Paula 1249. Sábado 21 de abril de 2018. Especial Madres.

Has investigado a las guaguas institucionalizadas en el Sename y has constatado que ahí hay mucho trauma. ¿Pero qué es lo que has visto en tu consulta privada, donde llega otro público?

Una de las cosas que he aprendido, es que el trauma de clase alta es un silencio. Hay muchos niños de clase alta que son maltratados y viven negligencias igual que los niños de pobreza o vulnerabilidad.

¿Qué quieres decir exactamente con que es un silencio?

Del punto de vista clínico hay varias razones. Cuando a un niño de clase alta le pegan, no van al sistema público, sino al privado. Hay muchos niños de estratos altos que han hecho intento de suicidio, pero eso no aparece en las clínicas privadas; es como lo que pasa con el aborto. Y pasa algo más. He tenido casos en que le he dicho al padre: "Mira, el niño está con mucho riesgo, está sufriendo mucho" y el papá me responde que si lo cuento, me va a poner una demanda y me hará la vida imposible.

El padre reacciona como un matón.

Sí, todos los abusadores, los maltratadores tienen una capacidad impresionante para negar y mostrar que son perfectos.

Pero un padre de clase alta tiene más recursos para hacer cumplir su amenaza.

Muchos más recursos, poder e influencia. Te puede hacer la vida imposible de verdad. Pero éticamente los profesionales tenemos el deber de denunciar cuando estamos seguros. He atendido a muchos adolescentes de clase alta y un porcentaje altísimo ha sido abusado, maltratado. Tenemos casos de papás que a los niños de 4 o 5 años les pegan patadas en el suelo. Es más que el castigo corporal de la cachetada o el tirón de pelo.

Es mucho más violento.

Mucho más. Ese niño cuando crece es el adolescente que cae en el abuso de drogas, en depresión, intentos de suicidio. Lo que quiero decir es que el trauma existe, está donde menos se espera y es mucho más frecuente de lo que se piensa, al punto de que es una epidemia mundial, como el cáncer o la diabetes.

¿Es el mismo abuso el que sufre un niño en La Dehesa que el de La Pintana?

Sí, el mismo. En un estudio que hicimos evaluamos la salud mental de niños de 1 a 5 años en 24 países. En la muestra chilena comparamos la salud mental de niños de los segmentos altos, medio y bajo. Y los niveles de prevalencia más altos estaban en los segmentos más altos y más bajos; de hecho, era casi similar. Entonces la pregunta es: ¿cómo puede ser que si tomo a un niño de una familia vulnerable presente niveles de enfermedad mental tan altos que los de clase alta?

¿Cómo te lo explicas?

Creo que tiene que ver con el estrés. La pobreza genera estrés y eso se transmite en el niño. Pero también los padres de los segmentos altos viven muy estresados: trabajan todo el día, llegan a las 10 de la noche a la casa, no están nunca con los hijos y  están de mal humor.

Vivir en la selva

En el libro planteas el concepto del trauma complejo. ¿Puedes explicarlo?

En Chile tenemos la idea de que el trauma es un evento único. La pregunta básica es: ¿crees que un niño que sufrió abuso sexual vive en una familia feliz? No. A veces el abuso sexual es lo primero que se detecta. Lo que se ha investigado es que ese niño vive colateralmente 4 o 5 traumas. El trauma complejo es una manera de decir que hay niños que su vida cotidiana es traumática, que aprende a vivir en un contexto tóxico traumático y lo grave es que viene de las personas que te tienen que cuidar: tus padres, tíos o cuidadores.

¿Por qué es más grave que el daño venga de tus cuidadores?

El apego es una necesidad biológica. Cuando me siento con estrés tengo que acudir a alguien para calmarme, protegerme. ¿Pero qué pasa si la persona que me tiene que calmar y proteger es la persona que me genera los niveles más traumáticos de estrés? Eso genera una desorganización fisiológica, afectiva, mental en el niño. Y cuando tiene entre 0 y 3 años, no sabe cómo manejarla y queda pegada en la piel. Queda programada en su fisiología.

¿Cómo lo vive el niño cuando es chico?

Es como si estuviera en una selva, solo, con miedo y tiene que buscar una forma de sobrevivir. Y esa forma de sobrevivir es el trauma. Es decir, se vuelve hiperalerta, siempre esperando que algo malo le va a pasar. Duerme poco, tiene pesadillas. Solo piensa en sobrevivir, por lo tanto no tiene tiempo de jugar, de divertirse: todo su cerebro está enfocado en la sobrevivencia. Y en esta metáfora la selva es la familia. Eso es el trauma: la experiencia emocional, cerebral y fisiológica a una situación que no tienes la capacidad de poder manejar.

Dijiste que el trauma se queda pegado a la piel. ¿Qué quiere decir eso?

Significa que el cerebro y el cuerpo del niño aprenden a secretar hormonas y actividad cerebral, siempre esperando el peligro. Ahí está lo que llaman gatillamiento: a un niño que le han pegado durante los primeros cuatro años de vida, cuando una profesora lo reta en el colegio, el cerebro del niño interpreta que está viviendo una extrema alerta y ese niño se vuelve loco, le pega a la profesora, se escapa. Es como vivir con un fantasma que parece que fuera del pasado, pero sigue estando en el presente.

En el libro indicas que las dimensiones del trauma, van más allá del maltrato o del abuso sexual.

También son traumas haber estado hospitalizado, sufrir bullying a temprana edad, tener un accidente, que se muera uno de los padres o vivir un terremoto o una catástrofe natural. La negligencia también es traumatizante: no alimentar a un niño, no educarlo o llevarlo al médico. Lo que se ha encontrado en investigaciones serias es que es muy fuerte cuando el papá o la mamá están físicamente presentes, pero emocionalmente ausentes. Por ejemplo, un niño de 1 año y medio que está llorando y la mamá da vuelta la cara, no lo mira ni lo atiende. Ese niño siente: ¿por qué mi mamá no viene hacia mí?

Muchos padres no saben qué hacer cuando un niño llora.

Hay padres que se congelan. El niño está haciendo una pataleta y el papá se queda mirando la tele como en trance. Eso es dañino. Tengo el caso de una mamá que era jueza de familia y llevó a su hijo al neurólogo porque pensó que era autista. Cuando llegó a mí me di cuenta de que no tenía autismo. Le pregunté a la mamá que qué hacía cuando el niño se portaba mal, y me dijo que lo encerraba en el clóset. Lo que le pasaba a ese niños es que estaba tan deprimido que se desconectaba del mundo.

Has sostenido que los adultos no vemos el trauma de los niños, que no tenemos una conciencia empática con la infancia. ¿Cómo te lo explicas?

Me interesa mucho el tema de la evolución. Antes de las sociedades agrícolas, éramos cazadores-recolectores y teníamos una crianza respetuosa con los hijos: los padres no se separaban de los niños en los primeros años, no les pegaban, los dejaban jugar. Había un respeto real hacia la infancia. ¿Por qué? Porque si ese hijo se moría no podían mantener su descendencia. Pero después apareció la sociedad agrícola y todo se destrozó: había que trabajar la tierra todo el día, surgió la propiedad privada y la ambición de poder. Y comenzaron los malos tratos hacia la infancia: llevamos 1900 años maltratando a los niños. Y recién ahora nos estamos dando cuenta de que eso tiene efectos en toda la sociedad.

¿Cómo se genera el cambio?

No creo que los sicólogos, siquiatras, pediatras o neurólogos seamos los que vamos a generar ese cambio en los niños. Si le preguntas a un niño de 2 años qué prefiere: ¿ir al sicólogo o quedarse con su mamá en la casa? La respuesta está ahí. Lo primero es generar una red de cuidado emocional hacia los niños, lo que se daba en la sociedad de los cazadores-recolectores. Donde no sean solo los padres, sino todos los que están con él, personas adecuadas: la educadora de párvulos del jardín, la nana, hasta el pediatra; un pediatra no puede retar al niño, por ejemplo.

¿Cómo pueden los adultos desarrollar una conciencia respetuosa hacia los niños?

Hace 15 con otros profesionales venimos desarrollando un programa cuya sigla es A.M.A.R. y en términos concretos apunta a ponerles atención a los niños. Cuando un niño hace una pataleta, lo más fácil para los padres es decir que es un manipulador y un malcriado, que la culpa es del niño y no de los padres. ¿Qué significa eso? Que el niño se las arregle solo. Pero si veo y siento que la responsabilidad como adulto es mía, porque a los 3 años ese niño no sabe cómo manejar su estrés y llora, tengo que involucrarme más. Pero el problema con los adultos ahora es que cuando les digo que tienen que involucrarse más quiere decir que tienen que pasar más tiempo con los niños. Tenemos un estudio que muestra que hoy las mamás les dedican 15 minutos a la semana de tiempo de calidad a los hijos. Y los padres, 12.

¿Qué propones, porque hoy ambos padres trabajan?

Hay que trabajar menos y estar más en la casa. Lo ideal sería que el niño pase los dos primeros años en un ambiente social o familiar. Y que a esa edad vaya a la sala cuna o al jardín media jornada y después entre al colegio. Pero las verdaderas políticas públicas, las genuinas, van en contra de la economía y también contra la educación, porque lo que sabemos por las investigaciones educativas es que los niños no deberían salir a las 5 o 6 de la tarde del colegio. Basta con mediodía. Los recreos deberían ser más largos y no deberían mandarles tareas para la casa. En cuanto a los padres, el factor tiempo en un niño es muy importante. Cuando digo que tengan con sus niños un tiempo de calidad me refiero a un padre o una madre y su hijo interactuando, sin celular, sin el tablet. Que esa madre se haga la pregunta: ¿Qué es ser un niño de 3 años? ¿Qué siente y qué necesita? La transformación de la conciencia respetuosa hacia la infancia no es desarrollar una capacidad cognitiva, sino una capacidad emocional y mental de amar.