“Tenemos que reconocer el valor del cuidado y darle centralidad, porque sin él no hay vida”, dice de manera enfática y alzando la voz la antropóloga y ex parlamentaria del parlamento de Cataluña Dolors Comas, una de las personas en España que más conoce sobre los cuidados hacia personas mayores y dependientes. Autora de varios libros, el más reciente Cuidar de mayores y dependientes en tiempos de la COVID-19. Lo que nos ha enseñado la pandemia, Dolors es pionera en el estudio de temas de género y cuidado: viene investigando esto desde los años 70, cuando no estaba en la agenda pública ni académica.
A mediados de marzo estuvo en Chile, invitada por el Instituto Milenio para la Investigación del Cuidado (MICARE), oportunidad en la que conversamos con ella respecto de cómo ha visto la evolución de los cuidados en todas estas décadas. “Este cambio tiene que ver con dos cosas: una, que desde el feminismo académico es un tema que se ha trabajado mucho y se ha querido dar visibilidad y valor al cuidado, pues todo este tiempo lo han hecho básicamente las mujeres, atraviesa la vida de las mujeres, condiciona las trayectorias femeninas, las empobrece; y luego, ha ocurrido que con la pandemia se ha visto más la importancia del cuidado y al menos en Europa todos los gobiernos están volviendo a revisar hasta qué punto las políticas públicas en relación a los cuidados están sirviendo o no a las necesidades. Aquí hay un concepto que generamos desde la literatura académica que es el de ‘Crisis de cuidados’ y la pandemia la ha mostrado; nos ha hecho ver lo que tal vez no queríamos ver, lo que íbamos resolviendo como podíamos cuando se trataba de atender situaciones de dependencia”, dice.
¿Por qué hablamos de crisis de los cuidados?
Porque las necesidades de cuidado se van incrementando y las familias no son como antes. Lo subrayo porque el cuidado se ha resuelto normalmente en el marco de las familias o el de la beneficencia cuando se trata de personas muy pobres o sin familiares. Pero, en las familias no se puede cuidar como antes porque las mujeres no tienen disponibilidad, porque estamos haciendo muchas cosas y no queremos dejar de hacerlas, y por otro lado las familias son más reducidas porque tenemos menos hijos. Chile es el país de América Latina con una esperanza de vida más alta y con natalidad baja, entonces vivimos más años, lo que es un triunfo histórico que hay que celebrar, pero al mismo tiempo, esto nos genera un reto; que es que esos años que ganamos a la vida son años de cuidado que al mismo tiempo se vuelven más complejos y más intensos. Llega un momento en que las familias no lo pueden resolver. Además aquí debemos ver las desigualdades sociales, no todo el mundo tiene dinero para pagar cuidados. En Europa calculamos que un tercio de las personas no puede pagar los servicios de cuidado y los dos tercios restantes empobrecen cuando tienen que enfrentarse a necesidades de cuidados.
Es un tema que se ha visibilizado socialmente, pero ¿crees que es necesario que se acompañe de políticas públicas? ¿Están actualmente yendo de la mano?
No. Son insuficientes. Yo vengo luchando por lo que llamamos el derecho al cuidado. Y es que ser cuidado no es un capricho, es que se nos va la vida. Y por tanto, esto que hemos resuelto en los hogares, en el espacio privado, es un asunto social y político de primera magnitud y un reto del siglo XXI. Deberían hacerse esfuerzos desde las políticas públicas para que no recaiga todo en el contexto privado individual y pagando, porque esto genera una inequidad social tremenda y una injusticia para las mujeres tremenda también.
En Chile este gobierno ha hablado de una Política Nacional de Cuidados en la que se habla de corresponsabilidad social ¿Esa es la manera en que se debe garantizar el cuidado? ¿Que no sólo sea responsabilidad de la madre, ni solo del padre, sino que de todos los actores de la sociedad?
Si, pero yo añadiría otra cosa: responsabilidad política también. Cada país tiene sus contextos y circunstancias y yo aquí no puedo opinar, pero si queremos garantizar el derecho al cuidado, hemos de garantizar que haya servicios de cuidado que sean accesibles y asequibles, como mínimo. Si no, no estamos garantizando ese derecho.
El ámbito comunitario también es muy importante, es decir, yo creo que lo que se haga en temas de cuidados, ha de tener muy en consideración, por decirlo así, lo territorial. En una localidad, en un barrio, ¿qué servicios podemos tener?, ¿qué población hay y qué necesidades hay?, ¿cómo lo hacen las familias?, y que todo eso pueda complementarse con servicios de cuidados que sean accesibles y asequibles.
Cuando hablamos de quienes se hacen cargo mencionamos al Estado y a las familias. Pero todo esto está transversalmente marcado por una brecha de género: no son las familias las que se han hecho cargo, son las mujeres. ¿Cómo disminuimos esta brecha en culturas donde existen roles que han puesto históricamente a la mujer al cuidado?
Hay que intentarlo al menos. Efectivamente esta brecha de género está, pero también estas cosas están cambiando. Los hombres han de implicarse en los cuidados. Y no solo por una cuestión de justicia de género, que lo es, si no también porque los necesitamos. Necesitamos a todo el mundo pues se están incrementando las necesidades de cuidado. Ya hay algo que está cambiando y es que los hombres más jóvenes, algunos, están planteando una idea de paternidad que se distancia de aquella figura del padre ausente o que siempre estaba trabajando o en el bar, y se están implicando más en la crianza de niños y niñas. En España se acaba de implementar el permiso de paternidad que son las mismas semanas para la madre y el padre, para intentar romper la brecha de género.
Y luego diría que hay más hombres que cuidan de lo que pensamos y hay que darles valor, no porque tengan más mérito que las mujeres, sino que en las investigaciones que hemos hecho, hemos comprobado que después de la jubilación, si es la esposa la que tiene problemas de salud, hay muchos hombres que asumen ese cuidado porque no tienen otro remedio. Entonces hemos encontrado hombres mayores que cuidan a pesar de que no habían sido socializados para eso, no habían cuidado en su vida, y cuando se han visto en la circunstancia de tener que hacerlo, lo hacen. Estos hombres no van a cambiar la brecha de género, pero sí nos demuestran que eso de cuidar no es algo que sale intuitivamente en las mujeres, sino que es algo que se aprende.
“Sin el cuidado, no hay vida”
Hace un tiempo en CNN entrevistaron a la actriz y ex ministra de Cultura Paulina Urrutia. En esa entrevista ella habló de su marido, Augusto Góngora, quien padece Alzheimer desde hace ocho años. Dijo: “La única forma de evolucionar como sociedad es que todos alguna vez en la vida cuidemos a alguien”, haciendo referencia a que esto se trata de una cuestión social, y también una decisión basada en el cariño. “Yo no tuve hijos, pero me tocó cuidar a Augusto. A todos nos tiene que tocar cuidar, en lo individual o en lo colectivo, esa es la principal deuda colectiva”, agregó. Es que, como aclara Dolors, no es que las mujeres queramos delegar el cuidado en otros. “Cuando hablamos de corresponsabilidad social, no queremos delegar el cuidado, si no tener garantías para hacerlo sin que se te vaya la vida en ello”.
Has dicho que “el cuidado no es una cuestión material, es una actitud que implica pensar en las necesidades de los demás. Que sin cuidado no hay vida”. ¿Es el cuidado un gesto de amor y cariño por el otro?
De hecho el cuidado está presente en nuestra vida cotidiana, nos auto cuidamos cada uno de nosotros, sin esto no viviríamos; si no nos alimentaramos, si no hiciéramos la higiene personal cada día, si no nos abrigamos cuando hace frío… todo esto lo hacemos para nosotros mismos y para personas de nuestro entorno. Lo que pasa es que hay situaciones en que se necesita una tercera persona porque uno mismo no lo puede hacer, que es el caso de la crianza, si a los niños o niñas no los cuidas no van a poder subsistir, y también el caso de determinadas enfermedades o de dependencia. Por tanto en nuestra vida todos necesitamos cuidados y todos damos cuidados en un momento u otro, lo hacemos sin darnos cuenta, lo hacemos en nuestra cotidianidad. Nos damos cuenta cuando esto absorbe nuestro tiempo porque aquella persona nos necesita y sin esto no puedes seguir adelante.
Entonces el valor del cuidado es justamente esta interdependencia, esto que nos hace ser dependientes unos de otros. El problema es que estamos en unos sistemas culturales que no admiten esta idea, porque todos queremos ser autónomos y autosuficientes. En este sentido yo digo que el cuidado es revolucionario si asumimos los valores del cuidado como valores centrales en el funcionamiento de la sociedad en lugar de la competitividad.
En el feminismo se pelea porque el cuidado no sea exclusivo de las mujeres y hay quienes entienden eso como que no queremos cuidar, pero no se trata de eso...
No se trata de no querer cuidar, sino que, que el hecho de cuidar te empobrezca, que el hecho de cuidar te impida tener un trabajo remunerado o tener vínculos sociales interesantes porque acabas confinado. Hay que entender que hay situaciones de elevada dependencia, que implican necesitar cuidados 24 horas al día, 7 días a la semana, 365 días al año. Hay una mujer que entrevisté en época de pandemia que me dijo: ‘a mí la pandemia no me ha cambiado la vida, yo ya vivía confinada’. A esta mujer le faltaban los apoyos para poder respirar, ella quería cuidar a su madre, pero no tenía los apoyos o eran insuficientes.
Esto incluso puede ser una situación que nos lleve a la violencia; queremos cuidar a nuestros hijos, a nuestros padres, pero si no hay apoyo, ese cuidado ya no es cariñoso.
Hay que sustituir los términos: de la obligación al compromiso. Es decir, el altruismo obligatorio yo no lo comparto. Hemos sido las mujeres que a partir de esta dimensión del amor, de la obligación moral, hemos asumido el cuidado y lo hacemos, pero se necesitan condiciones y que no te cambie la vida por eso. El compromiso es poner en primer plano la solidaridad, el compromiso mutuo, entender que la independencia es responsabilizarnos unos de otros, no el individualismo puro.
¿Cómo avanzamos?
Todos los avances sociales suelen ser muy lentos. Hace unos años no se hablaba de cuidados, no estaba en la agenda política ni académica. Ahora lo estamos haciendo. Si estamos hablando es que ya ha pasado a ser una cuestión social y política y es porque el cuidado ha desbordado lo que las familias pueden hacer y es en esos momentos en que se ha convertido en un elemento de reflexión y actuación. ¿Qué hacemos para seguir avanzando? Seguir luchando. Las conquistas sociales nunca las han regalado, siempre ha sido a través de la lucha social. Al cuidado le ha faltado politicidad, demanda social, porque tiene esta dimensión vinculada a los sentimientos y a las obligaciones morales; tenemos sentido de culpa y reivindicamos los servicios de cuidado porque parece que cuando reclamamos es porque ya no queremos nosotras ocuparnos de lo que nos tocaría. No es esto. Se trata de poder cuidar en condiciones y que la persona cuidada no pierda su agencia. Finalmente, una cuestión de derechos.