Desafío familiar de vivir sin plásticos: “Comprendí que aquello que necesito debe ser sostenible, de lo contrario atenta contra mi vida y el futuro de mi hijo”

familia sin plasticos paula



Somos una familia de 3 integrantes. Valentina (quien escribe), Ricardo y Gaspar, nuestro hijo de 8 años. Conocí a Ricardo en la Escuela de Diseño de la Universidad de Valparaíso, en el año 1999. Ambos estábamos en primer año de diseño (él, Diseño Gráfico y yo Diseño de Productos). Nuestra relación sentimental empezó apenas supimos de la existencia del otro y podría llamarse amor a primera vista. Nos volvimos inseparables.

Al tercer año de carrera, nos fuimos a vivir juntos. Vivíamos en Viña del Mar, pero estudiábamos en Playa Ancha. De ahí nos fuimos a Santiago y luego a Antofagasta, donde Ricardo comenzó su segunda carrera de Ingeniería Civil Informática. Fuimos eternos pololos hasta que en el 2008 nos casamos.

Me encontraba en Antofagasta en el año 2011, cuando perdimos un embarazo en el primer trimestre. Fue una experiencia muy dura para ambos. Ese hecho nos incentivó a buscar ayuda profesional para tener un hijo. Así llegó Gaspar. Yo estaba embarazada cuando Ricardo estaba presentando su examen de título en la UCN. Gaspar nació en febrero del 2013. Fue una cesárea y una experiencia no grata. Tras esa vivencia no me quedaron ganas de seguir ampliando la familia.

Gaspar vivió sólo un año en su ciudad natal, en el 2014 volvimos a Santiago. En ese contexto para mí fue complicado seguir trabajando, así que me dediqué a cuidar a mi hijo y a desarrollar trabajos esporádicos en modalidad freelance. Disfruté mucho la maternidad y la posibilidad de compartir la primera infancia de Gaspar intensamente. Sin embargo, extrañaba estar vinculada en forma activa con mi carrera de diseñadora. Eso me motivó a hacer un magíster, sin pensar que esto me cambiaría la vida.

Ingresé al Magíster en Diseño Avanzado de la Universidad Católica, y una vez ahí, en mi actividad final de graduación surgió la posibilidad de hacer un trabajo auto-etnográfico para aprender en primera persona lo que implica vivir bajo los principios del zero waste en el contexto familiar y social. El desafío me involucró a mi y a mí familia, en una experiencia de 30 días, desarrollada durante el mes de abril del año 2019.  Esto implicó cambiar la rutina de consumo familiar acostumbrada por una centrada en adoptar principios de consumo sustentable, es decir, rechazar mercadería envuelta en plástico, comprar a granel, comprar en la feria, emplear envases reutilizables y adquirir sólo productos biodegradables o en su defecto, en envases reciclables.

Previo a comenzar el desafío de vivir 30 días zero waste en familia, tanto Ricardo como Gaspar estaban en conocimiento de que viviríamos juntos esta experiencia y que sería registrada como parte de una investigación para mi magíster. Obtuve su consentimiento y apoyo. No obstante, durante el proceso se registraron altos y bajos. Incluso antes de empezar oficialmente. Ricardo estaba convencido de que este desafío implicaba un ahorro significativo y ese hecho lo entusiasmó bastante. El problema es que empezar el proceso de transformación no quiere decir que seamos expertos de antemano. Cometimos errores de principiantes. Previo al desafío fuimos al supermercado a abastecernos de aquellas cosas que luego no podríamos comprar, de puro miedo. ¿Cómo viviremos sin pasta dental?, ¿qué haremos sin las toallitas húmedas desinfectantes?

También fuimos a conocer tiendas a granel y nos dejamos tentar por su novedad. Es increíble la cantidad de productos disponible en este formato.  Entrar a estas tiendas supone todo un nuevo ritual de compras. Llevas tus envases para evitar las bolsas de papel que tienen en la tienda y así logras abastecerte de muchos productos libre de plásticos.  Al principio, no tienes nada y debes aprender a moverte en ese mundo.  Luego aprecias cada frasquito que tengas y hasta te entusiasmas comprando bolsitas de tela, para reutilizarlas.

Durante los primeros días del desafío, me costaba trabajo entender que existieran personas que realmente lograran vivir sin generar plásticos. Por lo que me reuní con personas que ya estaban hace rato en esto del zero waste. Una de ellas me comentó que no le había costado hacerlo, que incluso había pensado que sería más difícil. Yo esto también lo descubrí en el camino. Y es que aparentemente el miedo a lo desconocido y al cambio generan una sensación de dificultad que termina siendo no tan cierta. Es un desafío, pero no uno imposible. No obstante, el hecho de que este desafío pudiese afectar mi relación de pareja o crear tensiones entre nosotros, igual me ponía nerviosa.

De los tres, yo era la más concientizada respecto al desafío que estábamos enfrentando. Siempre me encontraba recordándoles. “No, no podemos, tiene plástico”, les decía a cada rato, o bien, descubría que habían cometido errores relacionados al desafío. Entonces te das cuenta que de pronto tienes un rol fiscalizador dentro de tu familia con respecto al plástico y eso te pone en una posición diferente a ellos.  Yo quería que este desafío fuera de todos, pero de todas formas ellos veían que era algo mío, donde ellos sólo participaban como actores secundarios.  Fue así como aprendí que para involucrarlos más debía hacer concesiones. En lugar de actuar estrictamente, uno aprende a flexibilizar para conservar la armonía familiar. Por ello, acepté pedir comida a domicilio un par de veces durante el desafío, con el compromiso de reciclar todo lo que se pudiera.

Finalmente, durante el desafío, me sorprendí viendo a Ricardo y Gaspar solidarizando por su cuenta con la causa. A Gaspar lo escuché diciendo a sus compañeras del colegio que el plástico era un problema. Ricardo, por su parte, cambió la forma de llevar el almuerzo al trabajo, por una más acorde con el desafío. Siempre utilizaba una bolsa plástica chica para envolver el pote de su comida y su tazón. Ambas cosas iban en su mochila. Las bolsas se usaban para evitar derrames y aislar el contenido. Luego del desafío, éstas fueron reemplazadas por bolsas de género que han funcionado muy bien. A Gaspar también tuve que modificarle sus colaciones. Ya no le envío jugos en caja, ni nada envasado. Le compré un contenedor multiuso que puedo rellenar con fruta, sándwiches o cereales a gusto.

Escribí esta frase en los últimos días del desafío: “En este breve camino que llevo intentando llevar una vida zero waste, siento que hay una gran analogía con una adicción de la que uno pretende salir, pero el mundo no colabora con ese objetivo. Es casi imposible “estar limpio”. Todos lo consumen. Está en tu casa por tus hábitos de consumo anteriores. Es socialmente aceptado, pese a que no tenga buena fama. Me siento como una alcohólica en rehabilitación a la que le ofrecen cerveza, todo el tiempo.”

Y sí, debo confesar que a veces, me sentí desesperanzada observando el problema del plástico.  En esos momentos recibí consuelo de Ricardo, quien siempre me recordaba que este proyecto era importante y que podría impactar profundamente a la sociedad si seguía adelante.  Un día, él me confesó que su conciencia sobre la contaminación que generamos había cambiado. Al igual que yo, ahora podía ver la inmensa cantidad de plástico de un solo uso presente en todos lados.  Un desafío como este te marca y una vez que lo empiezas, no hay vuelta atrás.  Simplemente comprendes que aquello que necesito para vivir debe ser sostenible, de lo contrario atenta contra mi propia vida y el futuro de mi hijo.

Respecto a Gaspar, el mayor desafío para él fue prescindir de las típicas golosinas (en envoltorio plástico) que solíamos comprarle. Se molestaba cuando las pedía y se las negaba, sin embargo, nunca hizo un escándalo por ello. Siempre me preocupé de explicarle el motivo medioambiental detrás de mi negativa. Incluso le mostraba videos para que entendiera el daño ecológico que generaba el descontrol de los envases. “Si lo vemos, lo entendemos”, pensé. Y este aprendizaje quedó en él para siempre. Tras el desafío de los 30 días, Gaspar continúa preguntando sobre los productos de su interés: ¿Tiene plástico o no tiene? Y creo que eso, sin duda, será un aporte para su vida.

Valentina es Diseñadora, Magíster en Diseño UC y fundadora de @somoscero en Instagram.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.