el 2015; en Francia, en el 2013, el Ministerio de Sanidad desautorizó la comercialización de la píldora anticonceptiva Diane 35 después de asociarla a la muerte de cuatro mujeres, y en Canadá, un estudio realizado por la Society of Obstetricians and Gynaecologists estableció que si en el 2006 un 39% de las mujeres sobre los 30 años tomaba anticonceptivos orales, en el 2016 solo un 16% lo hacía.

"Este tema tiene varias vertientes; por un lado se está gestando una nueva cultura, o anticultura, y por otro está la ética del autocuidado. Al ser un tema cultural, es inevitable que la mujer que está tomando la pastilla obedientemente, sin cuestionar si es realmente la mejor opción para ella, se está adhiriendo a los esquemas y patrones que no la aceptan tal cual como es, sin alteraciones", reflexiona la psicóloga y psicoanalista IPA Carolina Bórquez. "Los sistemas endocrino, inmunológico y nervioso trabajan de la mano, y si algo nos afecta hormonalmente, también nos afecta en otras dimensiones. Y en la medida en que nos manejemos en base a 'el doctor me dijo' o 'la industria lo recomienda', sin considerar que hay intereses de por medio, estamos perpetuando una lógica de dominación", concluye.

En Chile, un 17% de la población femenina activa usa la píldora -al año, casi 400 000 jóvenes entre los 10 y 19 años piden métodos anticonceptivos hormonales-, versus un 13,6% que usa dispositivos intrauterinos como la T de Cobre o T de Levonorgestrel. Un porcentaje muy bajo -entre el 3 y 5%- usa métodos no hormonales, como el preservativo, el diafragma femenino, el método calendario o sinto-térmico y las láminas VCF, entre otros. "Se suele pensar que la realidad es la que se da en las clínicas privadas. Pero no es así. El 85% de la población local se atiende en consultorios, y por ende usa lo que se administra ahí. Hasta hace 20 años, en los consultorios solo había un tipo de píldora, inyecciones y la T de Cobre. Esta última, por ser la más barata y de larga duración, era la más utilizada. Sin embargo, cuando empezaron a salir más opciones de píldoras, las chilenas asociaron, de manera errónea, la T a la medicina pública y dejaron de usarla", explica la directora ejecutiva del Instituto de Investigaciones Materno Infantil (IDIMI), María José Miranda. "Lo primero que hay que hacer es una buena anamnesis, porque no es lo mismo una paciente obesa que una chica sana de 20 años, y esto no siempre se logra en los 20 minutos que dura la consulta habitual. Si bien es mucho más importante no quedar embarazada cuando no se quiere, los efectos colaterales leves pueden incrementar en la medida en que la mujer no lleve una consejería particular en la que se evalúa su condición. Por ejemplo, si tienes 35 y fumas, o eres hipertensa, o has sufrido de migrañas, ya no puedes tomar la píldora después de una cierta edad. El problema es que la mayoría de las mujeres toman el anticonceptivo que se les recetó durante toda la vida".

En el 2017 la periodista francesa Sabrina Debrusquat publicó un libro en el que reúne testimonios de 3600 mujeres que decidieron dejar la píldora tras años de uso. Concluyó que muchas veces las razones tenían que ver con sus efectos secundarios leves, pero que en el día a día se vuelven palpables. Su libro visibilizó una generación de mujeres que ha normalizado tolerar síntomas por el simple hecho de ser mujeres y, según el consenso médico, más fuertes que los hombres. "Creo que depende de la mujer establecer si algo es un efecto secundario, y por ende tolerable, o derechamente una complicación. En sus inicios la depresión y disminución de la libido eran consecuencias comunes de la píldora, pero llamarlas 'efectos colaterales' es sexista. ¿Habríamos tolerado una disminución de la libido en los hombres?", cuestiona el médico y filósofo Christopher ChoGlueck.

En el 2016 se realizaron estudios para la anticoncepción masculina, pero fueron detenidos cuando un porcentaje de los hombres implicados presentaron síntomas depresivos leves. Síntomas que en las mujeres se dan fortuitamente. "Probablemente el anticonceptivo masculino sea menos lucrativo, porque son una población blanco menos accesible. Sin embargo, no es que no se haya querido, sino que es mucho más fácil inhibir el óvulo que los espermatozoides, que se producen todo el tiempo. Además los hombres no están acostumbrados a los cambios hormonales, y las mujeres sí", explica la Dr. María José Miranda.

La ginecóloga obstetra y endocrinóloga Cristina Irribarra asegura que las mujeres han empezado a evaluar los costos de la anticoncepción hormonal, pero también los de un sistema patriarcal imperante. Lo que antes se llamaba 'policlínico de planificación familiar' ahora se llama 'consejería anticonceptiva'. "El primer nombre hace referencia a una medicina paternalista y antigua, mientras que el segundo alude a una consejería en el que se toman en cuenta el historial y las condiciones de cada paciente", explica. "Esto es clave, porque cada mujer tiene que poder acceder a la mejor opción para ella, sin generalizaciones".

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