Hace algunas semanas publicamos un artículo en el que hacíamos una analogía entre la máscara de oxígeno en el avión y la importancia del cuidado materno. “En caso de despresurización de la cabina, se abrirá automáticamente un compartimiento sobre sus asientos, que contiene máscaras de oxígeno. Tire de la suya, colóquela sobre su nariz y boca y respire con normalidad. Después, preste ayuda a quien pueda depender de usted”, decía el texto. Una indicación de seguridad que busca que, quien va a prestar ayuda, antes se asegure de estar bien. De lo contrario, es probable que ninguno de los dos sobreviva.
En esa oportunidad la psicóloga Karin Inzunza, creadora de la cuenta @la_oveja_negra_delamaternidad explicó que este es un excelente ejemplo para hablar de maternidad y autocuidado. “Lo utilizo mucho, porque queramos o no, nosotras debemos ser la prioridad cuando estamos cuidando de otro. Si nosotras no estamos bien, difícilmente ese ser a quien estamos maternando y criando, lo estará”, dijo. Y agregó que: “Ojalá las madres no esperemos sentir que ‘el avión se despresuriza’ para tomar cartas en el asunto y recién en ese momento vernos y autocuidarnos”.
Pero en un año de pandemia, fuimos muchas a las que se nos despresurizó el avión. La mezcla de teletrabajo y telestudio generó tal presión, que necesitamos oxígeno para sobrevivir. Como le ocurrió a Alejandra Toro (38). Siguiendo la analogía, cuenta que al comienzo partió como avión. Que se levantaba temprano, antes que despertaran sus hijos instalaba los tres computadores que necesitaban –ella para trabajar y ellos para sus clases–, preparaba el desayuno, dejaba todo listo y los iba a despertar. “Ahí partía la rutina, la pelea para que se vistieran, para que tomaran desayuno, para que pusieran atención al zoom, para que siguieran las instrucciones que daba la profesora. Entre medio trataba de avanzar en mi trabajo, pero se daba vuelta un vaso de leche, o la más chica se dispersaba y la pillaba jugando con plasticina en otro lado de la casa; el mayor me pedía un material que yo obviamente no había comprado (porque nunca alcancé a ver ese mail); o cuando lograba un momento de paz y comenzaban las clases de música. Entre el sonido del metalófono, el perro ladrando y la chica gritando para que la profesora le diera la palabra, el ruido era estresante e infernal. Al término de la primera semana me tiritaba un ojo y al término de la segunda, me di cuenta que les había gritado al menos 2 o 3 veces por día”, recuerda.
Esto continuó por semanas, hasta que un día comprendió que todo estaba mal. Se encontró gritándole a su hija de 6 años porque no se aprendía un par de letras. “Me faltó poco para decirle tonta y entonces, cuando me vi en eso, me senté en el sillón y pensé que esto no estaba bien”, cuenta. “Fue un remezón fuerte, porque me di cuenta que por meterme a la máquina, por lograr cumplir con todo en un escenario absolutamente adverso, estaba dejando en último lugar la estabilidad emocional mía y la de mis hijos. Me di cuenta que me miraban con miedo cada vez que pasaba algo, y entonces entendí que mis gritos estaban siendo desproporcionados. Pero también que no era mi culpa, porque la presión era demasiado grande. Entonces decidí que el telestudio pasaba a segundo plano”, agrega.
Alejandra sabe que la educación de los niños es un tema importante, y no es que nunca más lo haya intentado, pero –reconoce– que desde entonces trata de no perder de vista lo fundamental: que ella y sus hijos estén bien y tranquilos. “Esto me lo dijo una amiga y también mi psicóloga, en este momento no solo soy el sustento económico de mi familia, principalmente soy el sustento emocional, y si no estoy bien, si me permito caer, mis hijos caerán conmigo. Así que cuidarme es un deber”, confiesa. “Parte del autocuidado es tener espacios propios, nutrirnos y energizarnos para poder entregar un adecuado cuidado y para luego estar disponibles y sensibles frente a las necesidades de las hijas e hijos, pilares fundamentales para construir vínculos seguros”, dice Karin Inzunza.
Así que hoy, en la familia de Alejandra, el zoom del colegio puede esperar. “Si un día funciona y todos se conectan a sus clases, está bien. Pero si otro día alguno se sale en la mitad, no pasa nada. Es mejor que se pierda unas horas de matemáticas antes de que se lleve un reto desproporcionado. Porque, insisto, no estamos en un contexto habitual y perder de vista eso, intentando llegar a todo, no está bien. Creo que es importante que nos cuestionemos hasta dónde podemos entregar y entregar, sin jamás fracasar o sentir que no podemos. Hoy hago lo que puedo, y veo a mis hijos mucho más tranquilos y felices”, concluye.