“Estábamos en un mall con mi mamá comprando las últimas cosas para mi bebé que nacería en tres semanas más. Habíamos caminado harto, así que decidimos parar a descansar y comer algo. Además de mi mamá, estaba el papá de mi guagua (actualmente mi ex marido) y nuestra hija de 11 años, Pascale.
Recuerdo que de la nada mi mamá me miró y me preguntó: “¿qué harías si me muriera?”. Sorprendida respondí casi por inercia: “Me moriría contigo, mamá”.
Ella me tomó de la mano. ‘Tienes que ser fuerte, y siempre confiar en ti’, me aconsejó. También me dijo que no me iba a morir porque tenía que sacar adelante a mis hijas y también a mi hermano menor que estaba pasando en ese momento por una fuerte depresión. Yo no entendía por qué me estaba hablando de todo eso, lo tomé como un comentario cualquiera, como esas cosas que uno a veces pregunta sin mucho fundamento.
Al día siguiente, era mi baby shower. Mi mamá se levantó temprano a preparar un ceviche y unos canapés para los invitados. Estaba en eso cuando se empezó a sentir mal. No recuerdo qué hora exacta fue, pero recibí su llamada. Me pedía que fuera a su casa.
No sé si existe algo así como el “instinto de hija”, pero apenas colgué el teléfono, supe que ella no estaba bien. Pensé en la pregunta que me hizo ese día en el mall. Me subí al auto y partí a su casa. Esos minutos fueron eternos.
Partimos inmediatamente a la clínica más cercana. Yo apenas podía coordinar mis pies y mis manos para manejar. Otra vez me tomó de la mano. Esta vez estaba fría. Me dijo que tuviera cuidado, que podía chocar. Lo dijo por mí. Ella sabía que su hora había llegado.
Una vez en la clínica la pasaron inmediatamente a reanimación. Escuché decir que estaba infartada, al parecer llevaba días así y no nos habíamos dado cuenta. Me quedé en la sala de espera viendo cómo entraba y salía gente con batas de colores. Hasta que escuché mi nombre. Era el doctor que venía con la noticia: mi mamá había muerto.
Caí derrotada al piso, sola, sin conocer a nadie en ese lugar mientras le reclamaba a Dios por habérsela llevado. Irónicamente en el velorio se sirvieron los canapés que había preparado para mi babyshower.
A los pocos días nació mi segunda hija, Fernanda, por cesárea. Y desde entonces –hace cinco años– la vida no ha hecho más que ponerme a prueba: tuve que ayudar a mi hermano que no lograba salir de su depresión; mi matrimonio terminó por una infidelidad de mi ex marido; y una reciente relación de dos años de convivencia se acabó de un día para otro sin yo recibir ni la más mínima explicación.
Pero aquí estoy, saliendo adelante una y otra vez por mis hijas.
Cada vez que la vida me ha golpeado, pienso en ese día en la cafetería del mall, cuando mi mamá me tomó de la mano y con una voz dulce y sabia me dijo que tenía que ser fuerte y confiar en mí”.