“Las lágrimas son un río que nos lleva a alguna parte”, dice Clarissa Pinkola Estés en su imprescindible libro Mujeres que corren con los lobos (1989), donde, mediante cuentos y leyendas universales, aborda la búsqueda del alma femenina. Y también: el poder curativo del llanto, que “abre las cerraduras y los pestillos de los secretos” que una mujer lleva dentro y la transporta hacia “un lugar nuevo y mejor”.
Desde los dos meses de vida –porque al nacer, el ser humano llora, pero no las derrama–, las lágrimas cumplen diferentes funciones. Las “basales” lubrican y oxigenan los ojos y los protegen del polvo y de las infecciones. Las “reflejas” se producen automáticamente frente al humo u otros estímulos irritantes o pueden surgir al bostezar, toser o vomitar. Y las llamadas “emocionales”, que contienen hormonas como la leucina encefalina, un calmante natural, estabilizan los estados de ánimos y “comunican” sentimientos.
“Las lágrimas son fundamentales para el buen funcionamiento del ojo. Su deficiencia es compleja y es una frecuente causa de consulta”, señala Michel Mehech, oftalmólogo y académico de la Escuela de Medicina de la Universidad Andrés Bello. De hecho, el “ojo seco, que afecta al 30% de la población, contraindica ciertas cirugías, como las refractivas –que eliminan o disminuyen el uso de anteojos o lentes de contacto– o compromete el buen éxito de algunas otras, como la cirugía de la catarata”, agrega.
Llorar es una respuesta emocional y universal frente a una circunstancia, es “sentir vivamente algo”. Las personas lloran de tristeza y de alegría, pero, ¿por qué? “Cuando niños, las lágrimas son pedidos de ayuda, enviamos señales para que los otros nos contengan: por hambre o dolor físico”, dice Susana Muñoz, psicóloga sistémica y matrona. Luego, las lágrimas toman formas más complejas, entre otras, responden a la desilusión, la pérdida o la ruptura. “Las emociones profundas, de impotencia, rabia, dolor, angustia, se desbordan a través de las lágrimas, que la razón no puede neutralizar, explicar ni contener. Su significación está determinada por el mundo social, el género, los roles y las expectativas familiares co-construidas en un complejo entramado, en permanente retroalimentación”, enumera.
El doctor Mehech explica que el llanto “anímico” se relaciona con el funcionamiento del sistema límbico, ubicado en el hipotálamo. “Este sistema –la parte del cerebro responsable por las respuestas comportamentales y emocionales– se comunica con el sistema nervioso vegetativo, que no logramos manejar voluntariamente. La pena, la alegría, las emociones, en general, provocan la reacción de dicho sistema que, a su vez, activa la glándula lagrimal”.
Las lágrimas son tan intrigantes que se han escrito desde poemas, como “El lagarto está llorando”, de Federico García Lorca, o la leyenda mexicana “La llorona”, hasta tomos sobre ellas. Uno reciente es El libro de las lágrimas (2020), de la poeta estadounidense Heather Christie. Surgió, entre sollozos, porque uno de sus mejores amigos se había suicidado y ella estaba con depresión, luego de dar a luz. Se trata de un ensayo sobre los lugares en que la gente llora y también de una revisión científica, cultural y artística sobre lo que provoca llanto.
“Llorar está asociado a la visión, uno de los sentidos más valorados en nuestra cultura. Su importancia se relaciona con la mirada, que es fundamental en la configuración de los primeros vínculos de apego”, subraya Muñoz, que es directora de Serbal Centro Desarrollos Sistémicos, un espacio que integra terapias, arte y corporalidad. Según plantea, alguien a quien su madre o sus “cuidadores primarios” miraron con amor cuenta con esa especie de “reserva” para momentos “hostiles” futuros.
“Boris Cyrulnik, el famoso neurólogo, psiquiatra y divulgador de la resiliencia, que sobrevivió a Auschwitz, dijo que los niños que habían superado mejor experiencias terribles como la de los campos de concentración eran los que podían recordar, por ejemplo, una Navidad que les alegraba”. En el fondo, el recuerdo los sostenía. “Un niño que no es visto, no sabe muy bien quién es, ya que uno mide sus cualidades en relación a lo que es para el otro. Tiene que ver con la percepción de identidad”, precisa Muñoz.
Hombres, mujeres, lógicas
De acuerdo a un estudio alemán, que publicó la revista Der Ophthalmologe, las mujeres lloran cuatro veces más que los hombres, y lo hacen por “creer que tienen demasiados defectos, porque se hayan ante conflictos de difícil solución o por el recuerdo de otros tiempos”. En tanto, los hombres sollozan más “por compasión”, por ejemplo, en el cine, o cuando una relación sentimental “termina en fracaso”.
Muchas generaciones se criaron con la idea de que “los hombres no lloran”, algo que, “en apariencia, ha cambiado, pero, en el fondo, es sancionado”, puntualiza Muñoz. Y si bien, a las mujeres se les está más permitido llorar, los hombres rechazan que lo hagan, por ejemplo, en el trabajo. Por lo visto, existe la creencia de que “si las critican, rompen en llanto”.
¿Por qué es tan desconcertante que una mujer llore? Muñoz dice que “nosotras estamos más cerca de los ciclos vitales, de la gestación, la menstruación y también de las lágrimas”, mientras que los hombres están más “incentivados a hablar con razones. Y no entienden el llanto, porque sin razones no se puede llorar”.
Asimismo, existen diferencias biológicas y psicológicas. “Las mujeres, que sufrimos cambios hormonales para enfrentar diferentes procesos, nos movemos en todas las paletas de emociones. Es cierto que tenemos mayor tendencia a llorar”. En el mundo masculino, “el llanto es como un acontecimiento. Por ejemplo, un tipo dice: ‘Una sola vez vi llorar a mi padre, fue cuando su madre murió´”.