Hace dos meses me convertí en madre, y siento que en este período he aprendido más cosas que en toda mi vida.
Aprendí también que estaba equivocada en algunas de mis ideas. Por ejemplo, pensaba que los bebes nacen, te los pones al pecho y ¡listo! Lactancia asegurada. Pero mi hija desde que nació a fines de noviembre pasado, tuvo problemas para lograrlo. “Es flojita”, “es muy pequeña”, “ya aprenderá a succionar mejor”, fueron algunos de los comentarios que recibí los primeros días.
Con las enfermeras de la clínica intentamos varias posturas y formas para mantener a mi bebé activa y succionando, y la única manera en la que sentí que tomaba leche, fue con una pezonera. Nos fuimos de alta, sin embargo, en el primer control con la pediatra nos dijeron que no estaba subiendo bien de peso.
Lo primero que pensé fue que tenía poca producción de leche porque no me pasaba lo que algunas mujeres dicen; que se les cae la leche sola. Mi marido y yo nos asustamos pensando que podía quedar con déficit de crecimiento, así que partimos inmediatamente a comprar un extractor doble, mega potente, además de aplicar viejos trucos para aumentar la producción. Me recomendaron tomar chancaca, que al parecer funcionó, y mi bebé empezó a tomar bien la leche materna de los biberones.
Pero ahí apareció otro problema: no daba abasto para pasar todo el día extrayéndome, así que, aunque no quería, tuve que recurrir en algunos momentos a la temida fórmula.
Entre medio intentaba amamantar, pero mi bebé se quedaba dormida, o yo no sentía que estuviera tomando. Ella lloraba, desesperada, y finalmente terminábamos las dos frustradas. Y sumado a eso, otra vez los comentarios. Que le lache materna no llena, que mejor le diera formula porque estaba muy flaca, fue parte de lo que me tocó escuchar. Yo sabía que esas frases no podían estar más lejos de la realidad.
Dos semanas después del parto, una asesora de lactancia materna evaluó a mi pequeña y dio en el clavo: un problema de frenillo lingual corto limitaba la lactancia. Necesitábamos hacerle una intervención. Al comienzo no estuvimos muy seguros, por lo que buscamos una segunda opinión, y con el diagnostico ya confirmado por otra profesional, realizamos la frenectomía. Fue un procedimiento rápido y sencillo. Poco a poco, en un proceso de rehabilitación con una excelente fonoaudióloga, con mucha paciencia y perseverancia, cada día mi bebé se iba acoplando mejor al pecho e iba mejorando su técnica para amamantar.
Luego de días frustrantes, miedo a tener que depender ciento por ciento del extractor, y noches donde me levantaba cada 45 minutos a alimentarla, ¡lo logramos! Hoy a sus dos meses, disfrutamos de la lactancia materna exclusiva.
Aquello que en algún momento se veía tan lejano, ahora es una realidad, y lo disfruto en cada momento: acaricio su pelito de bebé, y admiro lo hermosa y tierna que es.
Sé que mi experiencia no puede ser la de todas, pero me gusta decirles a las mamás que están en una situación similar, que no se rindan. Hay cientos de excusas para no dar pecho, pero la verdad es que la gran mayoría podemos amamantar, y cuando no se logra, casi siempre hay una causa modificable. El problema es que nadie nos enseña a ser madres, nadie nos dice que busquemos ayuda, nadie nos dice que necesitamos tiempo.
Vuelvo a decir, mi historia no puede ser la de todas, no me interesa juzgar a quienes deciden no amamantar. Sólo digo que los malos comentarios y los errores de concepto respecto a la lactancia se han perpetuado a través de las generaciones. Sin embargo, yo creo que nuestros deseos y nuestro instinto son suficientes para guiarnos en hacer lo mejor para nuestros hijos. Al menos para mí ha sido un proceso hermoso, y además lo pude lograr gracias al apoyo constante de mi marido, que con su instinto de padre, nos ha ayudado a saber qué hacer y salir airosos cuando yo no tenía las respuestas.
Sólo me queda decir: bien hecho hijita, nuestro primer logro juntas.