El especialista en medicina deportiva y doctor en el Hospital for Special Surgery de Nueva York, Jordan Metzl, puso sobre la mesa un interesante dilema sobre el teletrabajo en un ensayo publicado en The New York Times a fines de marzo.
Su planteamiento era más o menos así: Si las y los trabajadores son igual de productivos en entornos remotos que en la oficina, o al menos así se ha evidenciado estadísticamente, ¿Qué nos motiva volver a la presencialidad cuando sabemos que en casa estamos más cómodos, gastamos menos e incluso reducimos la contaminación y atochamiento en las calles?
Según el autor, una de las razones principales tendría que ver con la salud. “Eventualmente, quienes tienen el lujo de trabajar desde casa pueden darse cuenta de que el trabajo a distancia es desventajoso para su bienestar mental y físico”, indica.
Para afirmar su teoría, Metzl se basó en una revisión sistemática publicada en la International Journal of Environmental Research and Public Health, donde se analizaron los desafíos y riesgos de la pandemia en la organización del trabajo y cómo este escenario cambió el bienestar de los empleados. El estudio concluía que si bien algunas personas pudieron establecer pautas saludables y mejorar vínculos familiares gracias al trabajo remoto, otras se volvieron menos activas y reportaron sentimientos de ansiedad y depresión.
Eso que apareció en los estudios, el publicista Felipe Lozano (35) lo vivió en carne propia durante la pandemia. Si bien antes había experimentado hacer algunos días de teletrabajo, en cuarentena -como a todos y todas-, le tocó hacer sus labores desde la casa. Fue ahí cuando, en medio de la inestabilidad laboral y problemas con su pareja, comenzó a sentir los efectos de la ansiedad.
“No podía dejar de sobrepensar las cosas, y tenía hasta ansiedad social porque no sabía qué hacer si salía. Me costaba dormir en las noches. Un día tuve una crisis fuerte y me di cuenta que no podía seguir en esto, y dije no más”, relata. Para poder sentirse mejor, Felipe comenzó un proceso terapéutico, el cual acompañó con el hecho de retomar algunos hobbies -como pintar o ver películas- e intentar hacer algo de deporte en casa. En tiempos previos al Covid, relata, era una persona activa, que subía el cerro o hacía crossfit. El encierro, en cambio, le hizo perder ese hábito.
Sin embargo -y como era de esperar-, no ha sido el único. Por ejemplo, en una carta al editor publicada en la Revista Médica de Chile, se abordó el aumento de la inactividad física producto del aislamiento social de la cuarentena y se entregaron datos respecto al nivel de movimiento diario al revisar datos de los relojes Fitbit que, hasta esa fecha, tenían 30 millones de usuarios presentes en el mundo.
Así, se reveló una disminución de entre 7% a 38% en la cantidad de pasos caminados diariamente en sólo un año. Un comportamiento que da cuenta del sedentarismo y que, en el largo plazo -afirman- puede generar múltiples consecuencias. “Pasar 10 días recostados en una cama produce importantes reducciones en fuerza muscular (8%), fitness cardiorrespiratorio (14%) y velocidad de marcha (7%) en población adulta sin antecedentes de enfermedades crónicas”, indica el reporte.
El especialista en medicina del deporte y médico en el centro integral You Just Better (@you.justbetter), Javier Carvajal, sostiene que justamente con el trabajo remoto las personas están muchas más horas sentadas en comparación a lo que sucede cuando van a la oficina. “El movimiento es menor y a la larga va sumando”, dice.
Esa falta de movimiento diario ha generado una disminución de lo que se denomina como NEAT o non-exercise activity thermogenesis, un término que alude a la suma de actividades cotidianas que realizamos, pero que -aunque generan gasto calórico- no tienen que ver con el ejercicio programado. Ejemplo de esto es irse caminando al trabajo, subir las escaleras del metro o dar un paseo por el barrio.
Como efecto en el largo plazo, dice Carvajal, con esta reducción, se podría tener una pérdida de masa muscular y aumento en el riesgo de lesiones. “Eso también se asocia directamente con la incidencia del dolor de espalda y cuello, que se ha visto mucho durante este período. Hay que entender que con el teletrabajo cambia la estructura del escritorio, ya que no siempre es ergonómico o las sillas no son las más adecuadas, entonces podrían aparecer molestias”, sostiene.
¿Cómo contrarrestar los efectos de no tener ese movimiento diario, de la casa al trabajo, o simplemente poder mejorar la salud cuando estamos en esta situación? Carvajal indica que existen algunas técnicas que podrían ayudar, como por ejemplo, hacer pausas saludables que permitan realizar una serie de sentadillas o incluso estiramientos para mejorar la postura. Otra técnica puede ser la realización de elevaciones con las pantorrillas, mientras uno está sentado, pues se ha demostrado que “se disminuye potencialmente el riesgo de diabetes o de resistencia a la insulina”. “Romper la conducta sedentaria, moviéndose al menos un minuto -ya sea caminando o subiendo las escaleras-, mejora mucho el estado de salud, porque nos permite salir del estado basal”, dice.
Soledad y aislamiento: efectos en salud mental
En cuanto a la salud mental, tanto la OMS, como la OIT, sostienen que es urgente regular este modelo, pues si bien podría mejorar el equilibrio trabajo-vida; en los casos donde no se encuentra bien organizado, se podrían generar impactos negativos en el bienestar de los trabajadores. Así, entre los riesgos, mencionan trabajar más horas de las que corresponde, hacerlo aun cuando se está enfermo o incluso tener sentimientos relativos al aislamiento social. “Puede conducir a una mayor soledad, agotamiento, depresión, irritabilidad, preocupación y sentimientos de culpa en los trabajadores”.
Justamente, la soledad es uno de los estados que más se ha reportado en la población de trabajadores jóvenes, según el psicólogo organizacional y académico de la Universidad de Santiago, Raúl Berríos. “El no tener la posibilidad de interactuar con otras personas en un ambiente laboral o compartir ideas desde el punto de vista de lo que significa mi trabajo, puede hacer que la gente se empiece a sentir más sola”, dice y puntualiza: “Hay una cuestión que tiene que ver con las características personales o relacionales, porque hay gente que le gusta o le hace bien este sistema, pero el hecho de no tener la facilidad o la posibilidad de interactuar con otros es sumamente perjudicial para la salud mental”.
Además de eso, Berríos sostiene que en el trabajo a distancia se hace más complejo el desconectarse, sobre todo si se considera que hay una mezcla entre dos mundos (público-privado). Y justamente ese factor es un caldo de cultivo para el estrés. “Es decir, no tengo que estar solamente preocupado de mi pega, sino que aparecen demandas de la casa o los hijos. Así, muchas personas terminan mandando mails a las 12 de la noche porque no alcanzaron a hacer algo, o porque tienen que hacer una pausa a media tarde. Entonces, se incrementan las demandas y la cantidad de recursos disponibles para hacerles frente son los mismos o menores. Se desequilibra esa balanza, entonces me estreso”.
Berríos sostiene que el sistema organizacional debe comprender estos efectos en sus trabajadores para mitigar esas consecuencias y para eso recomienda, por ejemplo, administrar mejor los tiempos en las reuniones. Que sean más cortas y efectivas, pero más frecuentes para que los equipos se vinculen y mantengan el contacto. Además, sugiere generar espacios de camaradería, de manera física, para que las personas puedan interactuar cara a cara. “Podemos hacer teletrabajo, pero eso no significa que no nos juntemos en un espacio a compartir, ya sea en un tono formal o informal. Es importante que se construyan instancias donde la gente converse porque con el trabajo a distancia no desaparece el concepto de equipo, sino que se transforma. Entonces tiene que seguir existiendo ese espacio social del trabajo”.