Luca (30) empezó a ver pornografía a los 11 años. En ese entonces había un solo computador en su casa y para usarlo tenía que esperar que el resto de su familia saliera. Llegado ese momento, normalmente en las tardes, aprovechaba esas horas para navegar en la web. Su hermano, tres años mayor, ya consumía pornografía hacía un tiempo y guardaba imágenes de mujeres desnudas en carpetas, las que Luca tenía la costumbre de mirar. Pero no fue hasta que conoció Petardas, el portal de pornografía gratuita al que se metían sus compañeros de colegio de la época, que supo lo que era el sexo en pantalla. "Jovencitas" fue la primera categoría que investigó. Era, en definitiva, la más cercana a su realidad. Pero guiado por la curiosidad propia de la preadolescencia, no pasaron muchos días hasta que empezó a incursionar. Muchas eran terminologías que nunca había escuchado. Así llegó a ver imágenes categorizadas como "sadomasoquismo" y "gang bang". Primero una vez a la semana y luego con mayor frecuencia.

No tuvo su primer encuentro sexual hasta los 17. Y su primera relación afectiva, un poco más duradera, hasta los 20. Durante esos años en los que la pornografía fue su principal fuente de educación sexual -en su casa no se hablaba del tema y en el colegio solo le habían enseñado a prevenir embarazos e infecciones de transmisión sexual- Luca fue creando un imaginario en torno a la sexualidad; cómo era, qué la definía, qué se esperaba del hombre y de la mujer. Las mujeres gemían, disfrutaban del sexo duro y siempre llegaban al orgasmo. Estaban completamente depiladas. Los hombres siempre tenían una erección y rendían durante mucho tiempo. Esas fueron algunas de las nociones que moldearon sus expectativas. Una escena en particular lo marcó: un hombre llegaba a la casa de una mujer, ambos jóvenes, y sin preguntarle le metía el puño en la vagina. La mujer gemía y finalmente el hombre se masturbaba y eyaculaba en su cara. Luca asoció los gemidos al disfrute. "Ella lo estaba pasando bien", pensó. Hasta que intentó llevarlo a la práctica con su pareja.

Al igual que Luca, son muchos los hombres que recurren a la pornografía para instruirse sobre el sexo en sus etapas formativas. No saben con quién hablar ni dónde responder sus dudas, entonces empieza una búsqueda autodidacta que muchas veces, al no ser acompañada por educación sexual o emocional -en la que se abordan temáticas como la responsabilidad sexo-afectiva, el placer y el deseo-, define lo que aprenden o no respecto a la sexualidad. En Chile no existe una ley de educación sexual. En 2010, en medio de la discusión sobre la píldora del día después, se promulgó la Ley 20.418, que fija normas sobre información, orientación y prestaciones en materia de regulación de la fertilidad. En su artículo 1 se establece que todos los colegios tienen la obligación de entregar información científicamente veraz, acorde a la edad y sin sesgo para todos los estudiantes desde el primer año de educación media, con tres objetivos puntuales: reducir las infecciones de transmisión sexual (ITS), los abusos sexuales y el embarazo adolescente. Asimismo, se establece que cada colegio puede elegir de acuerdo a sus principios, creencias y proyecto educativo qué programa de educación sexual enseñar.

Daniel Seguel, director académico del Centro de Educación Sexual Integral (CESI), cuenta que son siete los programas que, al momento de promulgar la ley, fueron validados por el ministerio. "Se estableció un panel de expertos que definió cuáles cumplían con la calidad necesaria para contar con el sello ministerial. Algunos son más conservadores, otros más progresistas; hay un par muy ligados al catolicismo y otros al área de la salud. Pero no hay una definición a nivel central de lo que queremos enseñar. Eso depende del colegio al que vas, del lugar donde vives y de las creencias de los padres". El jefe de la División de Educación General del Ministerio de Educación, Raimundo Larraín, explica que "el rol del ministerio es orientar a las escuelas para que cumplan los requisitos mínimos que debería tener un buen programa de educación sexual, pero siempre respetando la autonomía y diversidad de cada proyecto educativo".

Desde su creación, la ley no ha sufrido ninguna modificación. Recién en julio del año pasado el Ministerio de Educación y el Ministerio de Salud presentaron un proyecto para que, en lugar de primero medio, fuera quinto básico el año en el que se determinara la obligatoriedad para recibir información. Esto dado que en países como Canadá los programas de educación sexual se implementan a partir de kínder. Y es que en promedio, según un estudio dirigido en 2018 por la académica de la Universidad de Indiana Debby Herbenick, los niños tienen alrededor de 12 y las niñas alrededor de 14 años cuando ven pornografía por primera vez.

Según el informe anual que elabora PornHub -el sitio de pornografía más grande del mundo-, en 2019 hubo más de 42 mil millones de visitas a su plataforma. De todos los países evaluados, Chile ocupa el lugar 39 en cantidad de visitas. La categoría más vista a nivel nacional es hentai, nombre que recibe el género de animé pornográfico. Según de The Porn Conversation -productora pornográfica dirigida por la feminista Erika Lust-, un tercio del contenido total disponible en internet es pornográfico. Si a esto le sumamos que cerca de cinco mil millones de personas en el mundo tienen celular, de los cuales aproximadamente la mitad son smartphones con internet, se da cuenta de que el acceso es cada vez más inmediato, haciendo que muchas veces la pornografía sea la fuente principal de aprendizaje para niños y adolescentes y dificultando la tarea de los padres de procurar que los menores no vean contenido para adultos sin contextualización previa.

Mito versus realidad

Agustín (15) cuenta que perdió su virginidad a los 14. Había visto pornografía por primera vez a los 12, pero lo que vio no calzó con su primer encuentro sexual. "A mi polola le dolió y yo me asusté porque no supe qué hacer ni cómo hacerla sentir bien. No fui violento. No la agarré por detrás sin preguntarle. Tuve ganas de abrazarla y sentí mucha confianza con ella. Había sentimiento y un preámbulo amoroso. Eso nunca lo había visto en el porno. Nos abrazamos, nos tocamos y fuimos subiendo de a poco. No fue al choque".

Su primera interacción con la pornografía había sido después de que un amigo le hablara del portal RedTube. Nunca había visto el cuerpo de una mujer desnuda, mucho menos escenas de sexo. Se impactó tanto que no duró más de unos minutos en la página. Dejó pasar dos semanas antes de volver a entrar. Un año después su mamá le explicó temas prácticos. "Me habló de relaciones sexuales, espermatozoides y óvulos, todas palabras que yo no entendía. Fue directa y abierta, pero muy racional. No hizo referencia al placer o el deseo, conceptos que probablemente me habrían hecho más sentido. Igual agradezco su acercamiento porque me hizo indagar más", cuenta. A los 14 recién cumplidos habló por primera vez con su papá. Agustín estaba pololeando e intuía que tendría relaciones sexuales. Su papá le dijo que lo más importante era el respeto, y fue así como llegó a su primer encuentro sexual más informado que la mayoría de los adolescentes.

"En sexto y séptimo revisamos la unidad de sexualidad en el colegio, pero todo era muy científico. No se abordaba el sexo desde una visión sociológica, sino más bien se lo aislaba del contexto, siendo que es algo totalmente interdisciplinario. Yo pude discernir entre el porno y la realidad desde chico porque hablé con mis papás y porque lo conversé con mis amigos que no eran vírgenes", asegura Agustín. ¿Pero qué habría pasado si solo hubiese visto pornografía? Según él, "me hubiese quedado con la idea de que a la mujer le gusta que la maltraten. Y que solo se excita con un tipo de sexo más violento. Creo que el porno educa y deseduca. Es una herramienta de educación a falta de otras, pero a su vez termina siendo una fuente de desinformación. Entiendo que puede haber gente que disfrute de la violencia, o que les sirva para estimularse, pero hay que preguntar. Si lo analizamos bien, tampoco es culpa de la persona que llega y cachetea a su pareja sexual, porque es lo que hemos visto. Está normalizado".

Muchos expertos en sexualidad han llegado al consenso de que la pornografía es la manera en que las nuevas generaciones de adolescentes aprenden de sexo. Pero esto no es nuevo. Históricamente se recurría a revistas y cine pornográfico, pero a partir de los años 90 se masificó por el DVD -que ofrecía mejor calidad de imagen y sonido- y luego con la apertura de internet al público general. "La mayoría de los jóvenes cuando ven porno creen que están viendo una representación realista de un acto sexual, a diferencia de lo que ocurre cuando se enfrentan, por ejemplo, a películas de superhéroes. En esos casos sí tienen claro que se trata de una ficción, pero en el porno ese límite es difuso y deforma su idea del sexo", explica la educadora sexual Tamara Villanovoa.

Para la Dra. Laurie Betito, psicóloga y directora del Centro de Bienestar Sexual de PornHub, esta confusión se debe a la falta de educación pornográfica, es decir, la capacidad de distinción entre lo real y lo ficticio. "Los hombres se confunden respecto a la sexualidad femenina porque las mujeres en el porno parecen estar disfrutando plenamente de las relaciones sexuales, mientras que en la realidad el 80% no alcanza el orgasmo solamente a través de la penetración. En ese sentido, si los hombres solo están recurriendo a ella para obtener información, esa información probablemente será errada. Esto produce ansiedad por el desempeño en algunos hombres, y eso, a su vez, podría generar problemas como disfunción eréctil o eyaculación precoz", dice.

"No se trata de satanizar el porno en su totalidad, porque puede cumplir ciertas funciones. El problema es que el porno más asequible por los jóvenes es el que transmite estereotipos", agrega la matrona y académica de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile Mabe González. Así lo ha confirmado en los talleres que realiza con jóvenes adolescentes. En uno de ellos, frente a la pregunta ¿qué se espera de un hombre en un encuentro sexual?, las palabras más repetidas fueron: pene grande, dominante, masculino y penetrador.

Cuando les preguntaron cómo es considerado el que no encaja en eso, las respuestas fueron mayoritariamente gay y que 'no cumple'. Estas mismas preguntas, pero con respecto a las mujeres, revelaron que lo que más se espera de una mujer es que esté depilada y que sea sometida, vulnerable y orgásmica, entre otros adjetivos. Las que no encajan, según las respuestas, serían putas, cartuchas, lesbianas o feminazis.

"El porno ha condicionado el imaginario de cómo debiera ser el encuentro sexual, reduciéndolo a erecciones duraderas, sexo sin preámbulo y el placer concentrado en genitales. Esto es más complejo cuando se trata de conductas arriesgadas como el no uso de condón", dice el sociólogo Claudio Duarte.

El imaginario femenino

Lourdes (38) llevaba poco tiempo saliendo con una de sus últimas parejas cuando viajaron a Valparaíso por el fin de semana y pararon en un mirador. Adentro del auto, mientras se besaban, se empezaron a excitar, pero en un minuto la situación tomó un vuelco inesperado. "Yo estaba muy embalada y sabía a lo que íbamos, pero cuando empezamos a tener sexo anal, que es algo que generalmente disfruto, me dolió y no se lo dije. Ahora que lo pienso, creo que no lo hice porque no quería no cumplir con sus expectativas. Es curioso lo que nos pasa a las mujeres en estas situaciones: como nunca tuve clases de sexualidad y en mi casa no se habló del tema, todo lo que sé del sexo lo aprendí directa o indirectamente del porno, y por ende de una visión hipermasculinizada. Muchas cosas simplemente las incorporé y nunca las cuestioné. Y por eso hay ciertos gustos adquiridos que no tengo del todo claro si me gustan o simplemente son cosas que supongo que me tienen que gustar". La matrona y experta en sexualidad Mabe González plantea que la pornografía no les enseña a las mujeres a comunicar sus placeres y deseos. "En el porno es más importante cómo se ve una mujer que lo que está sintiendo. Y por eso es común que normalicemos ciertas prácticas sin preguntarnos realmente si nos gustan o no. No hay mucho espacio para el autoconocimiento o curiosidad femenina".

Francisca (28) tuvo su primer orgasmo en pareja hace dos años, cuando conoció a su actual pololo. Había tenido a lo largo de su vida más de 10 parejas sexuales. Las posturas no eran el problema: había intentado de todo, incluso estimularse sola mientras tenía relaciones con otro. Pero no lo lograba. Aunque disfrutaba de sus encuentros sexuales, no entendía que su realidad no calzara con lo que veía en los videos de pornografía. Pese a eso, entendía ese material audiovisual como una suerte de manual: para tener buen sexo había que gemir, gritar y disfrutar salvajemente como lo hacían las mujeres en la pantalla. ¿Por qué era tan fácil para ellas?, se preguntaba. ¿Cómo se sentía un orgasmo?

Su primer orgasmo lo alcanzó sola a los 22 años, cuando masturbándose entendió que para excitarse la estimulación tenía que ser en el clítoris. Eso había sido, precisamente, lo que faltaba en sus encuentros sexuales casuales. "Los hombres con los que me había metido no sabían que lo que le funciona a una mujer, quizás no le funciona a otra. Así como también les pasa a ellos. El sexo entre personas es decodificable, y es difícil si no estás en una relación de confianza llegar a ese nivel de conocimiento del otro".

En el último informe de PornHub (2019) las búsquedas de pornografía por género dieron cuenta de que la categoría más vista a nivel global por las mujeres es el porno lésbico. Esto, como explica la Dra. Laurie Betito, se debe a que "en este tipo de pornografía, contrario a otras, se muestra lo que las mujeres quieren que se les haga; hay más erotismo y más sexo oral para ellas. En algún minuto las mujeres pensábamos que el sexo era algo masculino, pero ahora entendemos que nuestro placer es igual de importante. Si bien la sociedad sigue siendo menos permisiva con nosotras y nuestra sexualidad, exigimos que en la pornografía también se expliciten nuestros deseos".

A diferencia de la pornografía mainstream, que es la de acceso gratuito y por ende la más vista, existen otros tipos de pornografía, como el soft porn y la nueva corriente de porno feminista. Estas no se fijan en el placer inmediato, sino que en el disfrute de la sexualidad de manera emocional y afectiva, así como también buscan darle un protagonismo a la mujer y no reproducir lógicas de subordinación y violencia.

Según Claudio Duarte, sociólogo de la Universidad de Chile, "el porno no es el culpable de las conductas sociales machistas, más bien es una expresión de ellas porque sirve para perpetuar este sistema". En ese sentido es que se entiende que las mujeres se enfrenten al porno desde una posición subordinada. "Por eso es fundamental que a los adolescentes se les entreguen las herramientas para que cuestionen los modelos que dictan cómo tener sexo y que entiendan que su sexualidad es particular, diversa y por tanto no representativa de lo que otra persona quiere que hagan", explica. "Cuando vemos algo constantemente lo normalizamos y lo vamos integrando. Por eso se habla tanto de construcción y de deconstrucción. Esta última es un proceso muy profundo porque significa cuestionar lo aprendido, cuestionar los propios actos e incluso las propias fantasías", agrega Tamara Villanovoa. "Creo que lo más importante es dejar de interiorizar los estereotipos pornográficos, y para eso es importante hablar del tema con nuestros hijos desde la infancia", concluye.