El mito del peso ideal: cuando la medicina ignora la diversidad corporal

Peso ideal Paula



“Pedí una cita contigo porque el médico me derivó a nutricionista, ya que debo bajar 7 kilos para alcanzar mi peso ideal”. Una frase que escucho una y otra vez en las primeras citas con mis pacientes, quienes llegan con un diagnóstico de “obesidad” o “sobrepeso”. ¿Pero cómo se llegó a esa conclusión?

El pesocentrismo en la medicina es omnipresente, funcionando como un objetivo prioritario en las consultas de salud y dejando de lado la diversidad corporal, lo que nos lleva a cuestionarnos ¿de dónde surge esta idea del peso ideal?

El origen de estas categorizaciones se remonta al Índice de Masa Corporal (IMC), una fórmula creada en 1832 por el matemático belga Adolphe Quetelet para definir y categorizar las características físicas de un hombre europeo “normal”. Su cálculo consistía en dividir el peso de un hombre adulto por su estatura al cuadrado. Sin embargo, este experimento tenía un fin puramente estadístico y personal, no médico. A pesar de ello, en la década de los setenta, las compañías de seguros en Estados Unidos adoptaron esta fórmula para categorizar a sus clientes según el riesgo que representaban. Así, transformaron el índice de Quetelet en lo que hoy conocemos como IMC y establecieron rangos estandarizados basados en el tamaño corporal, sin considerar aspectos individuales como la composición corporal, herencia genética o el contexto de cada persona.

Desde entonces, el IMC se instaló en la práctica médica, perpetuando la idea de que existe un peso ideal y patologizando cualquier desviación de ese estándar arbitrario.

Es por esto que los términos “sobrepeso” y “obesidad” no solo son erróneos y desactualizados, sino también profundamente estigmatizantes. “Sobrepeso” implica que existe un peso correcto al que todos deberíamos aspirar y que cualquier desviación es una enfermedad. Mientras tanto, “obesidad” proviene del latín y significa “persona gorda por comer de más”, una definición reduccionista e inexacta que ignora la complejidad del cuerpo humano y los numerosos factores que influyen en su composición.

El estado de salud de una persona depende de una diversidad de elementos: acceso a atención médica, ambiente físico, circunstancias sociales, herencia genética, biología y comportamiento individual. Reducir la salud a un número en la balanza es absurdo, especialmente cuando sabemos que el peso fluctúa a lo largo del día y de la vida, sin ser un valor estático.

Además, herramientas como la bioimpedancia eléctrica, utilizadas en contextos médicos y deportivos para medir la composición corporal, presentan problemas de precisión y refuerzan el sesgo de peso. Su uso indiscriminado fomenta conductas alimentarias alteradas y contribuye a la patologización del peso. Factores como la distribución desigual de líquidos en el cuerpo, la variabilidad en la composición iónica de los tejidos y diferencias étnicas pueden afectar su precisión. Por ejemplo, en personas con mayor tamaño corporal, la alteración en la hidratación corporal, especialmente un mayor volumen de líquido extracelular, puede distorsionar las estimaciones de la masa libre de grasa.

Entonces, ¿por qué seguimos midiendo la salud con parámetros arbitrarios que ignoran la diversidad humana?

Es momento de replantearnos el concepto de bienestar. En lugar de perseguir un “peso ideal”, debemos centrarnos en construir una relación saludable con nuestro cuerpo, basada en una alimentación nutritiva, actividad física sin compulsiones, el cuidado de nuestra salud mental y, sobre todo, el respeto por la diversidad corporal. La salud no se define por una talla ni por un número en la báscula. Cuando priorizamos hábitos más equilibrados, nuestro cuerpo alcanza su propio estado de bienestar, reflejando un peso real que responde a su naturaleza y necesidades, en lugar de ajustarse a un estándar arbitrario.

Si todas las personas comiéramos lo mismo, hiciéramos la misma actividad física y tuviéramos los mismos hábitos, aun así, tendríamos cuerpos distintos. Porque la diversidad corporal no es un error: es una realidad. Y ya es hora de que la medicina la reconozca.

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* Carolina es Nutricionista especialista en Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) y autora del libro “Te lo digo porque te quiero: derribando estereotipos estéticos en salud”.

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