El hambre emocional no es un problema

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Bien sabemos y sentimos que no solo tenemos hambre desde el estómago, la boca o la necesidad fisiológica de ingerir alimentos para tener energía. Comemos porque es rico, porque el alimento está disponible, porque los otros comen, porque el paquete es atractivo, porque huele bien, porque queremos anticiparnos, porque queremos sentir placer. Y así, muchas otras cosas más.

Para comprender mejor estos conceptos, es necesario hacer las distinciones y que así nos haga mayor sentido cuando hablamos de tipos de hambre.

Está aquella hambre que comúnmente escuchamos como hambre fisiológica o mal descrita como hambre real… (¿Las otras no son válidas y reales?) y se describe como el proceso fisiológico, mental y emocional que el cuerpo hace para buscar e ingerir alimentos. Y está el apetito, también llamado hambre emocional y que es un conjunto de procesos sensoriales, emocionales y cognitivos que producen movimiento y motivación para la ingesta. Finalmente está la saciedad, proceso fisiológico, mental y emocional que el cuerpo hace para frenar o inhibir el acto de ingerir alimentos.

A medida que transcurre el día podemos ir sintiendo diferentes tipos de hambre y también en combinación de ellos: hambre más apetito, hambre sin apetito, apetito sin hambre. Y todos son igual de válidos y reales, ninguno es más importante que el otro. Tanto el hambre fisiológica o el apetito nos dan cuenta de algo. Nos entrega mucha información de lo que nos está diciendo el cuerpo, algo que necesitamos buscar, sentir, adquirir o ingerir, que no necesariamente son alimentos, sin embargo, recurrimos a ellos como gestionador de emociones.

Cuando erróneamente tildamos el hambre emocional como un hambre no real, una con la cual tenemos que “luchar”, “controlar” o trabajar para que no sentirla nunca más, no solo es dañino ya que nos hace creer que algo en nosotros está mal, sino que es una fantasía. El apetito o hambre emocional es igual de real y se siente igual de intensamente que el hambre fisiológica. Y aunque nos han enseñado lo contrario, la vamos a sentir siempre, porque es parte de nuestra biología, es una manera adaptativa para mantener la vida.

El gran daño que nos hacemos es imaginar que con mayor “fuerza de voluntad” voy a poder “controlar” el hambre emocional, y la verdad que solo generemos mayor restricción y con ello aumentamos más la ansiedad, la constante alerta hacia los alimentos. Y a la hora de tener comida al frente somos más impulsivos y con ello lamentablemente muchos sentimos culpa.

El primer paso sanador hacia una relación con la comida más amigable, fluida y gozosa es validar que el hambre emocional es igual de real que todas las otras hambres, que nos habla de deseos no escuchados y no satisfechos. No darle espacio e intentar de luchar contra ella es negar una parte de nosotros, es anular un anhelo y es postergarnos.

Mi invitación es comenzar a observarla, a dar espacio y satisfacerla desde la vereda de la curiosidad y ver qué es lo que nos cuenta. Podemos comer y darnos placer, y también descubrir algo nuevo en nosotros.

Camila es Nutricionista y Health Coach. Instagram: @camilaquevedot.

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