El Clon
Pocas historias de amor me han marcado tanto como la de Jade y Lucas de la teleserie brasileña El clon. Ella, una musulmana de Marruecos y él, un brasileño que la conoce durante sus vacaciones en Marrakech. Un amor imposible. Cuando la teleserie se estrenó en Chile el 2002, luego de haber sido un éxito en Brasil, yo tenía 10 años y, aunque haya sido súper chica, tengo patente el recuerdo de mí pegada al televisor a la hora de almuerzo durante ese verano. Probablemente no entendía nada de la trama –ya que la historia giraba en torno a una clonación que años después logré descifrar– pero me bastaba con ver cómo esa pareja se las ingeniaba por poder estar juntos. Y como buen drama brasilero, cada vez que lo lograban, el mundo se paralizaba. Aún recuerdo la canción que sonaba de fondo y siento algo en la guata cada vez que la escucho. Sé que suena exagerado, pero así de intenso fueron mis sentimientos por esa teleserie. Después de varios años comprendí por qué los papás no dejan que sus hijos se expongan a ese tipo de contenido. Yo no la veía a escondidas, pero como mi mamá trabajaba en ese horario y no podían dejar a mi nana sin televisión, me aprovechaba. Y no me arrepiento de haberlo hecho, pero sí soy consciente de cómo influyó en mi vida. Pasé varios años en búsqueda de una relación que fuese difícil de concretar, que costara. Y claro que me involucré en varias historias de ese tipo. Con el tiempo, afortunadamente, la madurez hizo su trabajo y logré superar esa etapa. Sin embargo, hace unos meses atrás tuve un reencuentro con la cultura musulmana y me acordé mucho esa adolescente que fui. Viví durante cuatro meses con una árabe y no puedo negar que me pegué más de un grito de emoción cada vez que la escuché decir alguna palabra que me sonara familiar. "Habibi", mi favorita, significa mi amor. Quizás es la que más recuerdo porque yo quería eso. Un habibi como el que Jade tenía.
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