El diseñador que anuncia el fin de la moda

El diseñador de vestuario del Teatro Municipal de Santiago, y de la teleserie de época La Poseída (TVN), afirma que a diferencia de décadas anteriores, hoy la ropa no es un código que permita conocer la posición social de las personas y no existe una "conciencia de la representación del propio cuerpo".




Paula 1182. Especial Moda, sábado 12 de septiembre de 2015.

or estos días, Germán Droghetti (57) no le da tregua al dibujo: cada semana, desde marzo, tiene que entregar entre 10 y 15 diseños de trajes para los 25 actores de La Poseída, la teleserie nocturna de TVN, ambientada en el Chile de fines del 1800, que recrea la supuesta posesión demoniaca vivida por Carmen Marín, hecho real que produjo tanto revuelo social como intenso debate entre la visiones católicas y médicas.

Cada personaje viste en promedio seis tenidas, durante los siete meses que dura la grabación. En total, 150 atuendos que el diseñador construye buscando la máxima verosimilitud respecto de la época y la trama. Droghetti trabaja en el departamento de vestuario del Área Dramática, junto a otras veinte personas, entre ellas, ocho costureras y los responsables de armar los looks por capítulo y custodiar su continuidad escena tras escena. En medio de trapos y sombreros está su escritorio, donde diseña recurriendo, como referente, a imágenes históricas que extrae de diversas fuentes y documentos. El resultado son delicados dibujos hechos con lápiz de mina y acuarela. La Poseída es su tercera teleserie de época, después de Conde Vrolok (2010) y Martín Rivas (2011).

En el oficio del diseño de vestuario lleva tres décadas, con una sólida carrera en teatro, ópera y ballet. Un camino que inició por azar, ya que después de estudiar Diseño Gráfico en la Universidad Católica de Valparaíso e instalar su propia agencia, en 1985 el Teatro Municipal de Santiago llamó a un concurso para realizar escenografías y vestuario. Droghetti postuló y ganó. Su debut fue para la ópera La Cenerentola, de Rossini. Desde entonces ha dibujado los trajes de una infinidad de títulos, como las óperas Aída, Madame Butterfly y Bodas de Fígaro, y en los próximos días viajará a Colonia, Alemania, para participar en la puesta en escena de La Bohême.

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Algunos diseños del vestuario de Ernestina, rol de la actriz Patricia Rivadeneira en la teleserie La Poseída, hechos con lápiz a mina y acuarela sobre papel. "Toda la humanidad del personaje se logra vistiéndolo", dice Droghetti.

LO QUE DICE LA MODA

"Muchos consideran la moda como algo frívolo, pero para mí es un lenguaje complejo, que históricamente ha obedecido a códigos estrictos, dictados por la estructura de la sociedad. Es una forma de comunicación visual que aparece desde el momento en que el hombre necesitó entregar a otro ser humano una información de sí mismo a través de un primer vistazo: soy de una tribu, soy fiero, soy extranjero, soy jefe, soy rico, etc. Cada elemento de la identidad y de la jerarquía social se reflejó en la apariencia", dice Droghetti.

Más que un diseñador creativo y virtuoso, Droghetti es un investigador y agudo lector de los códigos que operan en el vestuario, los accesorios y los pelos de las diversas épocas en que debe sumergirse para construir los personajes de las obras y series en que participa. "Toda la humanidad del personaje se logra vistiéndolo. La Ernestina (rol de Patricia Rivadeneira en La Poseída) es una mujer de la alta sociedad, dominada por su marido que es una autoridad política. Ella está para complacer y molestar lo menos posible. Se la pasa tomando té y está rodeada de sirvientas. Su vestuario es un reflejo de eso y de sus obligaciones como esposa, como ir al Congreso o a la fiesta del presidente. Entonces, su guardarropa está lleno de trajes de noche con corsé y sombreros, elementos que esculpen su figura de dama de la alta sociedad", explica.

En esa suerte de tarjeta de presentación que, según Droghetti, ha sido históricamente la moda, la silueta ha jugado un rol determinante, capaz de estructurar el cuerpo que cada persona se sentía obligada a obedecer. Las mujeres, por su posición subalterna, han sido las más sometidas a ese mandato. De esta manera, los cambios que ha experimentado se han visto claramente reflejados en el vestir. "En el Chile de 1890, por ejemplo, la mujer era considerada un objeto decorativo obligado a agradar. Había que casar a las niñas a los 14 años y a esa edad pasaban a ser adultas. La adolescencia no existía. Eran ofrecidas en matrimonio a hombres de buenas familias y para eso el padre de la novia debía pagar una dote. La moda estaba al servicio de eso. El corsé, que usaba la mujer de clase alta urbana, es un símbolo perfecto del sometimiento. La silueta de la mujer se manipulaba fuertemente, se la armaba y se la rigidizaba. Se controlaba su movimiento y su forma, se le apretaba el estómago, se le subían los pechos y se levantaba el trasero con el polisón, que era una suerte de almohadilla o armazón. El cuerpo se sometía a una forma muy estructurada, la figura de la S".

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El diseñador en su mesa de trabajo del departamento de vestuario del Área Dramática de TVN. Después de dibujar, un equipo de costureras confecciona.

Y llegaban a tener unas cinturas mínimas…

Sesenta centímetros de cintura artificial. Las mujeres chilenas eran bajitas y gorditas, por eso al apretarlas les subían las pechugas. Si miras registros históricos, parecen monitos de taca-taca, porque el volumen de abajo era impresionante y eran cortitas de arriba.

El corsé, ¿dificultaba la actividad sexual?

No la impedía, pero la reglamentaba. Para poder desnudarse, la mujer estaba obligada a tener a alguien que la ayudara a desamarrarse el corsé, porque eran miles de cordones. Pero hay que entender que a las mujeres se les imponía una sexualidad solo para procrear y no para el placer. Las que tenían libertad sexual eran las amantes y las prostitutas, no las esposas.

Pero también ellas usaban corsé.

Claro, pero el uso era distinto. Para las amantes y las prostitutas era un objeto erótico, porque se mostraba como ropa interior, lo más cercano a la desnudez. Vestidas se distinguían por el uso de colores más fuertes. Y las mujeres de campo tenían otro código: no usaban trajes con corsé, sino una blusa suelta, un faldón y mantilla. De este modo, uno distinguía perfectamente quién era quién y se marcaban las diferencias sociales.

A pesar del terreno ganado, las mujeres siguen esclavizadas a la apariencia y son consumidoras de los dictámenes de la moda.

Claro, cambian las formas, pero aún las mujeres están mucho más sometidas que los hombres a la obligación de agradar estéticamente. En eso la igualdad de géneros está pendiente. Aún existe la necesidad de usar tacos para aumentar la altura, verse delgadas y usar fajas reductoras o hacerse cirugías. Sigue la idea de transformar el cuerpo de manera parcial o definitiva. ¿Para qué? Solo las mujeres pueden responder esa pregunta.

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En contraposición a Ernestina, mujer de un político, está la figura de la prostituta que, además de llevar trajes menos lujosos y prescindir del sombrero, deja el corsé a la vista y usa colores fuertes.

EL CAOS ACTUAL

¿Qué está pasando hoy con la moda?

En todo el mundo, la moda, entendida como un código social, llegó a su fin: cada cual se viste como quiere. El fenómeno de vestirse responde a otros parámetros que aún no alcanzo a descifrar. ¿Qué me pongo? ¿Una polera rayada o una con lunares? Da exactamente lo mismo. Es otro el fenómeno, pero lo seguimos llamando "moda" por una cosa cultural.

¿Se podría concluir que la moda dejó de ser un reflejo de las diferencias sociales como consecuencia de una democratización?

Es probable. Son preguntas que hay que hacerse. Esto comienza a desarmarse con el movimiento hippie de los años 60, que desde Estados Unidos invadió la cultura occidental. Los hippies rompen con las estructuras, el cuerpo se muestra más y se produce una democratización del vestuario que deja de estar amarrado a códigos de clase o de género sexual. En los 80 esta desarticulación del lenguaje de la moda se agudiza, aparecen muchas "nuevas tendencias" que representan tribus urbanas y estilos estéticos, pero no distinguen categorías culturales estrictas. Una persona vestida de estilo punk puede ser hombre, mujer, de clase alta o baja, de cualquier nacionalidad. Además, compiten interpretaciones libres de cada estilo. Y ya, al llegar a los 90, no se distinguen claves que se repitan y tengan un significado unívoco.

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Diseño de vestuario del personaje Fiordiligi de la ópera Cosi Fan Tutte, del Teatro Municipal de Santiago (1995). Aquí se ve claramente cómo el corsé reducía dramáticamente la cintura.

Ese nuevo escenario, ¿complica tu trabajo como vestuarista de época?

Claro, es más dramático de lo que te imaginas. Porque, ¿cómo represento los años 2000? No sabría. ¿Quién dicta las tendencias? El retail. Pero el retail no obedece a un código social, sino a necesidades del mercado, de generar una demanda: un día las rayas, un día largo, otro corto, da lo mismo. Es cierto que el maniquí de las grandes tiendas propone una silueta estilizada, pero eso no se traduce en una norma a nivel de la calle. De hecho, si sales a la calle puedes ver a niñas que se les rebalsan los rollos por encima del pantalón, usan una polera corta y se les sale la guata. No saben dónde tienen el cuello, dónde tienen la cintura, no hay esa conciencia de la representación del propio cuerpo. Se acabó la referencia a una silueta que norme los hábitos de las personas.

"La moda, entendida como un código social, llegó a su fin: ¿Qué me pongo? ¿Una polera rayada o una con lunares? Da lo mismo. Es otro el fenómeno, pero lo seguimos llamando 'moda'".

¿Qué te pasa con eso?

Desde el punto de vista estético, encuentro mil veces más bonito lo que sucedía antes. Es como en la arquitectura, cuando no hay plan regulador la cosa se convierte en una mescolanza, mientras que cuando existen ciertas normas de estilo se produce armonía.

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