El amor sano existe
“He leído las historias de Paula desde muy chica y siempre quise contar la mía. Hoy, desde el departamento que estamos construyendo con mi pololo, el amor de mi vida, sólo quiero y puedo decir que las historias de amor sí existen.
Crecí en una familia con un papá y una mamá que se amaban muchísimo. Fui criada por un hombre feminista que me enseñó (y lo sigue haciendo) que no necesito a nadie más que a mí misma para conseguir lo que necesito. Y con una mamá que siempre tuvo su trabajo y era (sigue siéndolo) económicamente independiente. Este dato es relevante porque en mis ex relaciones eso siempre primó, el “yo puedo” era un factor clave.
Pero eso no impidió que pasara años buscando a alguien que me amara por cómo soy. En mi infancia vi cómo mi papá le dedicaba a mi mamá tomos de los libros de Walt Whitman. Por eso, crecí soñando con encontrar a alguien que me hiciera entender y sentir cómo Benedetti o Frida Kahlo podían escribir con tanta pasión sobre el amor. Creí y me convencí de que había encontrado “esa relación” en personas que no eran. Claramente mi cabeza se daba cuenta de las reds flags, pero el corazón decía ignorarlas.
Pasé años en relaciones tóxicas en las que no sabían qué querían o intentando/rogando que me quisieran. Así superé los 30, buscando y buscando hasta que un día, luego de sólo tener una relación laboral poco fluida y a veces, por teléfono, pero siempre por trabajo, él entró de la nada, sin avisar, a mi oficina con dos medialunas y lo supe. Y sé que él también lo sintió.
Nunca fui de las que quisiera casarse, no era algo que quisiera. El tener hij@s siempre fue pensado como algo propio, algo que podría realizar a través de inseminación o FIV y todo ese castillo, esas decisiones, se esfumaron cuando comenzamos a salir. Esas ganas de pasar tu vida con alguien, de compartir sueños, de que de ese amor nazca algo comenzaron a aflorar.
Ese amor que tanto busqué, que tanto anhelé y leí en poemas, me había encontrado de la manera más insólita. Por años convivimos dentro de la misma institución sin nunca habernos visto, entendiendo que él y yo existíamos en este universo de funcionarios y funcionarias sin conocernos. A veces le he preguntado si nos habíamos topado antes de encontrarnos ese viernes. “No, porque si te hubiese visto me habría acordado y te habría invitado a salir al tiro”, me ha respondido, tal como ocurrió al día siguiente de vernos.
Ha sido una relación fulminante. Una relación llena de risas, llena de abrazos, llena de noches durmiendo juntos y buscándonos. Una relación no exenta de discusiones pero sí tratando de equilibrar estas dos personalidades para ahora convivir. Cada uno cede en distintas cosas porque el amor, para mí, también es llegar a consensos y que no todo es blanco o negro. Los matices hacen crecer.
Escribo esto porque ahora entiendo que tuve que recorrer un largo, y a veces difícil camino, para llegar a este momento. Su manera de quererme, su preocupación de saber cómo estoy o si almorcé, que, quizá, para algunos puede ser lo mínimo, nunca antes lo había tenido. El ir a dejarme temprano al trabajo aún cuando tengamos que viajar desde Valparaíso a Santiago e ir a buscarme al terminar. Y viceversa. Me gusta saber cómo va su mañana, si tomó su café de todos los días o si comió algo.
Y puede que algunas personas digan “qué tóxico”, pero no lo es, son sus ganas de cuidarme (y cuidarlo) porque él sabe que puedo hacer todo sola, que en este camino nos acompañamos. Él es calma y yo soy un torbellino organizado. Las relaciones también tienen mucho de ceder y entender que el quererse, el preocuparse por el otro no significa que te están “asfixiando”. El amor también es cuidado.
Hoy, desde este hogar que estamos construyendo con cariño, trabajo y mucho amor, me emociona escribir mi historia. Sigo sintiendo mariposas cada vez que lo veo. Cuando nos miramos y recordamos cómo empezó todo esto y nos preguntamos ‘¿dónde habías estado?’. Me enamora cada vez que me toma la mano o me llena de besos para decirme que me ama.
Por eso, a todos quienes a veces pueden creer que no existe el amor, les digo que sí existe. Que llega en el momento adecuado y de la manera más inesperada”.
Gabriela tiene 33 años.
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