Paula 1245. Sábado 10 de febrero de 2018. Especial Amor.
Una esposa espía a su marido con otra mujer en un bar: "Están serios. Su seriedad la atormenta. Las personas que pueden estar serias cuando están juntas es porque tienen algo profundo. Hay una botella de agua mineral sobre la mesa y dos vasos. ¡No necesitan bebidas alcohólicas!". Tal infidelidad, descrita en el poema de Anne Carson (La belleza del marido), huele a fin antes que a juego. Más allá de cualquier excusa, la mujer presenció una infidelidad lúcida. El diablo está en los detalles dicen: un pequeño brillo en la mirada, un leve cambio de conducta, un gesto nuevo, puede resumir una verdad completa.
Un rasgo, una palabra, algo tan leve como un pormenor puede ser el inicio de una historia. Yuri dice que "para enamorarse basta una hora", pero lo cierto es que basta un segundo. Hagan la prueba. Pregúntese frente a algún grupo variado de personas, con quién harían pareja. Algo en ustedes elige, aun cuando no sepan nada de esos otros. Por más que hagamos listas mentales sobre lo que esperamos del amor o paguemos a un terapeuta que nos convenza de que el amor a primera vista no existe, y nos diga que eso que se siente se llama delirio, obsesión o trastorno ansioso; así funciona el enamoramiento, a tontas y a locas. Elegimos porque algo está escrito, no en las estrellas ni en el horóscopo, sino en nuestro inconsciente. Una sonrisa que se parece a la de un amor antiguo, una chaqueta que nos parece que significa que pensamos parecido (¡como si pensar parecido garantizara algo!).
Así es como el diablo de las pasiones mete la cola, y empuja con puras naderías a que inventemos ficciones. Que, lejos de ser pura estupidez, esta locura da tiempo, para que en una de esas, la casualidad se convierta en una historia de amor. O lo contrario. El detalle estúpido y maldito puede revelar el epílogo de una relación. Un olor, una uña, la respiración puede ser signo del rechazo declarado hacia el cuerpo del otro. Algunos dicen "es que ya no lo/la admiro" para darle alguna altura a ese momento real y triste de la fractura del deseo.
En todo caso, pocos creen ya en el diablo. Está de moda no arriesgarse a toparse con él, y se espera todo de la racionalidad y las verdades unívocas. Pero en el afán de no errar, no se logra empezar nada. Pues el ser racional y exigente no "cae" en nada, menos en enamorarse. Y tampoco termina nada, estirando relaciones que ya no pegan ni con Poxipol.