El síndrome de los implantes: “Me estaba suicidando lentamente”

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Valentina Guida víctima del síndrome de los implantes: “Me estaba suicidando lentamente”

Hace un mes, Valentina Guida se retiró los implantes mamarios y de glúteos que tenía hace 15 y cuatro años, respectivamente. Pasó por miles de doctores para encontrar las causas de su visión borrosa, fatiga crónica, pérdida de memoria, caída de pelo, e inflamaciones articulares, entre otras, hasta que dio con la respuesta: tenía Síndrome de Asia.




Hace alrededor de cuatro años, poco a poco, la calidad de vida de Valentina Guida, ahora de 35 años, empezó a decaer.

Tenía fatiga crónica, ansiedad, cansancio, pérdida de memoria, dificultad para concentrarse, estaba sumamente sensible a la luz, estaba perdiendo pelo, sentía su piel irritada, zumbidos en el oído, acné, y pérdida de líbido. No solo eso, Valentina cuenta que también atravesaba por importantes cambios de humor, sentía los ganglios inflamados, sudoraciones nocturnas, colon irritable, su visión era cada vez más borrosa, y se le empezaron a inflamar las articulaciones. Tenía también osteoartrosis en la mandíbula. “Era como que iba en decadencia”, asegura. Lo peor, es que no sabía por qué.

Valentina es health coach, y por lo tanto, conoce su cuerpo y tiene buenos hábitos. “No me calzaba”, indica. “Pasé por una cantidad de doctores inimaginables. Primero, psiquiatra para ver la pérdida de memoria y el déficit atencional, también por psicólogos, terapeutas alternativos, incluso por medicina más chamánica. Nada de lo que hacía era suficiente, no sabía qué hacer”, dice.

En eso estaba cuando recién el año pasado, una amiga le habló del Síndrome de Asia. Buscó los síntomas y varios calzaban. “No tenía idea que existía esta enfermedad”, asegura.

El Síndrome de Asia se llama así por su nombre en inglés: Autoinmune Syndrome Induced by Adjuvants. En otras palabras, es una respuesta antiinflamatoria o autoinmune del cuerpo a una sustancia extraña al organismo, como son los implantes de silicona.

A Valentina le hacía sentido: hace cuatro años, se había implantado glúteos, y en ese lapso de tiempo, había empezado con todos los síntomas antes descritos. Hace 15, se había operado también las mamas, pero eso no le había traído consecuencias.

En el último mes, el Síndrome de Asia ha resonado en los medios por el caso de la modelo argentina Silvina Luna, quien desde el 13 de junio –pocos días antes de la operación de Valentina– se encuentra internada en terapia intensiva en su país. La razón sería justamente este síndrome, que se le habría provocado luego de recibir una alta cantidad de metacrilato en una cirugía de aumento de glúteos.

Vicente Sánchez, cirujano y director médico de Clínica Essenza, y quien operó a Valentina, señala que, desde su aparición como entidad patológica, se han notificado más de 4 mil casos documentados de este síndrome, con diversa gravedad clínica y diversos antecedentes de exposición adyuvante. “Hay que considerar que para que un paciente presente lo que se denomina síndrome de Asia, se deben unir dos elementos claves: genética del paciente a manifestar una de estas enfermedades, y el implante, considerándolo como un objeto extraño, que el cuerpo humano rechaza”, señala.

Entre las enfermedades relacionadas, nombra las mialgias o debilidad muscular, artralgia y/o artritis, fatiga crónica y trastornos del sueño, manifestaciones neurológicas, y deterioro cognitivo, como pérdida de memoria.

La explantación

“Me estaba suicidando lentamente. Me estaba matando en vida”, asevera Valentina. Por recomendación, llegó donde el doctor Sánchez, quien le aseguró que padecía este síndrome, cuenta. Los exámenes de laboratorio estaban todos en niveles normales, y por lo mismo, es difícil llegar a la conclusión de que se es víctima del Síndrome de Asia. “Los síntomas ya son por descarte, porque no hay un examen que te mida esto”, dice.

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Valentina cuenta que, desde que se puso glúteos, se sintió incómoda, pero lo pasó por alto. En febrero, empezó con dolores que, en un principio, parecían ser sostenibles, pero poco a poco se fueron haciendo más fuertes. “Ya no podía dormir en la noche”, dice. Se despertaba en la noche de saltos por el dolor que sentía. “Eran como pinchazos”, señala.

Explantarse es más caro que implantarse, y por eso, desde que empezó a investigar, el costo la detenía a seguir avanzando en este camino. El 17 de junio recién pasado se operó. El procedimiento duró cuatro horas y fue con anestesia general. “El cambio se siente de inmediato, sobre todo en la piel. Tu cuerpo está luchando 24/7 contra estos cuerpos ajenos, entonces claramente todo tu sistema está desregulado”, comenta. La recuperación consiste en movilidad reducida y remedios contra el dolor.

“Después de estas cirugías tan invasivas para el cuerpo, se genera un desequilibrio importante a nivel físico y también emocional. Hay que tomarse el tiempo. Yo cerré agenda en mis consultas porque me estoy ocupando de recuperar mi salud. También viene todo un tema de aceptación de tu cuerpo nuevo. Mirarte al espejo y no tener mamas, es un tema que tiene que llevar acompañamiento detrás”, sugiere.

Mirarse al espejo sin implantes

“La primera vez que me miré al espejo sin implantes, me reí. Mis pechugas eran iguales a las de mi abuelita, pero era tanta la felicidad de haberme sacado todo, que las amo, no necesito más que esto. Estoy demasiado bien anímicamente, estoy recuperando mi vista y se me están yendo los dolores, tengo una energía enorme”, confiesa.

“Cuando me puse los implantes llené un vacío emocional que venía por una inseguridad mía desde muy niña. Esos implantes me dieron esa seguridad que no tenía, pero pasó que con el correr del tiempo, y también por mi trabajo como health coach, he hecho tanto trabajo interno para empoderarme que, en ese camino, me empecé a dar cuenta que yo no soy ni mis pechugas ni mi poto. Soy mucho más que eso”, dice. “Esto es un envase, un envoltorio, pero lo que perdura en el tiempo es como estás tú internamente, como te muestras ante la vida”, añade.

Por eso, explantarse para Valentina fue toda una experiencia. Según comenta, sus implantes eran algo que ya no pertenecía a su cuerpo. “Te da una seguridad mucho más grande decir me quedo sin pechugas y sin poto, pero recupero mi salud. Recupero lo que estaba perdiendo en vida por este suicidio”.

“Ahora que miro mis últimos cuatro años, iba en decadencia. Lo notaba en mi salud, en mi cuerpo. Soy super conectada con mi cuerpo, y como entiendo su funcionamiento, estaba alerta de lo que me estaba pasando. La fatiga crónica no te permite vivir bien, de repente entraba en estados depresivos y en mi trabajo hacía todo desde el esfuerzo, no desde el goce que es como siempre lo he hecho”, indica.

“Soy otra persona, volví a ser yo”, asegura Valentina Guida, quien señala que los doctores en general nunca hablan del Síndrome de Asia, no porque estén escondiendo algo, sino porque es un tema que en general no manejan. Su proceso lo compartió en su Instagram (@valentinavida_holistica), y llegó tanta gente a preguntarle y compartir experiencias, que creó la cuenta @explantadaschile, donde ha ido entregando información al respecto.

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