Paula 1243. Sábado 13 de enero de 2018.

Por Constanza Michelson / Ilustración: Camila Ortega

Una chica advertía a otras sobre una nueva trampa, la del príncipe feminista. Algo así como confundir el discurso de igualdad de género de un hombre –quien incluso rechaza a sus congéneres pasados a bota hedionda de caza y patriarcado– con que esté disponible a la entrega amorosa libre de canalladas y mezquindades.

El error estaría en suponer que la posición política reduce todo el lado inconsciente del alma. Pues existen los feministas misóginos, quienes no solo hablan por la causa tomando a veces un sospechoso protagonismo, sino que, además, hacen la misma división maldita de la cultura machista sobre las mujeres: las legítimas y las denigradas. Con códigos nuevos, igualmente sancionan cuáles son las valiosas –generalmente las que piensan como él– y las otras, las atrapadas en alguna falsa conciencia, a las que ataca con violencia.

Pero la trampa del príncipe feminista no es solo toparse con un misógino encubierto, es también efecto de la ilusión actual de que se pueden controlar las lógicas del deseo a voluntad. Como si por acordar, con uno mismo y luego con el otro, que no se caerá en dependencias ni ansiedades dramáticas, efectivamente ello se logre. La chica acusadora de esta historia se equivoca al suponer que este príncipe es un estafador endógeno. La trampa es más bien propia. Cuando le damos poder a quien está poco interesado en nosotros. Ley del deseo: no hay fijación más intensa que en la relación que no nos resulta.

Quizás lo nuevo de este príncipe es que, a diferencia del clásico, a quien se lo podía descubrir en sus promesas falsas, a este no hay queja que hacerle, pues no promete compromisos a los que no está dispuesto. Y si una es emancipada concuerda con tal (no) contrato, pero sospecha de reojo que le están haciendo la del perro del hortelano: el que no come ni deja comer.

Que lo personal sea político es más que elegir a alguien por su retórica, es distinguir la sintaxis: es decir algún ordenamiento amoroso. Ojalá el que saque nuestra versión más digna, ojalá aquel donde se pueda construir el amor. El cuidado de sí, es político.