El arte de no dar consejos

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“Me gustan las personas que practican el arte de no dar consejos, esas que te escuchan con el cuerpo entero sin tratar de arreglar nada. Esas que en lugar de analizarte con la mente, te entienden con el corazón. Esas que no tienen prisa por resolverte la vida. Esas que dicen poco, pero calman mucho. Esas que en lugar de entregarte respuestas te regalan preguntas. Esas que te hacen sentir a salvo sin necesidad de cambiar nada. Me gustan las personas que practican el arte de no dar consejos. Y es que en un mundo donde las palabras sobran, la escucha es oro”. Con este texto publicado en su cuenta de Instagram, la psicóloga argentina Sol Buscio (@psico.solb) hace una invitación a aprender a escuchar, pues reconoce que aunque la idea de dar consejos –sobre todo en la amistad– nace desde un buen lugar, de la creencia de que eso que estoy aconsejando es lo mejor para la otra persona, muchas veces tiene un efecto contrario.

Lo ve a diario en su consulta; personas que sienten que no las escuchan o no las entienden. “Somos seres subjetivos y eso significa que lo que para mí es bueno o malo, no necesariamente también lo será para el otro. Esto tiene que ver con la empatía, con entender que el otro piensa y siente de una manera distinta y por tanto no hay una única forma correcta de enfrentarse a determinados conflictos vitales”, agrega. Y esto es peor cuando ese consejo no es solicitado. Como dice la psicóloga y psicoanalista española Isabel Menéndez, “aquel que da un consejo cuando nadie se lo demanda, ejerce un poder que no le corresponde y pone de manifiesto su desconfianza en la capacidad del otro para resolver lo que le ocurre. Desea mostrar fortaleza y trata de ocultar sus dificultades. Dar un consejo con excesiva rapidez implica tapar la boca a quien necesita que le escuchen”.

Y es que saber escuchar es clave. “Lo valioso de la escucha es que la persona se siente comprendida, no juzgada y validada frente a lo que está sintiendo. La poca comprensión del otro es algo que vemos mucho en consulta, sobre todo en personas que tienen crisis de ansiedad. Sienten que nadie los escucha o los entiende. Por eso vuelvo a la empatía, porque por más que para uno sea totalmente racional que algo suceda, hay que intentar ponerse en los zapatos del frente y escuchar. La escucha nos da conocimiento para saber cómo ayudar al otro desde lo que él o ella necesita y no lo que yo creo que necesita”, dice Sol.

Una decisión acertada es que nuestro consejero sea una persona que sepa escuchar, que no utilice demasiados imperativos y que no se ponga a sí misma como ejemplo, porque las personas que se ponen como ejemplo para aconsejar a otros suelen ser narcisistas e inmaduras, lo que les impide respetar la individualidad ajena. “A veces no necesitamos que nos digan algo, solo necesitamos sentirnos escuchados. O también ocurre que a veces no hay nada que decir. Las personas creemos que tenemos que decir algo para ayudar, pero también puedes plantarte frente y preguntar ¿qué necesitas? ¿Cómo puedo ayudarte o acompañarte en este proceso? Quedarse en silencio o invitar al otro a salir de ahí, ver una película juntos, olvidarse un rato del problema. También son formas de contención”, agrega.

Porque cuando una persona está transitando por un problema y agobiado por éste y viene otro y le remarca las maneras que tiene para salir de ahí, o los recursos que tiene para salir adelante, lo que puede generar es mayor sentimiento de culpa, un ciclo del que no puedo salir. “En vez de aconsejar –que por supuesto a veces, y sobre todo cuando nos piden, puede ayudar– deberíamos invitarnos a nosotros mismos a darnos la posibilidad de no tener respuestas, de no saber qué decir y de preguntarle más al otro qué necesita. Eso va a ser sin duda más nutritivo. Aprendamos solo a escuchar, pues solo ese espacio para el otro puede resultar reconfortante. Y luego de escuchar validemos lo que el otro siente; acompañemoslo y sostengamoslo. Esa es la invitación”, concluye.

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