Dueñas de nuestros orgasmos
Las que tenemos cuarenta y tantos seguramente vimos más de una vez la escena de la película Cuando Harry conoció a Sally (1989), en la que el personaje de Meg Ryan le demuestra al personaje de Billy Crystal la capacidad que tenemos las mujeres para fingir un orgasmo. Lo hace porque él está convencido de que nunca, ninguna mujer, ha fingido un orgasmo en su cama. Es más, se atreve a decir que sería capaz de distinguir un orgasmo actuado de uno real.
Lo que hasta ese momento parece no saber Harry es que las mujeres nacemos con un talento para la actuación. O por lo menos para la triple equis. Y es que ya es tiempo de confesarse: todas las mujeres fingimos o hemos fingido orgasmos. Como dice el refrán, la que esté libre de culpa que tire la primera piedra.
Inseguridades con el propio cuerpo, carga mental, cansancio, advierten los expertos, son algunas de las causas de la inapetencia sexual. Pero, una cosa es no tener ganas de tener sexo y otra es fingir que lo pasamos bien durante el sexo. Si fingimos es porque hay un otro que espera nuestra excitación y un orgasmo que la corone. Pero como eso no siempre ocurre y no queremos decepcionarlo o herirlo, lo fingimos. En buenas cuentas, las mujeres fingimos orgasmos principalmente para el beneficio del otro.
Se lo escuché decir a una amiga hace poco: “No sé en qué momento el sexo con mi pareja se volvió una carrera de él por demostrar que podía hacer que yo ‘acabara’ con la penetración. Y yo, con la presión y el agobio, terminé fingiendo”. También lo leí en una cita de una investigación: “Si él cree que no he tenido un orgasmo, no se dará por vencido, solo se enfocará en mí hasta que me sienta presionada (y termine por fingir)”.
¿Qué les pasa a los hombres que están obsesionados con la idea de que el coito termine en un orgasmo femenino? La respuesta me la dijo hace un tiempo una sexóloga. Y es que ellos se sienten responsables –o quizás la palabra correcta es proveedores– de nuestros orgasmos. No es su culpa, los han hecho creer que son ellos los encargados de ‘darnos’ el orgasmo y, si no lo logran, no se sienten lo suficientemente realizados. Ni hablar de que sus parejas se masturben o usen un vibrador para alcanzar el orgasmo durante el coito (o fuera de él). Como si el orgasmo no nos correspondiera. Como si fuera fundamental ese otro para alcanzarlo. Como si fuera algo que se nos da y no algo al que se puede llegar o no, solas o en conjunto.
La obsesión de los hombres por dar placer a sus parejas está arraigada en su masculinidad. Al menos eso aseguran las investigadoras Sara Chadwick y Sari Van Anders en un trabajo titulado ¿Los orgasmos femeninos funcionan como un logro de masculinidad para los hombres? En ella apoyan las teorías de los guiones sexuales (introducidos como categoría analítica por Simon y Gagnon en 1986), en los que los hombres son retratados como dadores, y las mujeres como receptoras. Un rol que los obliga a ser amantes habilosos que dejan a las parejas exhaustas, sin aire y saciadas.
Desafortunadamente, cuando la visión personal de un hombre depende de la respuesta que evoca en su pareja, puede ejercer una tremenda presión sobre ella, e ignorar el hecho de que una sexualidad sana, placentera y mutua implica mucho más que la habilidad del hombre para provocar satisfacción.
La investigadora Laura Mercedes Oyhantcabal en su tesis Desmontando guiones sexuales patriarcales. Emociones, cuerpo, placer y negociaciones sexuales, analiza las experiencias y trayectorias de diversas mujeres. Esto le permitió identificar ciertos hitos que les han ayudado a reconocerse y reafirmarse como cuerpos con agencia erótica capaces de gestionar activa y directamente su placer y deseo.
En sus itinerarios corporales-sexuales son tres los elementos que aparecen como claves en la transformación y reapropiación sexual: los discursos del feminismo, el hablar sobre sexualidad con otras mujeres y el autoerotismo o autoexploración.
El último punto, es clave para conseguir el orgasmo. Porque ya lo han revelado esas encuestas sexuales que aparecen cada cierto tiempo; las mujeres tienen más orgasmos cuando están solas que con una pareja.
¿Esto significa que mejor nos compramos un vibrador y dejamos de lado a los hombres? No necesariamente. De hecho, entre las definiciones de los distintos orgasmos (múltiple, clitoriano, vaginal), hay uno que es mixto y que es descrito como el más placentero de todos. Se logra con la estimulación del punto G –supuestamente más fácil de conseguir a través de la penetración– y el clítoris al mismo tiempo.
Hablar de “ser dueñas de nuestros orgasmos” no se trata entonces únicamente de satisfacción autónoma. Se trata de autoconocimiento. De entender que no es otro el que nos tiene que proveer el orgasmo sino que somos nosotras que las que tenemos que descubrir cómo alcanzarlo. Se trata de la posibilidad de la exploración corporal para reconocer el goce, liberarse de tabúes y vergüenzas en relación al cuerpo, y apropiarse de él con el fin de enunciar y negociar los disfrutes en el encuentro con otra persona. Se trata de aprender qué es lo que nos gusta, necesitamos y nos da placer. Se trata también de tener la suficiente confianza para transmitirle a la pareja lo que queremos para nuestro goce. Se trata de tener todo el tiempo del mundo para fluir en el deseo hasta llegar naturalmente al orgasmo, sin tener la necesidad de fingir.
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