“Agosto de 2022 fue uno de los meses más extraños de mi vida. La relación de cuatro años y medio que llevaba con mi ex pareja se rompió producto de varias peleas y desencuentros y él, terminó por irse de la casa. Pero a pesar de haber estado muy molesta, ese mes nació en mí una necesidad de contención que nunca antes había sentido. Era una necesidad muy mamífera: quería que me abrazaran todo el tiempo, necesitaba sentirme protegida.

Días después, me enteraría de qué se trataba todo esto. Me di cuenta que se me había atrasado la regla por más de 10 días. Yo estaba convencida de que todo era producto del estrés, pero cuando empecé a sentir un poco de náuseas, me preocupé. Mi ex pareja había empezado a visitarme esporádicamente porque en esta extraña necesidad de cariño, lo llamaba para ver si algo quedaba por reparar.

Fui a comprar el test de embarazo a la farmacia. Salió positivo. ‘Estoy embarazada’, dije, y de inmediato comenzamos a pensar en qué hacer. Estábamos mal como pareja, ‘yo creo que hay que abortar’, me dijo. Durante esa tarde me lo repitió varias veces. Su tono traía seriedad y gravedad en las palabras.

Yo estaba paralizada: por un lado lo entendía, pero por otro, el mensaje llegaba como una bala loca cada vez que me lo decía y me dejaba en blanco. Días después fuimos a la primera ecografía juntos. Yo estaba muy nerviosa, pero me armé de valor para acostarme en la camilla y enfrentarme a la realidad. El doctor me mostró el embrión y de la nada, le subió el volumen a la pantalla desde la máquina. Empezaron a sonar unos latidos. Se notó que el médico esperaba una reacción de ternura o felicidad, pero hubo en vez de eso, un silencio incómodo. No dije ni una palabra porque tenía miedo que descubrieran que el aborto era una posibilidad que estábamos considerando. ¿Qué pasaba si el doctor se daba cuenta? ¿Me podían llevar a la cárcel?

Después de escuchar los latidos, nos subimos al auto. Esa fue la primera vez que dije que necesitaba espacio para tomar esta decisión, porque esto iba a pasar por mi cuerpo y quería pensar si tener la guagua o no. Él seguía firme respecto a que tenía que abortar, ‘aunque sea triste que nunca vayamos a saber a quien de los dos se va a parecer’, me dijo. Yo me quedé helada y esa frase nunca se me olvidó.

Durante esos días todo se fue volviendo más hostil. Él me ofrecía hacer el almuerzo mientras yo estaba descansando, y cuando llegaba con la comida, yo era incapaz de comérmela por las náuseas y el asco que sentía. Él se enojaba. Se acostaba al lado mío a ver series violentas a todo volumen y cuando yo ya no aguantaba más la angustia de escuchar y ver la sangre en la pantalla, le pedía que por favor le bajara un poco. Y se volvía a molestar. No sabía quién era esta persona que estaba al lado mío.

Cada vez que despertaba, lo primero que pensaba era en que, por desgracia seguía viva y que la posibilidad del aborto, seguía existiendo. Tuve que llegar a ese punto para que así, sola y apoyada en la almohada, empezara a pensar por primera vez qué era lo que realmente estaba pasando por mi mente para hacerme sentir así. Y de golpe, en mi pensamiento se formaron las siguientes palabras: ‘Tienes que pasar por esto’.

Uno sabe cuando el pensamiento se siente como una certeza, y esto fue así. Empecé a pensar en qué cosas concretas necesitaba para salir de este estado. ¿Qué pasa si tengo a este hijo? No le va a faltar nada materialmente, yo era una persona sana pero, ¿Voy a ser yo la madre que quiero ser? Y me di cuenta de que la respuesta era no. Yo no iba a ser una madre feliz, y no quería darle eso a nadie, menos a un ser que aunque muy pequeño, estaba adentro mío y amaba profundamente.

Ya tenía un mes y dos semanas. Encontramos un centro médico en Mendoza que se llamaba donde se practicaban abortos con perspectiva de género. Les contacté, me acogieron, pusimos fecha y me recordaron que al procedimiento tenía que llevar la primera ecografía. Agendé la cita y compré dos pasajes a Argentina.

Perpetuar la desolación, es perpetuar la violencia

La soledad con la que pasé este proceso fue un factor que definió todo lo que el dolor escaló. La violencia psicológica y simbólica que viví de parte de mi ex pareja, la desolación, me obligaron a tomar un tratamiento terapéutico intensivo . Había empezado a tener ideaciones suicidas e impulsos de autolesión, cosa que nunca antes me había pasado en la vida. Había tocado fondo después de esos días en Mendoza.

El equipo médico del lugar donde aborté fue tremendamente humano y acogedor. El procedimiento salió sin problemas, e incluso, pude sentir paz y empoderamiento por unos minutos. Pero apenas salí del pabellón lo primero que él me dijo fue que ‘ojalá no tengamos que volver a pasar por esto’, entre risas. Antes, había comentado: ‘qué mal que no podamos pasear más’, mientras yo disociada solo asentía y por dentro pensaba en lo irreal que sonaban sus palabras en ese contexto tan triste y vulnerable.

Luego vino el dolor físico. Al llegar al lugar donde nos estábamos quedando no me quizo ir a comprar ibuprofeno y le tuve que rogar. De vuelta en Santiago lo enfrenté y le dije que estaba rozando la violencia y él se volvió a enojar por el solo hecho de que yo pudiese pensar que él era violento. Tomó sus cosas y se fue, dejándome en el departamento adolorida, con riesgo de hemorragia y sola.

Su figura de abandono fue clave en lo frágil que quedé durante y después de todo esto.

Yo creo que si no hubiese estado tan sola, aborto o no, este proceso lo hubiese vivido de una forma completamente distinta. La noche en que se fue, sentí unos dolores terribles en el cuerpo, pero no podía ir a urgencias porque ¿cómo iba a explicar todo sin decir que me había hecho un aborto?

La ilegalidad del aborto en Chile terminó por culminar mi desolación. No solo tienes que estar preocupada de aquello por lo que va a pasar tu cuerpo, sino también de que no te pillen, de comprar en el mercado negro y de buscar ayuda clandestina en caso de que las cosas salgan mal. Lo complejo no es solo que el aborto te deje en una posición frágil, lo complejo es hacerlo sin la posibilidad de estar acompañada si es que te toca la mala fortuna de estar sola, siendo violentada y más encima, en un contexto de ilegalidad.

Eso fue lo traumático para mí. Yo no tuve dudas al momento de abortar, era la decisión que tomé segura y con las herramientas que tenía. Como me daba terror abortar ilegalmente en Chile y que me pillaran, me tuve que regalar a mi misma hacerlo en un contexto legal y seguro. Pero eso significó prologar mi exposición a la soledad, a la violencia y a la clandestinidad que significó salir del país sin que nadie más que yo y mi ex pareja lo supera. A pesar de todo eso, lo que yo pude hacer, fue un privilegio.

Que nadie más pase por esto sola

Ha sido un año de digerir todo esto. Al comienzo yo no podía hablar del aborto sin ponerme a llorar, lo llamaba ‘el evento’, ‘el suceso’, pero gracias a la terapia, he podido legitimar lo que me pasó y desde ahí ir sanando y dándole un lugar.

Después de todo esto me prometí que si yo podía ayudar a que otra mujer a no pasar por ese terror, lo iba a hacer. Preparé un fondo monetario personal para que cada vez que me enterara de que alguien necesitaba ayuda para abortar en un lugar seguro y acompañada, lo pudiese hacer. Empecé a contarlo en mis círculos cercanos. ‘No me importa si esa mujer quiere mantenerlo anónimo, o si no puedo pagarle el viaje entero, sé que puedo ayudar con una parte o incluso acompañarla’, decía. ‘Quiero que sea con total respeto, porque estuve ahí, y da pánico que sepan lo que estás haciendo’.

Últimamente me han dado ganas de articularnos con otras mujeres para crear un fondo económico colectivo y acompañarnos entre varias. Creo que es la única forma de vivir este duelo un poco más en paz”.