Con el pelo cortado al rape, piel color café cortado, anteojos cuadrados, shorts y hawaianas, Junot Díaz es la imagen viva de la disyuntiva latina-gringa. Nacido en República Dominicana, a los seis años emigró con su familia a Nueva Jersey, Estados Unidos, donde creció enojado con el mundo y odiando el colegio. Su padre pasó de ser policía militar del dictador Trujillo a operador de grúa horquilla y su madre era obrera en una fábrica. "Mi familia es tremendamente trabajadora y tremendamente obstinada. Cuando uno de nosotros tiene problemas, nos metemos hasta el fondo", relata Junot.

Son cinco hermanos. Junot es el del medio y el único que escribe. A los 9 años empezó a leer obsesivamente los avisos económicos de los diarios, como una manera de entrometerse en un mundo en el cual él no tenía acceso. Un día leyó un aviso que decía: "Regalo libros". La dirección quedaba a 20 cuadras de su casa. Una anciana regalaba 500 libros a quien se los llevara de allí. Nadie en su familia hubiera movido un dedo por ayudarlo a cargar los libros, así que no podía contar con el auto de la familia. Se las arregló igual: consiguió un carro de supermercado y en cuatro viajes los trasladó a su casa. Así empezó su lectura compulsiva de libros. Antes de salir del colegio escribió una novela de terror, que le cargó. En la universidad descubrió las clases de escritura de ficción y se puso a escribir como loco, cuatro horas diarias. "Era pura basura, pero era mi sueño. Escribía".

Fue en la universidad donde Junot descubrió las obras de la mexicana-americana Sandra Cisneros y la afroamericana Toni Morrison, quienes canalizan narrativamente sus vivencias como integrantes de minorías. Díaz, en sus intensas cuatro hora diarias de escritura, fue forjando una voz y una estética propias para reflejar su realidad dominicano-americana. Su tesis para el magíster en escritura de ficción en la Universidad de Cornell fue la semilla prodigiosa de su primer libro: Negocios, una colección de cuentos publicada en 1996. Se trataba de un librito con apenas 10 cuentos sobre la vida del barrio dominicano de Nueva Jersey, pero acaparó elogios y traducciones y otorgó becas y respeto a Junot. Y, de paso, lo convirtió en un símbolo de la comunidad dominicana.

Pasaron los años y Junot se mantuvo silencioso. Sólo publicó algunos cuentos en revistas y antologías, mientras la mística iba en aumento. Díaz ha confesado que las expectativas eran como un cuchillo clavado en su espalda. Se deprimió, se confundió y siguió escribiendo. Empezó a enseñar Escritura de Ficción en el Instituto de Tecnología de Massachusetts, el celebérrimo MIT –donde sigue enseñando– a pesar de sentirse como un pez fuera del agua, un dominicano entre anglosajones, un escritor entre ingenieros.

Ni dentro ni fuera de su familia, nadie habría apostado a que, a los 40 años, se convertiría en uno de los autores más célebres de su generación: su primera novela, publicada en 2007 en Estados Unidos, La maravillosa vida breve de Óscar Wao, recibió el codiciado Pulitzer en Literatura de este año, lo cual terminó de catapultarlo al olimpo de escritores de la talla de Faulkner y Hemingway. Se trata de la saga intergeneracional de una familia perseguida por la mala suerte cuyo protagonista, Óscar, es un dominicano-gringo gordo que vive en Nueva Jersey y sueña con conquistar mujeres bonitas y escribir libros de ciencia ficción. "Óscar sufre una depresión severa a lo largo de toda su vida, que se inicia en su infancia. Ése es uno de los tabúes latinoamericanos: que los niños no sufren trastornos emocionales. O que los latinoamericanos no pueden ser neuróticos", comenta Díaz.

La novela, que transcurre durante la interminable dictadura de Trujillo, está llena de spanglish, largas notas al pie de página sobre República Dominicana y referencias a cómics, a Star Trek y al fukú, una maldición isleña. Según The New York Times Book Review, la voz narrativa se siente igualmente cómoda hablando de Tolkien como de Trujillo, películas de animé, partusas sexuales universitarias, garabatos dominicanos y redadas de la policía secreta en Santo Domingo.

Nerd dominicano

El día de la entrevista, llego a un pequeño y moderno edificio de ladrillos rojos en Spanish Harlem, el barrio hispánico neoyorquino por excelencia, donde vive su novia, una abogada dominicana que trabaja para el fiscal general del estado de Nueva York. Toco el timbre varias veces hasta que aparece un enano de celular colgado en la cintura que llama a Díaz. Cinco minutos después aparece el escritor pidiendo disculpas en inglés por el tráfico en la Primera Avenida. Lo acompaño a sacar su correo –retira una caja inmensa llena de cómics, libros y dvds de manga– y nos sentamos en un pequeño patio al interior del edificio. Aunque escribe salpicado de un notable spanglish que ha sido unánimemente aplaudido, el inglés es su verdadero idioma, y lo usa expresiva y enfáticamente.

El tema del manga y los cómics cruza tu premiada novela, y veo que te fascina de verdad.

No, no, me mandaron todo esto de una casa editorial. Ay, Dios, esto se lo voy a tener que dar a mis ahijadas, están completamente locas por estas cosas. No me interesa más que cualquier otra cosa que leo. Cuando investigas para una novela te conviertes en fan, porque le tienes que dedicar mucho tiempo al asunto. Y leo todo. Every fuckin thing.

¿No fuiste un nerd obsesionado por los cómics y la ciencia ficción, al estilo de Óscar, el personaje de tu novela?

No. No tanto, al menos.

No hay muchas novelas sobre nerds dominicanos.

Las alternativas masculinas en la literatura latinoamericana y norteamericana-latina acaban siendo las mismas. El tema machista latinoamericano, el macho que escucha música, toma cocaína y busca aventuras o trabaja en una fábrica y pega a su mujer se reemplaza por la onda cool norteamericana. Las situaciones cambian, pero la gramática es idéntica.

¿Fuiste entonces un gordito estudioso como Óscar?

No era para nada gordito, ni tampoco muy donjuán. Era un niño delgado, inteligente, enojado con el mundo. No me llevaba bien con los demás y odiaba el colegio. Fui a una escuela pública que te la puedo describir como una mierda.

En tu novela, las mujeres son mucho más obstinadas y fuertes que los hombres. ¿Pura coincidencia?

Si eliminas el mito de la familia estable, el papá maravilloso y los niños adorables, lo que tienes es la supervivencia. Las mujeres han tenido que sobrevivir de una manera que los hombres ni se imaginan. No quiero infravalorar la sobrevivencia masculina, pero si tengo que sobrevivir, me las arreglo; si tengo que sobrevivir con mis cuatro hijos, es otra cosa. De una sola mujer latinoamericana yo puedo exprimir ingenio suficiente para 4.000 hombres. Se nos concede tanto que casi parece que nos hemos esforzado para conseguir lo que conseguimos.

Dedicaste Negocios, tu primer libro, a tu madre, Virtudes Díaz. ¿Te dio ella claves narrativas para tus personajes femeninos?

Por supuesto. No es tan sociopática con mis protagonistas, pero es una mujer muy difícil, sobre todo para mis hermanas. No fue particularmente cariñosa, cualquier niño latinoamericano te puede decir que el mito de la mamá cariñosa es falso. Pasé gran parte de mi vida sin comprenderla. Mi madre fue muy intransigente conmigo, y nunca pude comprender eso. Siempre supe –consciente o inconscientemente– que mi mamá era una gran fuente de silencios. Guardó muchos secretos, de mucha gente. De niño me di cuenta de eso y una vez adulto llegué a entender que nuestras sociedades también están construidas sobre el silencio. Fue muy importante para mí hacer la conexión entre mi mamá y su necesidad de mantener silencios y lagunas en la historia de nuestras vidas, y todas las lagunas históricas que hay, todas esas cosas que no se pueden decir.

Nigger

En La maravillosa vida breve de Óscar Wao usas la palabra 'nigger'. En Estados Unidos es intocable, peyorativa, tabú, y tú la usas mucho.

El que la usa es Yunior, el narrador, que levanta pesas y es adicto a los esteroides, y su uso está limitido a su personaje. Y quiero que el lector decida por qué. Si conoces la cultura urbana que produce un personaje como Yunior, entiendes el contexto.

Yo me crié en Nueva York en los setenta y no había contexto para esa palabra, era prohibida.

Sí, pero yo no me crié entre gente blanca. Yo viví mi infancia en Nueva Jersey, en las suburbios de Perth Amboy. Es otro planeta.

Alternas mucho entre el inglés y el castellano. ¿No te precupa que tus lectores norteamericanos se sientan ajenos a esa mezcla?

No, al contrario. Es parte de la experiencia de leer. Nuestra primera experiencia leyendo es la incomprensión, y que parte de un libro sea incomprensible para algunos no tiene nada de malo. La lectura tiene que ver con la capacidad de aguantar, de tolerar la incomprensión. Súbete a un fucking autobús: la vida real no tiene problema en mezclar los idiomas. Es en los libros donde esto se vuelve problemático. Los libros son productos monoculturales, no tienden a representar la variedad de la vida. Es ahí donde tienes que hacer una intervención imaginativa o crear una metáfora con verosimilitud para que parezca real.

¿Y el spanglish de tu libro es verosímil?

Es una simplificación que reemplaza la realidad. No hay manera de meter todos los registros, todo lo que hacemos como artistas es una simplificación del estupendo mestizaje del mundo. El inglés y el castellano son una especie de Abel y Caín del nuevo mundo, están enojados el uno con el otro y no quieren reconocer su proximidad, sus lazos de sangre. Pero yo miro todo esto como escritor, como alguien que ha vivido y ha sido victimizado en los dos idiomas. Yo fui victimizado por el inglés cuando llegué a Nueva Jersey y ahora soy victimizado en mi comunidad de origen porque mi acento en español es tan poco dominicano.

¿Y en República Dominicana qué te dicen?

Portorriqueño. Allá nadie cree que soy dominicano, porque mi acento es tan portorriqueño.

¿Te molesta? ¿O ya no te importa ser aceptado?

Eso no se supera tan fácilmente. Pero responde a patrones muy antiguos que producen mucho pánico, eso ayuda a entenderlo. Hay tanto mito nacional, hay tantos factores emocionales involucrados en la idea de una identidad nacional, que no encajar es aterrador. Pero hay algo que ayuda: nadie encaja.

¿Por qué todo eso se esconde detrás de una máscara de tolerancia?

Un amigo mío dice que en Estados Unidos todo el mundo es distinto y original de la misma manera. Por toda la variedad que hay –yo tengo un mohicano, tú eres gótico, el otro es un loco hiphopero– todos son distintos de la misma manera. Hay un dicho: 'la tolerancia sólo tolera a sí misma'.Si das un paso más allá de ella, los tolerantes te aplastan.

Tú enseñas en una universidad en Boston. ¿Hay tolerancia?

Boston es lo peor, muy xenófobo, provinciano, no es muy pro inmigrante ni muy pro color. Pero bueno, enseñar escritura creativa en el MIT es lo mismo que ser un niño pobre en Estados Unidos: estás rodeado de privilegio pero estás en el último peldaño de la escalera. Me gusta mucho enseñar, me gustan mucho mis alumnos. Pero Boston es un reto.

¿Te hacen sentir como el latinoamericano fetiche?

No, porque nunca he sido eso. No soy lo que se llama un informante autóctono, no estoy aquí para traducir cosas. A mí me me llaman para pedirme todo tipo de mierdas –'Junot, ¿podrías escribir un reportaje sobre balnearios de lujo en República Dominicana?'– y simplemente les digo que no. No soy un fucking Tonto [el indio de la serie Llanero Solitario].

Nada de ser embajador literario para los gringos.

No, ellos no me preocupan. No pienso en lo que necesitan los gringos– ellos están perfectamente bien. Siempre encontrarán a algún payaso para traducirles mierdas, ése no es mi papel. Yo soy artista.

Igual con el Pulitzer te has convertido en un bestseller y la academia te adora…

No se puede generalizar así. Puede ser que me adoren, pero si así fuera es algo que está ocurriendo ahora. Y si tienes el más mínimo conocimiento de la vida de los artistas sabes que toda aprobación es temporal.

Pero el reconocimiento es agradable, ¿no?

Sí, pero yo sigo siendo un artista inmigrante dominicano que se crió en un barrio pobre, y nunca me he alejado de eso. El privilegio que tengo ahora es astronómico comparado con lo que tenía antes. Y supongo que mis orígenes constituyen la inspiración, es como una fuente vital… No sé, algunas personas canalizan la energía vital escribiendo compulsivamente. Yo no, yo la canalizo estando junto a las fuentes que me forjaron.

¿Por eso estamos hablando aquí, en pleno Spanish Harlem?

Sí, aquí me siento cómodo. Y lo que me influye como escritor es la experiencia y el espectro emocional de este mundo que, más allá de lo que muestran televisión sensacionalista, las películas y la música, muy poca gente conoce. Después de todo para mí, esto es lo normal. No me imagino estar en un lugar sin latinos.