Paula 1083. Sábado 19 de noviembre de 2011.
A comienzos de 2009, Guadalupe Nettel (1973) era, como hoy, apreciada especialmente por su novela El huésped y por varios libros de cuentos; se la identificaba con el grupo Bogotá 39, la selección de los narradores en español más relevantes del momento. Entonces vino el nacimiento de su primer hijo, la escritura pasó un tiempo a segundo plano y, al comenzar a criar, encontró una profunda conexión con su propia infancia. Ese año revista Paula la invitó a oficiar como jurado del concurso de cuentos, misión que aceptó encantada, pues sus vínculos con Chile venían de chica, cuando vivía en la famosa Villa Olímpica de la Ciudad de México, un reducto de clase media progresista: varios hijos de exiliados chilenos eran sus amigos. Recordaba sobre todo a Ximena, una niña que pintaba cuadros, tímida y un poco aparte, como ella, con la que se encontraba en silencio en la noche, cuando ambas miraban por la ventana que las enfrentaba junto a un enorme árbol: era una especie de compañía profunda en la distancia. Pero un día, en vez de la aparición de Ximena, vio fuego arder. Su fantasmática amiga había incendiado su cuerpo y murió rápidamente. Guadalupe lo entendió como el deseo de liberación ante la angustia de vivir: a pesar de no contar más de diez años, se sentía triste y desamparada.
Un encuentro fortuito en un viaje a Chile gatilló el encuentro de Guadalupe Nettel con los recuerdos de su infancia en la Villa Olímpica de Ciudad de México, donde la escritora compartió con varios chilenos exiliados. Esas rememoranzas son las que cerraron el círculo que articuló de nuevo su escritura.
En los agitados días de jurado, la escritora le pidió a Silvia Ossandón, coordinadora del Concurso de Cuentos Paula, que la acompañara a conocer la casa de Neruda en Isla Negra. Allá las recibió el encargado de relaciones públicas, Bernardo, quien coincidentemente hacía años había estado exiliado en México. Descubrieron que habían vivido en el mismo barrio. Para sorpresa de ambos, Bernardo resultó ser tío de Ximena. Le contó que meses antes de suicidarse, a la niña le habían diagnosticado esquizofrenia, y que ahora su madre vivía en Santiago. Nettel fue a verla esa misma tarde: al entrar a la casa vio el cuadro del enorme árbol pintado por su vecina de la infancia. Fue una cita breve y formal. Con ese encuentro un círculo empezó a cerrarse, y trajo otros círculos a un espiral de intimidad que articuló de nuevo su escritura. El cuerpo en que nací (Anagrama), la novela en que Guadalupe Nettel recupera su infancia, enfrenta directamente los huecos y dolores de su historia, y acepta que no existen certezas sobre uno mismo. "Poner en cuestión los acontecimientos de una vida, la veracidad de nuestra propia historia, además de desquiciante, debe tener algo de saludable y bueno", escribe Nettel.